Almas Gemelas

26. Nuestros problemas.

 

Austin.

Oh por Dios, ¿de verdad lo voy hacer?

No, Austin, todavía estás a tiempo entonces date la vuelta y no entres a ese lugar. 

¡¿Por qué carajos mamá me dio el permiso?!

Tomo aire, joder yo puedo. Entrar a un pasillo con puro metal, con un vidrio de por medio y una silla al frente donde van a traer al hombre que hizo parte de mi creación no es nada. Juego con mis dedos mientras tanteo la mesa. 

Cerrar ciclos. 

Esa misma definición utilizó Mateo para referirse a lo que pienso hacer. Cuando se los dije pensé que no me iban a entender, pero solo se miraron entre los cuatro para aprobar lo que pienso hacer. 

No sé si es lo correcto o lo que necesito por la sencilla razón que no soy como mis hermanos que vienen asistiendo a terapia y todo ese rollo. Sin embargo, yo no soy capaz de hablar de lo que siento abiertamente con alguien, me siento preso o me imagino que estoy en un tipo de interrogatorio que al final solo va a demostrar que soy el culpable de algo. 

El sonido de una puerta de metal me hace levantar la mirada y se va hacia donde traen a mi padre con sus manos esposadas, con ese horrible uniforme naranja. Sus ojos cafés conectan con los míos y un poco de mi valentía se esfuma. 

Su rostro se nota lo desarmado que lo ha podido dejar la cárcel, su tan avanzado envejecimiento, sus canas tapando todo el negro de su cabello, las cicatrices en su cara y estas soy consciente que son por algunas peleas que ha tenido con otros prisioneros. En pocas palabras se ve mal y eso hace que me sienta mal por él. 

—¿Q-qué haces acá? —titubea, el guardia lo sienta en su silla mientras él tiene cara de estupefacto, de seguro no se imaginaba que fuera a venir. 

—Yo-yo… —mi voz tiembla y bajo las manos para apretarlas. Una ola de rabia aparece, no quiero que vea lo débil que me ha hecho por la noticia desde que me enteré hace meses. 

—Hijo…

Esa es la misma palabra que decía años atrás y me hacía sentir feliz, yo era su hijo y alguien que lo quería demasiado. Han pasado diez meses desde que esto se volvió realidad, desde que nos mostraron su verdadero rostro, pero la sensación que aprietan mi pecho sigue presente. 

—Vengo por las respuestas que no he obtenido durante meses —mi voz sale sin temblores y me felicito internamente —. No quiero vivir en más mentiras. 

—¿Qué quieres saber? —agacha su cabeza —. Debes saber lo mismo que todos, mi peor error fue sentir algo por Ava Hill. 

—¿Por qué ella? ¿Mamá ya no valía nada para ti? —pregunto con amargura. 

—Esa es una pregunta realmente tonta —suelta una risa forzada —. Tu mamá será la única que quiero tener y quiero amar, pero el cuerpo es débil, Austin, y una mujer como Ava que se te ofrece en bandeja de plata era mucho más interesante que tu madre —No sé ni porque me da rabia, eran respuestas amargas que iban a salir de su garganta. 

—¿Te duele el hacernos pasar por tanto? ¿O no te importa ni un poco? 

—¿Ustedes están sufriendo? —bufa con enojo —¿Quién está encerrado en esta mierda de lugar? ¿Quién es el que está sin recibir visita de sus hijos? Yo soy el que está viviendo esta mierda no ustedes, que sean débiles y que no puedan levantarse de esos pequeños tropiezos que la vida les da no es mi culpa —Alza la voz e igual su cara, me mira con molestia y eso hace que la mía también crezca. 

—¿Acaso nosotros te pedimos que la mataras? —Se levanta de su puesto y golpea el vidrio. 

—¡Yo no la mate! —brama. Me levanto de mi puesto repitiendo su acción. 

—¡Si la mataste! —reitero —. Y por culpa de eso hemos tenido que pagar tus platos rotos. ¿Tanto valía esa mujer? ¿Tan poco valíamos nosotros? Y si, puede que la estés pasando de la mierda acá, pero nosotros también por el siempre hecho de ser los hijos de un asesino —Esta última palabra arde al salir de mi garganta y con eso basta para que él se descomponga —. Veo que ni en la cárcel vas aceptar que acabaste con una familia, que acabaste con sueños y jodiste a mi hermano. 

—Él se jodio desde el día que decidió quedarse y no irse con ustedes. No me pueden echar la culpa de todo. 

—Que mierda de padre eres —niego con la cabeza y chasqueo la lengua. Es frustrante estar con alguien que no se pone en tus zapatos ni por una puta vez en la vida, que no entiende que afuera de esto también se es señalado y se carga con la culpa que él dejó a la hora de saber la verdad. 

—Soy tu padre y el mundo quiso por algún motivo que yo lo fuera —vuelve a su conducta pasiva y me pregunto si no tendrá algún problema —. Diles que me vengan a ver, porque, aunque se nieguen hacerlo, va a llegar el día. 

—No esperes, porque él único idiota de la familia soy yo, ellos no. 

—Que vengas a ver a tu padre —recalca esta última palabra con un poco de malicia —, no te hace idiotas, pero a ellos tres sí.

—Me largo —Es lo único que puedo pronunciar antes de hacer el ademán de caminar hacía la puerta. 

—Soy tu padre, Austin, duela lo que te duela. 

Y para qué negarlo duele. 

Me gustaría creer que uno no elige a sus padres, porque definitivamente a él no lo hubiera elegido sabiendo como es. Sin embargo, hay a quienes la vida los premia y otros que sencillamente el karma son las mismas personas que te crearon. 

—Voy hacer una segunda cosa buena para esa familia. Ella la quiere matar y yo de ustedes la protegía. 

///

—Arriba ese ánimo —le susurro. Me regala una sonrisa a boca cerrada. 

La sala está en silencio, solo se escuchan las hojas de los portafolios de los abogados de ambas partes. Los padres de Maro y Armando no dejan de ver hacía el señor Mark quien está tratando de mostrar indiferencia a ellos. Según lo que le escuché de mi mamá, el mismo día que Aitana tuvo primera citación ese día se pusieron a discutir, y hoy estas que se dan a los puños los unos con los otros, pero se controlan. 




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