Almas Gemelas

Capítulo 12: Interferencia

El cielo comenzaba a teñirse de un gris plomizo mientras April y Alan recorrían el viejo sendero hacia el nodo muerto. Él llevaba una pequeña mochila con las herramientas necesarias: un decodificador de datos, un modulador genético y un dispositivo de camuflaje térmico. Ella, cubierta con una capucha oscura, caminaba a su lado con paso decidido, aunque los nervios le cosquilleaban en el estómago.

La antigua estación de transferencia estaba cubierta por la maleza, como si la naturaleza intentara ocultar lo que alguna vez fue un núcleo brillante de tecnología y control. Alan forzó una puerta oxidada y, tras una serie de códigos ingresados manualmente, accedieron a un pasillo lleno de polvo, cables desconectados y pantallas apagadas.

—Estamos aquí —dijo Alan, con un suspiro. Su voz sonaba tensa, alerta—. Si todo sale bien, en menos de dos horas estarás registrada en el sistema.

—Y si no… —empezó April.

—Si no, correremos. Pero juntos —le respondió con una mirada firme.

Se adentraron hasta el núcleo central. Las luces parpadearon al encender el sistema manualmente. Alan se sentó frente a una consola, conectó los dispositivos y comenzó a trabajar. La pantalla cobró vida con líneas de código y matrices genéticas. El sonido de los ventiladores y los zumbidos electrónicos llenaron la sala.

April observaba en silencio, pero algo dentro de ella empezó a inquietarse. Un escalofrío recorrió su espalda. El aire cambió. Demasiado silencio. Demasiada perfección en medio del caos.

De pronto, un clic metálico resonó a sus espaldas. Ella se giró justo a tiempo para ver una figura surgir de la sombra: un hombre de rostro inexpresivo, ojos grises como el acero y un uniforme negro sin insignias. Detrás de él, dos más. Eran parte del Cuerpo de Control.

—¡Alan! —gritó April, retrocediendo.

Alan alzó la vista, y su rostro se endureció al instante. Sin pensarlo, se levantó, colocándose entre ella y los intrusos.

—No tienen derecho a llevársela —dijo, firme.

El agente principal habló con voz modulada, casi sin emoción:

—Esta alma no pertenece a nuestro sistema. Está creando una anomalía. Su presencia interfiere con el equilibrio emocional de los registrados.

—Ella no es una anomalía. Es mi complemento —dijo Alan—. Si de verdad creen en la perfección del sistema, deberían entender que encontrarla a ella es parte del diseño.

Hubo un breve silencio. Uno de los agentes miró la consola y alzó una ceja.

—Estás intentando forzar una inscripción no autorizada. Eso es traición.

Alan apretó los dientes. April lo agarró de la mano, temblando.

—¿Qué harán con ella si se la llevan? —preguntó, sabiendo que la respuesta la aterraría.

—Será borrada. No fue creada por este sistema. No tiene valor para la preservación genética.

April se paralizó. Alan, sin pensarlo dos veces, lanzó una pequeña cápsula de humo al suelo. Todo se volvió niebla y gritos. Ella sintió que la tomaban del brazo y corrían juntos, a ciegas, por pasillos alternos que Alan parecía conocer bien.

Cuando salieron al exterior, la lluvia comenzaba a caer. Jadeando, se adentraron en el bosque. No sabían si los seguían, pero no podían detenerse.

—¿Y ahora? —dijo April, empapada, con el corazón desbocado.

Alan miró hacia el horizonte. En sus ojos no había miedo, sino decisión.

—Ahora, vamos a encontrar a los que crearon este mundo. Necesito respuestas. Necesitamos una salida. Porque si no hay un lugar donde podamos existir juntos… entonces lo construiremos.




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