Almas Gemelas

Capítulo 15: La Grieta en el Código

El día después de la simulación, el mundo no fue el mismo.

La ciudad había sido diseñada para el equilibrio. Cada luz, cada sonido, cada paso estaba controlado por un sistema casi perfecto. Sin embargo, en la mañana siguiente, esa perfección mostraba fisuras. En lo alto del cielo artificial, donde antes solo había nubes blanquecinas programadas, ahora flotaban manchas más oscuras, pequeñas anomalías eléctricas visibles como rayas violetas.

No era un fallo crítico. Pero era algo.

Una grieta en el código.

Desde el centro de control, los técnicos revisaban pantallas interminables de datos. La red emocional que regulaba las ondas neurocompatibles mostraba patrones irregulares, especialmente en los sectores donde Alan y April solían moverse. Lo más desconcertante: no había una causa clara.

“Anomalía en expansión”, decía el informe principal.

Pero no solo era un tema de números. Se sentía en la atmósfera. Las calles, habitualmente silenciosas y ordenadas, parecían más humanas. Las parejas asignadas se demoraban más en sus paseos. Los niños reían más fuerte. Y en los rostros de los adultos, empezaban a aparecer gestos que antes solo existían en los registros históricos: duda, melancolía, deseo de algo no programado.

Alan y April lo notaron de inmediato.

En su apartamento, minimalista y pulcro como todo en esa ciudad, April pasaba las mañanas observando el horizonte desde el ventanal. Las primeras veces, se había sentido como una intrusa, como un error caminando entre un mundo que no le pertenecía. Pero ahora, había algo en el aire que la hacía sentir… parte de él.

Una tarde, mientras Alan revisaba los reportes de la red, ella le dijo:

—Todo parece más real ahora.

Alan levantó la mirada desde la pantalla, sus ojos intensos reflejando las luces verdes de los datos en movimiento.

—¿Cómo así?

—Antes, sentía que todo estaba en pausa. Como si yo me estuviera moviendo, pero el resto del mundo estuviera congelado. Ahora, siento que… late. ¿Te das cuenta?

Alan se acercó y apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos.

—Yo lo siento. Y no es solo contigo. Ayer, en la plaza, vi a un hombre sentado solo en una banca. No parecía esperar a nadie. Solo… estaba allí. Y sonreía.

April esbozó una sonrisa suave.

—En mi mundo, eso era lo normal.

—Aquí no —dijo Alan en voz baja.

Mientras tanto, en la Torre Central, el Consejo Supremo se reunía en lo que llamaban “la Cámara de Equilibrio”, un salón ovalado de paredes blancas puras, sin ventanas, iluminado solo por la luz azul de los servidores que recorrían las paredes como raíces de un árbol tecnológico.

Los Fundadores hablaban en susurros controlados.

—Si la red sigue desestabilizándose…

—Debemos actuar antes de que el efecto se vuelva sistémico.

Uno de ellos, Cassian, permanecía en silencio. Miraba los registros de Alan y April proyectados ante él. Los vídeos de la simulación, las ondas cerebrales entrelazadas, las fluctuaciones de sus emociones.

Recordaba la frase que había pronunciado la inteligencia artificial al final de la prueba: “Vínculo validado. Nueva ruta de programación activada.”

Cassian no pudo evitar desconectar discretamente su pulsera de regulación emocional, un simple gesto con consecuencias enormes para alguien de su rango.

Sintió por primera vez en décadas algo parecido a ansiedad. Pero también libertad.

Mientras tanto, los ciudadanos empezaban a actuar de formas inesperadas.

Primero fueron los llamados “sin conexión”. Personas que, por motivos genéticos, nunca habían encontrado su alma gemela asignada. Se suponía que ellos vivían en estados de tranquilidad inducida para evitar el sufrimiento. Sin embargo, ahora comenzaron a tener sueños: imágenes vagas de rostros desconocidos, ciudades diferentes, luces de colores que no correspondían a nada en el sistema.

Alan observaba estos reportes a diario.

Lo comentaba con April por las noches, mientras caminaban por la ciudad, tomados de la mano.

—Mira —dijo una vez—. Él era uno de los sin conexión.

Señaló a un joven sentado en las escaleras de un edificio, dibujando en una tableta de luz. El chico miraba hacia el cielo con una expresión ausente, pero había algo… diferente en su postura. Como si esperara algo. Como si creyera en algo.

April se le quedó mirando largo rato, en silencio.

—Están despertando —susurró.

En esos mismos días, April comenzó a notar cambios dentro de sí misma. No solo emocionales.

Una tarde, mientras se lavaba el rostro, alzando la vista hacia el espejo, notó que el color de sus ojos había cambiado ligeramente. De su habitual marrón oscuro, ahora parecían reflejar matices ámbar, casi dorados.

Pero no era solo eso. Cuando Alan se acercaba, podía sentirlo incluso antes de que entrara a la habitación: su presencia, su estado emocional, su inquietud.




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