Almas Gemelas

28. No verte más.

 

Simón.

—Mi motivo de vida —musito. 

Esto para algunos podría ser suicida, de locos, pero para mi hermano era un paso para demostrarle a todos que hasta las locuras más grandes son los sueños de algunos. Si, estoy mal de la cabeza porque yo no soy igual que Alan, pero aun así estoy acá, esperando a que todos les terminen de poner el equipo y poder saltar. 

Alan tenía una lista con diez cosas que debía hacer a lo largo de su vida —Y sabemos que su vida no fue muy larga—, él creía que la vida se basaba de experiencias y de lo que esta te brindaba nuevo. Puedo decir que siempre fue valiente, cuando había peleas jamás dudaba a la hora de defenderse o cuando me defendía. Le gustaba vivir al límite, al punto que en una sola noche y por estar colgado del monumento al gran incendio. El cual es una figura icónica en Londres y a mi hermano que le gustaba todo lo relacionado con la historia le pareció bien estar colgado de lo más alto y sin pensar que tal vez no iba a poder con su propio peso. 

Joven se suicida de la manera más peligrosa

Ese era el nombre con el que decidieron llamar su historia, sin saber que era algo que él no quiso, tenía sueños por cumplir.

Y justo ahora es como ver a Alan al frente, con su cuerpo el cual estaba muy bien llevado por el ejercicio que hacia a diario, su cabello chocolate ondulado; su cara ovalada y su tono de piel morena, sus ojos negros —Algo que heredó de quien le dio el apellido—, grande de estatura y sonriendo. 

No me quiero morir, es algo que tengo presente. Sin embargo, me tengo que liberar, tengo que hacerlo en nombre de Alan, por todo el rencor que puedo guardar en mi corazón por lo que viví. Es la única forma de ser una persona limpia. 

—¿Están listo, chico? —inquiere el instructor. 

Somos ocho chicos en total a punto de practicar bungee en el puente Golden Gate acá en San Francisco. Con una altura de 67 metros de altura, nos acomodamos perfectamente el equipo para practicarlo, el cinturones y perneras para sujetar. En la parte de atrás nos engancha la cuerda elástica, y justo acá es donde caigo en cuenta si esto es lo mejor. 

—Recuerden que los permisos son costosos y que no hay reembolsos —anuncia uno del equipo. 

Se supone que esta actividad no es legal y menos en este puente, teniendo en cuenta que tiene un gran número de personas que se han lanzado para ya nunca regresar. No obstante, veamos acá en época de navidad a punto de tirarnos. 

—Preparados —me recuerdo en la baranda y el del equipo sostiene mi cintura. 

Mi cuerpo empieza a temblar y cierro los ojos antes de abrirlos y ver como la marea va pasando poco a poco. No se que pueda pasar, pero sin duda alguna necesito liberarlo. 

—Listos —me inclino mucho más, el frío me pega en la cara y antes de prepararme más mentalmente, terminan el conteo —. ¡Ya! 

Siento un vacío cuando me tiran, el corazón siento que se me va a salir, grito del miedo el nombre de mi hermano “¡Alan!”, sintiendo un maldito miedo cuando llego prácticamente al frente del agua, la cuerda vuelve a subir. 

Con un sudor recorriéndome toda la frente y mis manos temblándome, al tratar de tocar piso firme, me enredo en la cuerda y caigo en todo el pavimento de cabezas. Mi cabeza resuena y siento un dolor de cabeza. 

—¡Chico! ¡Te dije que esperaras! —hablan cerca —. Ahora por esto nos van a mandar a prisión. 

—Estoy vivo —farfullo con dolor, y sin pensarlo me doy cuenta de algo muy pero muy importante en este mundo —. Sigo vivo. 

 

Aitana.

 

—¿Cómo es que le explico esto? —pregunta con nervios Rett. 

Su teléfono no deja de sonar y yo no sé qué hacer. No llegamos todavía a San Francisco, por lo que no sabemos nada de Simón o Aran… Las cosas se están poniendo mal y más teniendo en cuenta la hora que es, prácticamente ya amaneció y por más que me han dicho que intente dormir no puedo. 

El pensar que él puede acabar con su vida me da algo, no quiero dejar de ver sus ojos vivos, no quiero…

Sin darme cuenta se ha vuelto para mí una persona muy importante, por alguien que ahora me veo preocupada y sintiendo una gran culpa por cometer el mismo error una segunda vez. 

No quiero dejar de ver sus ojos. 

No quiero dejar de escuchar su risa. 

No quiero dejar de verlo así sea de lejos en el instituto. 

No quiero dejar de ver el crecimiento que ha tenido un Aran a un Simón. 

Y al final de esto, se debe porque también lo quiero. 

—Yo hablo con ella —le extiendo la mano y él nervioso me lo entrega. Tomando una bocanada de aire, contesto y después de años vuelvo a escuchar la voz de mi madrina. 

—¿Por qué tu madre llamó preocupada a preguntarme por Aran? —Su voz sigue siendo igual de delicada, de risueña y aunque tenga ese tono de molestia, sigue siendo casi igual.

—Madrina —musito. 

—¿Quién es? —pregunta, en un hilo de voz —¿Tana?

—Si, madrina —sin darme cuenta escucharla a ella me trae muy bonitos recuerdos —. Se que no deberías decir eso después de tanto tiempo, pero estamos buscando a Simón, él no ha aparecido durante unas diez horas o más. 

—¿Qué? —escucho el sonido ensordecedor —. Por favor, ayuda a encontrarlo, él no puede hacer eso, Aitana —suena desesperada, por lo que siento a través de esta llamada el dolor como madre —. Aran no es como Alan, él no es así, él no es como su hermano…

No es si eso es malo o no, pero comprendo a qué se refería Simón al decir sus constantes comparaciones. Y aunque puede ser porque Simón es más cobarde, no quita el hecho. 

 —Lo vamos a encontrar —aseguro. 

—Gracias, pequeña —lloriquea. 

Le paso el teléfono a Rett antes de que a mí también me den sentimentalismo y así si no podemos. 




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