Angie permanecía agachada, con sus ojos cerrados, sintiendo aún la presencia etérea del ser que más había amado en la vida; sólo un sonido inusual la sacó de su trance. Un pequeño cachorro blanco con pintas naranja se encontraba a escasos centímetros de ella. Estaba sucio y delgado, pero no parecía herido; y sin embargo lloraba.
—¿Estás solo en el mundo, pequeño? —preguntó Angie. A manera de respuesta, el cachorrito movió su cola, aunque algo temeroso. Angie lo tomó en sus brazos mientras sonriendo, le decía:
—Pues ya no, ya no estarás solo nunca más.
FIN