Almas entrelazadas

Capítulo 10

«Gracias... Por elegirme»


Alejandro despertó antes que Michael. Mucho antes. Habría esperado, estaba casi seguro de que sucedería, que en algún momento Michael despertara y enloqueciera porque estaban durmiendo juntos –justo como a él le había sucedido hace algunas semanas cuando se dio cuenta que le gustaba un hombre, que la primera persona que le gustaba en la vida no era una mujer, sino un hombre–, pero nunca sucedió. Michael simplemente se acurrucó a su lado y descansó tranquilo toda la noche. 

Mientras que Alejandro no había podido dormir por temor a que esto fuera un sueño, que en un simple parpadeo desapareciera. Que sus ojos se cerraran sólo un segundo y al abrirlos, él ya no estuviera. 

Que tal vez nada de esto estaba sucediendo, que después de su vida anterior no hubo nada.

O que Michael murió sacrificándose por su culpa y nunca logró regresarlo. 

Y Alex sentía que no podía respirar sólo de pensarlo, había llevado su mano a su pecho varias veces, frotando sobre su corazón que latía extraño, como si tampoco él estuviera del todo seguro que Michael estaba de regreso. 

Su alma en cambio, su alma estaba feliz, completa. Conscientemente completa porque era la primera vez, después de siglos, que Alejandro volvía a ser consciente de lo que era –un atrapador de almas– y de que su alma siempre fue sólo un fragmento.
Excepto ahora.

Por fin había vuelto a él el alma entrelazada a la suya. 

Alejandro giró su rostro, quedando todavía más cerca de Michael que dormía pegado a él. Todavía no amanecía, no podía apreciar de todo las hermosas facciones de su gran brujo de ojos de plata. Su mano avanzó casi sin permiso para poder verlas de otro modo, sentirlas...

—No —la voz firme de Michael lo detuvo cuando las yemas de sus dedos habían entrado en contacto apenas con su mejilla. Sus ojos seguían cerrados—. No, no... —y sonaba con pánico. 

Sólo entonces Alex se dio cuenta que Michael seguía dormido y estaba teniendo una pesadilla.
¿Qué podría ser?

¿Qué asustaría a un brujo poderoso como Michael –incluso si no recordaba que lo era–?

—No, no, por favor —y Michael parecía estar suplicando.

Los dedos de Alex subieron hasta su frente, hasta sentir el ceño profundamente fruncido.

—Michael, cariño, despierta. 

Michael empezó a manotear, como si estuviera luchando con algo que sólo él veía. 

—Michael —y ahora era Alejandro quien rogaba—, Michael, regresa, por favor.

Las manos fuertes del brujo apresaron las muñecas del atrapador de almas, presionaron fuerte.
Alejandro hizo una mueca porque dolía, pero no se retiró ni intentó liberarse. —Michael Owl, mi amor, por favor —ya no importaba si lo escuchaba llamarlo así. 

Los ojos de plata de Michael se abrieron entonces. Tomó una respiración profunda como si se hubiera estado ahogando.

Boqueó varias veces más sin poder hablar o llevar aire suficiente a sus pulmones. Sus ojos muy abiertos que todavía no estaban del todo en el presente, superpuestos a los hermosos ojos azules de Alejandro se encontraban unos de plata que acaba de ver.

Sus manos temblaban, tratando de atrapar algo que ya no estaba ahí.
Su garganta dolía, maltratada.

—Él. 

Y eso fue todo lo que dijo.

—¿Quién? —Alex preguntó, aunque en el fondo ya lo sabía—. ¿Quién es "Él"? ¿Qué te hizo? 

Una de las manos de Michael se encontró, casi por casualidad, con el rostro de Alejandro y sólo entonces pareció volver a respirar, su mirada por fin enfocó el presente, sus pensamientos se limpiaron de la neblina del sueño.

—Hijo. 

Y eso sí ya no tuvo ningún sentido para Alejandro.
¿Qué hijo?

¿El hijo de quién? 

* * *


Cris frotó con fuerza su frente, sus ojos cerrados. Dejó su mano subir y enredarse con sus cabellos, tirando de ellos con fuerza.

No debería estar aquí. En realidad no sabía por qué estaba aquí. 

Simplemente se había movido en cuanto despertó y fue aquí que llegó. Él no lo planeó, no lo buscaba, pero aquí estaba. 

Tomó una respiración profunda y dio media vuelta, sus ojos se abrieron encontrándose con su propio reflejo en el cristal de la Cafetería que se encontraba en la Central. Sus ojos vagaron hasta las marcas rojas en su garganta, parecían dedos, como la mano del hombre en su sueño, los dedos presionando con fuerza, y esos ojos. 

Sus ojos eran... 

—¿Cris?

Cris parpadeó entonces, volviendo al presente. No se había dado cuenta el momento en que la campanilla sonó al abrirse la puerta.

A pesar de la hora, todavía ni siquiera amanecía del todo, ahí estaba la razón por la que –aunque no lo entendiera– estaba aquí.




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