Almas Gemelas

IV

Las luces eran de verdad hermosas, Linus no recordaba haber visto otras como esas. Y en ese lado de la ciudad no se escuchaba pólvora, lo que hizo aún más placentera la caminata, pues al igual que a Angie, no le gustaba el ruido que hacía y no terminaba de entender por qué a la mayoría de la gente sí.

—Además de Daniela, no tengo amigos muy cercanos —dijo Angie—. La mayoría se alejaron después de… en fin, a nadie le gusta estar conmigo, y no los culpo; a mí no me gusta estar conmigo. Pero me gusta estar contigo, y me gusta estar conmigo cuando estoy contigo. Es extraño sentirse así con alguien que acabas de conocer, no? —Linus se limitó a sonreír. Angie estaba regresando a ser quien era antes de lo que ella misma había llamado su muerte en vida, y eso significaba que aunque no socializara con mucha frecuencia, cuando lo hacía, hablaba bastante. Por lo que el silencio de Linus, que ella interpretó como timidez, no la incomodó ni impidió continuar la conversación—. ¿A dónde piensas ir a continuación? Digo, ¿estas viajando por acá no? Yo tengo algo de dinero ahorrado, desde que mi perrito no está, trabajo extra y no se me ocurre en qué gastarme lo que gano; así que si quieres podríamos viajar juntos unas semanas. Podríamos ir a San Andrés, es mi lugar favorito, solía ir allí de pequeña con mis padres. Es una preciosa isla en medio del mar Caribe que por suerte pertenece a este país. Y si sobra dinero, luego podríamos ir a…

—El sol está por salir —interrumpió Linus, a lo que Angie se sorprendió, pues no lo había hecho antes y no parecía habitual en él ser tan abrupto. Desde que salieron del bar, habían estado caminando uno al lado del otro, conversando e intercambiando sonrisas de manera tan natural y relajada, que Angie por primera vez en un año, sentía auténtica felicidad. Y sin embargo, algo en los familiares ojos azules de su nuevo querido amigo la alarmó, al escucharle decir estas palabras mientras detenía su paso para observar los rayos de sol que empezaban a asomarse detrás de las lejanas montañas que rodeaban la ciudad.

“Aún quedan unos minutos” le escuchó decir, mientras se detenía junto a él.

—Angie, ¿hay algo que aún no hayamos hecho, y quieras que hagamos antes de que acabe la noche de Navidad?

—¡Cantar! —respondió ella, evadiendo la sensación de inquietud que recién había aparecido. —Lo hago horrible, pero es tan divertido! y hace mucho no lo hago.  A ver si recuerdo un villancico de mi infancia… ah sí, este!

♪ Rudolph era un gran reno ♪

♪ que tenía la nariz ♪

♪ roja como un tomate ♪

Linus se echó a reír con bastantes ganas, era verdad que Angie cantaba horrible! Pero lo hacía con tanta alegría que hubiera podido escucharla por horas, si le quedaran.

—Vamos! Canta conmigo! Es imposible que puedas hacerlo peor… o, ¿no te sabes la letra? En ese caso, canta un villancico de tu país… que a propósito, no me has dicho qué país es ese.

Ignorando deliberadamente la pregunta, Linus dijo:

—No recuerdo villancicos, pero tengo una canción favorita. Una que amo desde que era… pequeño. —dijo mirando a Angie a los ojos, que tanto habían cambiado aquella noche, desvaneciendo poco a poco la tristeza que había en ellos hace varias horas cuando la vio por primera vez en el bar.

—Y bien, ¿vas a cantar esa canción que amas o pretendes que la adivine? —dijo ella, sintiéndose completamente cómoda con la mirada de esos ojos azules y sin embargo, aún sintiendo que una extraña incertidumbre amenazaba con apoderarse de su recién recobrada felicidad.

Desviando la vista hacia las montañas, que dejaban pasar cada vez más luz solar a medida que los segundos transcurrían, él comenzó a cantar:

♪ Shigurito de mamá ♪

♪ es el Chiquito de mamá ♪

♪ el Shigurito de mamá ♪

♪ es el Chiquito de mamá ♪

♪ el Shigurito de mami ♪

♪ es el Chiquitito de mami ♪ …

 

Angie se quedó helada. Esa canción no la conocía nadie! (excepto tal vez el taxista que los transportó a ella y a Shigure aquella noche, pero evidentemente Linus no era ese taxista).

Había compuesto esa melodía para su perro y sólo a él se la cantaba cuando estaban solos. Después de su muerte intentaba sin éxito, cantarla entre lágrimas al recuerdo que llevaba en su corazón. Pero jamás, jamás ningún otro humano la había escuchado.



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En el texto hay: mascotas, navidad, amistad

Editado: 20.12.2018

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