Almas Gemelas

Extra 1.

Extra 1.

 

—Ve y jode a tu abuelita, Pablo —Le gruño a mi hermano, a quien se le dio por calmar sus nervios conmigo mientras juega con mi cabello —¡Madura!

—Nunca —Se aleja de mi cabello y se levanta de la butaca de donde estaba sentado, y se empieza a mover con fuerza estirando sus manos para arriba y para abajo. 

—Pablo, ya te has subido al escenario durante mucho tiempo. ¿Qué sigues temiendo? —inquiero, tomando de una peinilla que reposa en todo el equipo de backstage. 

—Porque no me gusta fallar. El subirme dos horas allí a cantar con los chicos no es un juego, lo disfruto es algo que amo hacer, pero no quiere a decir que no sepa que tengo una gran responsabilidad, porque no pienso fallarles, ni mucho menos a mí —Pasan los años y todavía me asombro ver como disfruta de esto, pese a que también ha vivido cosas muy difíciles, alejándolo de muchas cosas que amo. Sin embargo, se que cada vez que está al frente cantando para tantas personas lo disfruta, igual que los demás.

—Estoy orgulloso de ti, Pablito —él ríe, pero me levanta de mi puesto y me abraza. 

Es mi complemento, y aunque esto parezca muy homosexual, me vale, es mi hermano. 

—Bueno, ve a que te tiren las bragas. Ya sabes debes darme unas cuantas —le señalo. 

—Me pregunto hasta cuando dejaras de ser tan cochino —se queja, manteniendo su risa. 

—Recito tus mismas palabras. Nunca. 

Llega Bea con todos los chicos para que se reúnan para hacer su habitual ritual antes de salir al escenario. Acomodan sus vestuarios antes de hacer el conteo para que salgan hacer eso que tanto aman. 

Por mi parte me dedico a despedirme del equipo y salir del lugar. 

Hoy es mi día de descanso de la emisora, ya que como soy el explotado por el equipo —Y no, no lo digo en chiste—, desde mi horario tan temprano, hasta mis noches al llegar a casa. El periodismo deportivo requiere de tiempo, dedicación y sobre todo de saber de dónde buscar información. Anunciando los nuevos partidos, sobre las lesiones que algunos puedan tener, o ese tipo de cosas. Me gusta mi trabajo, hace que mi mente se distraiga y me gusta el ambiente en el que laboró, sin embargo, hay días que necesitas un respiro de todo. 

Con las personas corriendo concentrados en todo su trabajo, desde los reflectores, la música y ver que el equipo de sonido que ahí en todas las instalaciones.

Al salir me encuentro con muchas personas que no pudieron entrar, pero que aun así no se marchan y vienen con sus tantos regalos. 

—¡Es Austin! —grita una de ellas al notarme, y empiezo a caminar con rapidez. 

Soy conocido en lo que cabe por mi trabajo y por ser uno de los guapos hermanos de Pablo. Porque si, ahora que es famoso vivimos de esta manera huyendo de cualquier persona que nos pueda identificar como eso, aunque lo único que rescato de esto es que ver a Mateo molesto me da años de vida. 

Camino con agilidad entre los carros hasta llegar donde estacione mi sedán de cuatro puertas —El cual es sencillo, pero es muy accesible —. Antes de poder abrir la puerta, al mirar hacia atrás veo cómo dos mujeres van pasando y al pasar la multitud de personas, hacen que una de ellas caiga al suelo. 

—¡Tengan cuidado! —grita la señora. 

Sin prestar atención a que ahora muchas de ellas me toman fotos me desplazo hasta llegar a ellas. 

—¿Se encuentra bien? 

La señora la cual me mira con fiereza, me regala una mueca y asiente de mala gana. Al mirar a quien hicieron caer me encuentro con unos ojos que viven en lo más profundo de mi memoria. Sus ojos grises, su nariz respingada y sus gruesos, siguen exactamente como estaban hace años atrás. 

Es obvio que eso no le iba a cambiar, Austin.  

Y a ella si la recordé, cosa que la señora a mi lado no. Y ella es su madre, la misma que la recogió el día del accidente. Busco con mi mirada su silla de ruedas, pero no la encuentro, solo veo dos muletas tiradas. 

—Lo siento —me disculpo. 

Todavía se puede escuchar cómo las personas murmuran mientras observan lo que estamos haciendo.

—Eres tú —musita, viéndome con los ojos abiertos de par en par.

—¿Quién? —pregunta su madre, quien se hace en un ángulo en el cual me puede observar mejor —Mmm… ¡Eres el chico ese! —exclama, quitando su anterior actitud.

Les sonrío, me agrada esta linda sorpresa de la vida. 

—No pensaba volverlas a ver, pero, ¿qué hacen en Nueva York? —pregunto, sin discreción alguna. Ambas comparten una mirada, con la chica todavía en el suelo.

—La verdad es que vengo por trabajo —explica la chica —, y también asuntos familiares. 

—Ven, te ayudo a levantarte —me ofrezco —¿Las muletas? —ella asiente. 

Las recojo y escuchando suspiros por parte de las personas que no han querido marcharse —Manada de chismosos—, le paso las muletas y con ayuda de su madre la ayudo a levantarse. 

Me gustaría preguntarle si superó su condición o porqué no está en silla de ruedas y si en muletas. Sin embargo, me abstengo, no soy de su total confianza para hacer esas preguntas, que años atrás hubiera preguntado sin dudarlo. 

—Soy Austin —le ofrezco mi mano cautivado por su presencia. 

Ella mira mi mano y al verme a los ojos veo algo de ilusión, no entiendo su reacción. Acepta mi mano y una corriente me recorre el cuerpo. 

—Soy Isabella.

 




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