En un mundo que se asemeja al nuestro, pero con una diferencia crucial, las relaciones interpersonales son profundamente distintas. Aquí, encontrar el amor no es un acto de elección, sino una programación biológica.
Mi historia comienza en un mundo donde el amor hacia la familia está programado genéticamente. No es una elección; es una obligación incontrolable. Desde el momento en que se nace, el amor entre padres, hijos y hermanos crea una conexión inquebrantable. Parámetros como la lealtad y la protección no son opcionales; están profundamente codificados en los genes. Sin importar cuán malas puedan ser las personas, este vínculo impide que puedan lastimar o incluso odiar a sus familiares. Y aquí es donde radica la verdadera pesadilla de este gen: la imposibilidad de escapar de la sangre que te une.
Este mundo, aunque similar al nuestro en problemas como robos, asesinatos, guerras y discriminación, guarda una diferencia impactante en las relaciones amorosas. Aquí, las personas viven y forman familias según un gen que dicta las almas gemelas. Este gen restringe el amor a una única persona, sin importar el género, la edad, la raza o la nacionalidad. Es como si cada persona estuviera incompleta, y solo al encontrar a su otra mitad, se sienten completos.
La mayor diferencia con nuestro mundo es que ellos no pueden elegir a quién amar. No existe la posibilidad de cambiar de pareja si las cosas no funcionan. Y lo más sorprendente: no pueden sentir amor ni deseo por nadie más que por su alma gemela. En este mundo, problemas como la violación o la prostitución son inexistentes.
Hoy en día, es relativamente fácil encontrar a tu alma gemela gracias a una tecnología que conecta el gen de cada persona con su pareja ideal en el momento adecuado. Desde el nacimiento, los padres saben quién es la otra mitad de su hijo, dónde vive y cuál es su género. Sin embargo, antes de esta tecnología, encontrar a la propia alma gemela era mucho más difícil. Muchas personas morían solas, sintiéndose incompletas, porque nunca encontraron a su otra mitad.
¿Pero qué pasa cuando, a pesar de toda la tecnología, no puedes encontrar a tu alma gemela?
¿Qué harías por encontrarla? Ese es el caso de Alan, quien lleva más de cinco años esperando conocer a su alma gemela. Durante mucho tiempo le dijeron que su otra mitad aún no había nacido o que no estaba registrada. Al principio, Alan creía que eso era posible, pero con la evolución de la tecnología, descubrió que esa probabilidad era inferior al 1%. Desde que se nace, los bebés son registrados, y los padres saben quién es el alma gemela de sus hijos, dónde vive. Cuando los niños crecen y son conscientes de ello, sus padres deciden si revelarles la identidad de su alma gemela para que puedan conocerse.
El proceso de encuentro lo deciden los padres o el gobierno cuando llega a la edad de 20 años. Este encuentro solo debe realizarse cuando vayan a estar juntos, porque el gen del alma gemela provoca que, al conocerse, se despierten sentimientos muy similares a lo que en nuestro mundo llamamos "amor a primera vista." Las personas entran en una etapa de enamoramiento perpetuo, y a medida que se van conociendo, estos sentimientos se fortalecen, despertando esporádicamente el deseo sexual. Es como un proceso que evoluciona con el tiempo.
Por este motivo, Alan decidió que quería conocer a su alma gemela cuando tuviera veinticinco años. Sin embargo, al no encontrarla en los registros, a diferencia de muchos de sus amigos, comenzó a preocuparse. Su mejor amigo, Josh, encontró a su alma gemela desde niño, una de las hijas de su vecina. Por ello, se casaron muy jóvenes, a los dieciocho años, ya que sentían que no podían estar separados por más tiempo. Alan siempre soñó con conocer a su amor durante la niñez, pero al ver que no sucedió, esperó a la adolescencia, y tampoco ocurrió. Él deseaba un amor más espontáneo, menos forzado, pero eso nunca pasó. Por eso, decidió esperar a tener una estabilidad mental, educativa y económica para preguntarles a sus padres quién era su alma gemela. Sin embargo, al enterarse por ellos de que esa persona aún no existía, se desesperó y fue directamente a la empresa tecnológica, donde le hicieron exámenes nuevamente, descubriendo que no había ninguna persona compatible con él en los registros. Han pasado cinco años desde entonces, y Alan se siente solo y desolado al saber que, entre todas las personas del mundo, no hay nadie compatible con él.
April, por otro lado, tiene veintiocho años y ya ha construido una vida estable. Siempre ha sido romántica, aunque ha ocultado ese lado de su personalidad, consciente de que en su mundo el amor es tan volátil como un cambio de ropa. Durante meses, ha intentado encontrar a alguien que encaje con ella, pero no lo ha logrado. Es como si la persona que busca no existiera en este mundo. Sin embargo, sus sueños, en los que ve a un chico cuya cara no distingue, son tan reales que la impulsan a seguir buscando. Lo que April no sabe es que ese amor que tanto anhela no está en su mundo, sino en otro, un mundo tan lejano y a la vez tan cercano que jamás lo imaginaría.
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Editado: 16.11.2024