Almas Gemelas

15. La culpa.

Aclaración: No se de procesos legales, por lo que todo lo que el careo que se va a ver no tiene que ver con la realidad. Entonces voy a decirles que todo es ficción y que no quiero luego comentarios acerca de eso. 

Aitana.

Muchos momentos en la vida sentimos que el aire nos falta, que al finalizar el día sencillamente no estaremos en este mundo muchas razones. Tengo el sentimiento de culpa, pero también uno en el que quiero demostrar que no soy tan culpable como me hacen ver. ¿Confuso? Bastante. Tengo miedo de que lo que sea que tengan que decir la familia de Maro me dañe de gran manera. 

Se que mi padre me está apoyando, mientras me toma de la mano, pero me falta algo y no sé qué es.

Nos encontramos en una larga mesa, donde se encuentra el juez, los abogados, nosotros, Guzt y su madre, Armando y su familia. La sala está en silencio, y todavía no entiendo que procede. 

—Según las investigaciones realizadas, tanto la joven Aitana Jones Hill y el joven Guzt Mendez Jilson, tenían constantes acosos contra la víctima, quien falleció hace tres años —Empieza el juez que lee las hojas que tiene en la mano —. Según pruebas, testimonios y grabaciones, ustedes dos agredían físicamente a la víctima, llevándolo a tomar la decisión de suicidarse. 

Las lágrimas amenazan con salir, pero las retengo con toda la fuerza posible. Es de esos días donde cada burla y cada maltrato viene a mi mente, diciéndome lo asco que soy de persona, lo cruel y que esto lo merezco, solo que no se como sobrellevarlo. 

—Mi cliente acepta la culpa con respecto a esos sucesos —Empieza hablar el abogado de Guzt. Quien se muestra con su actitud de indiferencia, pero se que en el fondo está con mucho miedo, él nunca va aceptar su culpa delante de los demás, pero individualmente lo hace —. Pero nunca acerca de incitarlo a quitarse la vida. 

—Es lo mismo —interrumpe la madre de Maro. La señora siempre ha sido de esas que reflejan el aspecto de una bruja, la arrogancia y la envidia fue algo que siempre me daba a entender. Lo demostró cuando renegaba tanto de mi madre y otras muchas veces —. Ustedes dos llevaron a que mi pequeño se quitara la vida —se le escapa un sollozo, el cual me provoca arcadas, es tan falso y allí está el problema, se habla de su hijo, no de alguien desconocido. 

—Tranquila, cariño —acaricia su espalda el padre de Maro. 

Este señor si es de esos que la apariencia engaña. Con su traje de un hombre ejecutivo, con su cabello bien peinado y demás aspecto que lo hacen ver muy pulcro. 

—Mi cliente tiene que evidencia de algo contundente para darles una replegaría —Habla el abogado de la familia de Armando, quien le pasa una USB al juez. 

Mi papá me aprieta más la mano, dándome la valentía suficiente en todo esto. El juez ubica la memoria en su computador y a través de una pantalla, el video inicia. 

Mi garganta se saca y mi oxígeno se atasca en la mitad de esta. Como olvidar ese día, como olvidar como de verdad sus ojos me miraron con miedo, como Lionel y Guzt daban miedo, como todo en general lo hacía. 


 

—¿Alguna vez te llegue a decir que sentí cuando te burlabas de mí? —pregunte. Mientras me sentaba en el frío piso de baño de los hombres —. Me sentía realmente fea, sentía que al final del día merecía vestirme de rosa como mis hermanas o que solo merecía esconderme en la apariencia de los hombres. 

Acaricie su mejilla, con rabia, con enojo y dispuesta hacerle daño. Maro retrocedió, haciendo que su espalda chocara con uno de los sanitarios. Lionel que estaba a mi mano derecha, tomó un balde con agua que acababa de llenar y se lo hizo sin piedad alguna. 

—Tu cara es demasiado horrible, pero con agua se ve mucho mejor —Maro se estremeció y se abrazó a sí mismo, queriéndose proteger de todo lo malo. 

—Nadie se mete con Aitana y tú lo hiciste —Guzt me rodeo, para quedar justo en frente de él —. Te tachan como una persona inteligente, como alguien que merece el reconocimiento. Pero, ¿de verdad lo mereces?

—Chicos…Bas−ta —Tartamudeo y se estremecía de frío —. Déjenme ir esta vez, yo de verdad no les estoy haciendo nada malo. 

—Lo hiciste antes —hable, mientras miraba mis uñas sin ver sus ojos. Posiblemente al hacerlo vería el culo de Guzt o el dolor en sus ojos —. Te mereces esto.

—Tana…

—¡No me llames de esa manera! —brame, enojada por cómo me llamaba. Muy pocas personas tenían el derecho de llamarme así.

—Siempre te pedí perdón.

—Con un perdón no basta. 

—Basta, mientras sigas en vida y mientras yo lo haga.

 

—Papá… Yo no quiero estar acá —hablo con la respiración ahogada. Me levanto del asiento y solo quiero huir. 

—¿La culpa? —pregunta Armando, con todo el veneno posible. Sus ojos tienen ese destello de enojo y hasta por este momento lo entiendo, si fuera la situación al revés yo estaría igual —. No hemos terminado. 

—Siéntese señorita —ordena el juez. Mi padre me atrae a su pecho, animándome a respirar de forma habitual. —¿Algo que decir? —pregunta a nuestros abogados. 

El nuestro nos mira y por un momento no estoy seguro de exponer a Maro de esa manera, tampoco que de alguna u otra forma entre a esa casa robando ese diario. 

El abogado de Guzt se adelanta y le pasa algo al juez, como otra USB. Miro a Guzt, quien solo encoge los hombros. Y no entiendo que pruebas alcanzó a reunir. 

Un video aparece allí y por poco me atraganto en mi propia saliva. 

En él aparece el nombre de una noticia, de hace tres años y con el la discoteca en la cual estuvimos hace unos meses. En ella alcanzo a ver a Maro al fondo, junto a el chico que era su novio o algo por el estilo, aquel que sus padres nunca aceptaron. En él se ve como el padre de Armando y Maro llega, gritando el nombre de Maro, cruzó por todas las personas que estaban en ese lugar. Al ver a Maro en la silla, sonriéndole al chico, no duda nada para tomarlo de su sudadera desde atrás y hacerlo caer al suelo. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.