Almas Gemelas

Epílogo.

Epílogo. 

 

Años después. 

 

Una montaña, unas escaleras, un hombre jadeando porque es un flojo que no puede subir más de diez escaleras, si, ese definitivamente es mi día. 

Convencí a mi novio de venir a subir una montaña no fue la mejor idea. Tiene un buen físico en cuanto apariencia, pero mirando cómo respira tan pesadamente en cada paso me rectifica que los deportes nunca serán lo suyo. 

—Quita esa sonrisa de tu rostro —masculla, pasándose el dorso de la mano por la frente quitando restos de su sudor —. Te juro que amo lo que haces, y todo lo demás, pero traerme a subir una montaña de una elevación de 6.190 metros es demasiado para un ser como yo. 

—Deja de quejarte, aparte, ¿buscaste la altura? —pregunto. 

—Por supuesto, necesitaba saber si en este lugar me iban a sacar todo mi dinero o era un lugar solo para admirar la naturaleza. 

Amplío mi sonrisa, aunque subir muchos escalones para llegar a lo más alto de la montaña no es lo que más le gusta; no quita que ha estado tomando fotos a todos los árboles a nuestro alrededor y ver qué deducciones puede sacar de lo que ve. 

Los árboles en diferentes tonos de verde, la humedad que sueltan y el cómo hacen sentirte en tranquilidad, además de ver animales en esta parte donde ya hace bastante frío y donde tenemos que seguir avanzando si queremos ver el atardecer. Son de esas pequeñas cosas de las que me gusta compartir con él, nos gustan las nuevas experiencias, y aparte de lo que a él le toca esforzarse para subir la montaña, se que está relajado. 

—Vamos, faltan unos diez metros. 

—¿Diez? —abre la boca llevándose una de sus manos a la cadera —. Esto es una estafa, me la pase un mes ilusionado sobre nuestro viaje y lo único que voy a “agradecer” —pone entre comillas —, es mi maldito dolor de piernas. 

—Ay, no, Aran. Te quejas por todo —me cruzo de brazos —. Donde no llegues a la cima de esta montaña no me caso contigo. 

—¿Qué clase de amenaza es esa?

—La que te estoy haciendo si no te mueves —empiezo otra vez a subir los escalones y de reojo veo que él también. 

La verdad es que amo todo lo que me pueda proporcionar una nueva experiencia, y estar acá es algo que siempre había querido. No es de las montañas más conocidas, en realidad es muy poca gente que viene a escalar a este lugar. Sin embargo, me gusta que sea así, siento que entre más turístico ya es un lugar que he experimentado, ya sea por fotos o por videos. 

Me gustan las cosas que no muchos hayan vivido o compartido con los demás. 

Luego de media hora llego a la cima y sonrío. Definitivamente Alaska es un buen lugar para admirar vistas sobre la naturaleza. 

Mi prometido hace acto de presencia luego de diez minutos y al ver como esta con su cara roja, meneo la cabeza sonriéndole. Le ofrezco agua que se devora en segundos. 

—Estoy es una mierda. 

—¡Oye!, tú no eres grosero. 

—Y tú no eres decente, pero hay días en los que se necesita hacer.

Me acerco a él y sin importarme como su cara está de roja y el sudor que pasa por toda su frente; apoyo mi cabeza en su hombro. Lo abrazo, pero por nuestros gruesos abrigos no lo rodeo por completo. 

—Todo sea por casarme con la mujer que amo —susurra. 

—Que tierno —exclamo, divertida porque es de los dos él es cursi y no voy a negar que amo cuando lo es —¿Creíste que resultaríamos acá?

—Claro que no. Ni en mis peores pesadillas estaría acá subiendo ocho mil escaleras para ver una hermosa sabana. 

—Que aburrido, y no me refería a eso—gruño. 

—No hay devoluciones. 

—Todavía estoy a tiempo —me separo y pongo una mano en mi mentón pensándolo. Al ver su cara es todo un poema que solo me queda reírme. 

—Tengo un corazón débil —dramatiza llevándose a su pecho —. Respondiendo tu pregunta, jamás. Desde que me fui para Londres me dije a mi mismo que no íbamos a pasar de ser algo platónico, que posiblemente tendrías un montón de novios y que al final cumplirías tu sueño, y tal vez conseguirías una familia. 

—¿Tal vez? —enarco una ceja. 

—Si. No es que te veas de las que tendría una familia. Sin embargo, estamos a un mes de casarnos —sonríe, mientras mira nuestros anillos —. Es de locos. 

—Si lo es —concuerdo —. Ni tampoco me imagine terminar siendo profesora, yo odiaba a los niños —recuerdo. 

En eso me especialicé durante años; en ser profesora de educación física. No solo lo hice porque estaría en un terreno que me gusta, sino que podría ayudar de muchas maneras a las nuevas generaciones. Hoy en día trato de que en mi clase se vea mucho el respeto y la igualdad, y a pesar que he visto cómo las personas son crueles, recuerdo que lo hago porque no quiero que esos jóvenes pasen por algo como lo de Maro, Simón o los muchos que lo viven.

Por su parte Simón se especializó en negocios y con eso hoy en día tenemos un gimnasio en dos ciudades de California, yo lo ayudo contratando a los entrenadores y ese tipo de cosas. Él del resto. 

La verdad con el paso de los años aprendimos a mantener siempre la comunicación y esto lo digo cuando estuvimos en la universidad. Él desde Londres y yo en California, no fue muy fácil en un principio, sin embargo, luego encontramos la manera. 

Hoy en día vivimos en Kansas en un lugar donde solo somos nosotros y los que viven a nuestro alrededor. Esta decisión la tomamos al terminar la universidad y cuando él tomó la oportunidad de un trabajo en ese mismo lugar; yo tomé mis cosas y me fui a vivir con él. Para muchos fue una locura, siempre había vivido en San Diego y de repente vivir era algo cuestionable. Sin embargo, yo lo vi como una oportunidad de estar más cerca de quien amo. 

No fue algo de lo que me arrepienta. 

El color naranja combinado con amarillo empieza a verse en todo el horizonte. Pego mi espalda a su pecho y me abraza con fuerza. 




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