Almas Gemelas

I

Los fuegos artificiales retumbaban a través de la ruidosa música decembrina. Los habitantes del barrio de clase media, algunos medio o completamente ebrios, gritaban y celebraban la llegada de la Navidad; aunque a la mayoría de ellos no les importaba ya, o tal vez jamás les había importado su significado.

Después de mucho intentar conseguir un taxi en medio de tal bullicio y caos, al fin apareció uno dispuesto a llevar a la desesperada mujer vestida de todo menos de fiesta, a la mayor velocidad permitida, hacia la primera clínica veterinaria que encontraran. Pero en aquella fecha irónicamente llamada “noche buena”, no había muchas clínicas abiertas. Después de todo, Navidad era una noche de rumba y felicidad, no de emergencias de salud; pero el viejo perro de Angie no parecía entender esto, y menos cuando sentía que cada estallido de pólvora iba a aplastarle el corazón o hacerlo saltar de su pecho.

Faltaban unas cuadras para finalmente llegar a una clínica que estaba prestando atención. Shigu jadeaba e intentaba respirar de manera irregular, y su corazón latía con fuerza mientras miraba asustado a través del cristal del auto. Angie lo abrazaba y acariciaba intentando calmarlo con la canción que había compuesto para él desde que lo adoptó siendo un pequeño cachorro –

♪ Shigurito de mamá ♪

♪ es el Chiquito de mamá ♪

♪ el Shigurito de mamá ♪

♪ es el Chiquito de mamá ♪

♪ el Shigurito de mami ♪

♪ es el Chiquitito de mami ♪ …

…. Con esta melodía y lágrimas en los ojos de perro y humana, el taxista se detuvo frente a la clínica, apurándose a abrir la puerta, para que aquella joven pudiera llevar a su amada mascota con el especialista que evitaría que la maldita pólvora detuviera su viejo corazoncito. El peludo tamaño labrador, aunque sin ningún pedigree, tenía el pelo de color café tan oscuro que parecía negro, y tan brillante y suave como la cobija de terciopelo con dibujos de huellitas en alto relieve en la que siempre dormía, sobre la cama, hecho una gigantesca bola al lado de su mamá humana. A pesar de ser adulto, jamás había perdido la ternura, curiosidad y alegría de un cachorro. Sus brillantes ojitos e imparable colita eran la mayor bendición que Angie hubiera encontrado en su vida, aunque aún no hubiera vivido tanto.

Los recuerdos de ese pequeño cachorrito encontrado hace más de una década en un basurero con la mandíbula desencajada y quemaduras en todo su cuerpo, y cómo se había convertido, esa cosita diminuta entonces, en un gigante al que amaba más que a sí misma y del cual no se separaba nunca; amenazaban con destrozar el corazón de Angie mientras el amable conductor sostenía la puerta para ella y su amor, sólo para darse cuenta que habían llegado demasiado tarde.



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En el texto hay: mascotas, navidad, amistad

Editado: 20.12.2018

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