El refugio donde Alan y April se escondían era un pequeño santuario alejado de la perfección pulida de la ciudad. Era una casa de madera antigua, oculta en un bosque denso donde la tecnología no llegaba, un rincón olvidado por el sistema. La lluvia golpeaba suavemente el techo, creando una melodía rítmica que envolvía la noche en un susurro melancólico.
Alan encendió una chimenea con leña que había encontrado en el almacén. Las llamas iluminaron el espacio con una luz cálida, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. April, sentada en una manta junto al fuego, abrazaba sus propias piernas mientras observaba a Alan. A pesar de todo lo que había sucedido, de la persecución, de la incertidumbre de su futuro, en ese momento solo existían ellos dos y el latido de sus corazones.
—Nunca había sentido esto antes —susurró April, rompiendo el silencio.
Alan se giró para mirarla, sus ojos azul profundo reflejando el brillo del fuego.
—¿A qué te refieres?
Ella bajó la mirada, nerviosa.
—A esta conexión. En mi mundo, el amor es una elección, algo que puedes tomar o dejar. Pero esto… —levantó la vista y lo miró fijamente—. Esto se siente como algo que no puedo controlar.
Alan sonrió con suavidad y se acercó, sentándose a su lado.
—Eso es porque no tienes que controlarlo. Solo tienes que sentirlo.
Hubo un silencio cargado de electricidad. Alan levantó la mano y rozó la mejilla de April con la yema de sus dedos. Ella cerró los ojos al sentir su tacto, una calidez recorriendo su piel.
—Tienes frío —susurró Alan, deslizando la manta sobre sus hombros.
Pero April no quería más barreras entre ellos. Se movió lentamente, deslizándose debajo de la manta junto a él, acercándose hasta que sus cuerpos se encontraron. Alan sintió el calor de su aliento contra su cuello, y su autocontrol comenzó a tambalearse.
April alzó la mano y la pasó suavemente por la nuca de Alan, enredando sus dedos en su cabello. Él exhaló con fuerza, sus labios apenas rozando los de ella, como si estuviera pidiendo permiso.
—Alan… —susurró April, y eso fue todo lo que él necesitó para cerrar la distancia.
Sus labios se encontraron en un beso lento pero intenso, explorándose con la misma curiosidad con la que habían descubierto sus mundos. Alan la sostuvo con firmeza, su mano deslizándose por la curva de su espalda hasta su cintura. April respondió presionando su cuerpo contra él, sintiendo la fuerza contenida de su deseo.
El mundo exterior desapareció. No existía la persecución, ni los científicos, ni las reglas que los querían separar. Solo estaban ellos, dos almas destinadas a encontrarse contra todo pronóstico.
Alan la tumbó con suavidad sobre la alfombra, su peso apenas sobre ella. Sus labios exploraron la línea de su mandíbula, descendiendo por su cuello en un rastro de fuego. April arqueó la espalda, sus manos recorriendo la musculatura firme de Alan, descubriendo la sensación de su piel contra la suya.
La tormenta afuera rugía con más fuerza, pero dentro de la cabaña, el calor solo crecía.
—Dime que quieres esto tanto como yo —susurró Alan contra sus labios, su respiración entrecortada.
April lo miró a los ojos, perdiéndose en el azul intenso de su mirada.
—Nunca he querido nada más.
Y en ese momento, no importaba lo que vendría después. Esa noche era solo suya.
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Editado: 05.02.2025