Almas Etéreas

Prólogo

«—Si estás al borde de la muerte suplica misericordia no sabes qué dioses te puedan estar escuchando.» La voz se repite una y otra vez en mi cabeza.

Brisas heladas se adhieren a mi piel, el frío se escabulle por debajo de la tela de la ropa. Un goteo apagado resuena a centímetros de mi oreja, la nieve absorbe con avidez la sangre que desciende por mi frente y la sien.

Levanto los párpados pesados con la vista borrosa y mi respiración sofocante.

Todo mi cuerpo y la mayor parte de mi rostro está hundido en la espesa nieve tiñéndose de un rojo carmesí, el sonido del goteo continuo se pierde entre los jadeos entrecortados que no controlo, no puedo mover mi cuerpo, espasmos involuntarios avivan el insoportable dolor que recorre todo mi ser como una corriente eléctrica que empieza por mi pierna.

«Suplica.» Enfatiza.

—Ayu... — balbuceó.

Las palabras no salen, el aire entra y sale de la boca entrando hasta los pulmones que se congelan dificultando más mi respiración hasta doler.

—Por favor... —susurró.

Lo único que tengo enfrente es la deshabitada y ancha calle. Más allá de la acera, los faroles que se sujetan de los acebos alumbran la mayor parte del lugar.

Reconozco el sitio. Y con ello, imágenes y sonidos aparecen en mi mente:
Estoba caminando por la acera, distraída con el tarareo de mi canción favorita, las manos heladas abrigándose dentro de los bolsillos de mi abrigo, el sonido de los suspiros temblorosos por el frío y…

La inquietud que hizo que volteara.
Las luces de un auto acercándose.
El derrape de las chantas de aquel vehiculo.
Sin tiempo de reaccionar, el ruido sordo del impacto y el chirrido del freno fueron lo último que recuerdo antes de caer en la oscuridad.

No hay nadie más que yo, huyó dejándome sola.

El primer copo toca mi piel, despertándome de mis recuerdos, varios empiezan a caer por todo el lugar. Está nevando.

Con esfuerzo, dirijo mi mano a mi abdomen.

Sé que nadie va a venir a salvarme, pero no estoy dispuesta a morir.

«Súplica» grita de nuevo esa voz en mi interior, una que no reconozco a quien pertenece.

Las palabras vienen en fragmentos distantes de mis recuerdos. No recuerdo quien fue que me las dijo.

—Si un... Dios me está escu-chando... —susurro débil y cortado —, le suplico miseri–cordia.

Mi tono vacilante hace preguntarme si alguien de verdad escuchará mi súplica.

No puedo hacer más que esto.

El agotamiento en mis párpados se intensifica y de algún modo el dolor ya no es una molestia, dejé de sentirlo sin darme cuenta.

El flujo de sangre se derrama también por mis manos.

Estoy cansada.

Suelto el último aliento, que desaparece en una neblina.

Aferró mi mano a mi abdomen, mis dedos se curvan con la tela de mi abrigo.

«No quiero morir»

(...)

Suaves crujidos de pasos hundiéndose en la nieve me dan la impresión de acercarse. El sonido crece, cada crujido más cerca, más palpable. La vibración se siente en mi piel, más por instinto que por esfuerzo levanto mis pesados párpados, lentos parpadeos despiertan mi curiosidad de saber si estoy consciente, trató de aferrar mi visión a la silueta frente a mí.

Zapatos grandes y negros.

Confusa de si lo que veo es real, trato de sacar las palabras que necesito decir:

—Ayúdeme... —Mis labios se mueven, pero no logró formular la palabra, solo balbuceos logran salir de mi boca —. Yo no puedo morir ahora —Las palabras salen disparadas sorprendiendome de poder hablar más claro, débil pero entendible.

Para mi al menos.

No hay respuesta de su parte, el silencio que emana me está consumiendo. ¿No piensa ayudarme acaso?

Es complicado distinguir lo que veo; El sombrero oscuro, con el ala lo bastante ancha para ocultar parte de su mirada dejando solo ver las comisuras y la parte inferior de los labios.

El silencio que nos rodea se siente tan pesado que podría quedar bajo la nieve.

—Sálvala —No estoy segura si lo pensé o lo dije, de igual manera no hubo respuesta.

—No es tu vida la que suplicas salvar —Se pone en cuclillas —hoy no quiero ver morir a nadie —contesta, después de varios minutos, como si se estuviera planteando bien lo que va a hacer.

Creo que estoy viendo mal, o solo es parte de lo que creo que veo como imaginación.

De su mano brota un resplandor azul, la alza por encima de mí cabeza.

Sin aviso, sin darme cuenta mis ojos se cierran, el mundo ante mí se nubla y desaparece.

Como si retrocediera el tiempo, mis recuerdos rebobinan en mi mente despertandome de golpe, doy bocanadas de aire para llenar la falta que me hace en los pulmones, jadeos intensos y agitados, varios suspiros salen de mi boca, mi cuerpo se mueve inconscientemente, sigo en el suelo.

Suelto un quejido áspero al moverme, duele pero es más por el frío que se coló por debajo de la ropa.

Levanto medio cuerpo quedando sentada, mis manos que tocan el suelo están manchadas de sangre, igual que la ropa y mi cuerpo.

Buscó hacia los lados esperando escontrar a alguien, mis ojos giran a todos lados sin encontrar rastro de una sola persona, estoy segura que aquí había... yo creo, yo.

Tengo la sensación de que algo falta.

Me pongo de pie. Me toma un momento en que mis piernas se acostumbren a mi peso, están entumecidas al igual que mis brazos. Puedo asegurar que mi pierna derecha estaba fracturada o eso pensaba hace un instante.

Si no fuera por la sangre que cubre mi piel, pensaría que todo fue un sueño. Tal vez solo me desmayé, probablemente no acurrio nada.

Tocó el abdomen, dejó mis manos allí por varios minutos.

La siento. Se mueve.

*"Al caminar por la calle aún aturdida y confundida, logré llegar al hospital, parecía que acababa de salir de una masacre.

Me confirmaron que no había ningún problema. Hubo muchas preguntas de qué fue lo que me sucedió por el estado en el que llegué.




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