Almas Gemelas

Parte 2

— Mamá, lo siento, si yo no te hubiera dicho nada estarías bien... perdóname.

— No Isabel, eres tú a quien debo pedir perdón, debí darme cuenta de lo que pasaba, no tienes culpa de nada, te amo...

— ¿Mamá? MAMÁ — la joven la sacudió desesperada, pero su madre ya había muerto.

Al salir del hogar de menores, Isabel buscó un trabajo decente en lo que fuera, terminó lavando platos en un lugar lujoso, allí la siguieron tratando mal. Pero ella no reclamaba cuando la traban mal, porque sentía que así purgaba el haber hecho que su madre terminará en la cárcel, y muriera, sentía que no se merecía nada bueno en su vida. Es la maldición se decía.

Unos años después tuvo por fin una pareja, Ciro, un moreno que al principio se portó bien con ella, la trataba como a una reina, pero con el tiempo empezó a sugerirle como vestirse o quienes debían ser sus amigos, ella insegura, le hacía caso para no perderlo, incluso él le ordenó que no se cortará el cabello, y no se maquillará, que usará ropa ancha y larga, y si veía que ella miraba siquiera a otro hombre le empezaba a gritar.

Antes de un año de convivencia Ciro se puso frío con ella, se la pasaba mirando televisión, mientras Isabel estaba sola en la cama, con el tiempo descubrió que estaba con otra mujer, cuando le reclamó comenzó a golpearla. Al final ella se alejó de él, pero Ciro no la dejó tranquila, si la veía tener cercanía con un hombre la emboscaba y le daba una paliza, así tuvo que cambiarse cada cierto tiempo, y ni así podía huir del tipo.

A los meses la mujer ya no tuvo donde esconderse, ya ninguno de sus amigos quería meterse en esos "líos de pareja", y quiénes la apoyaron fueron golpeados o sus casas apedreadas por el tipo.

— Nadie me deja, vuelve o juro que te mataré.

— No quiero verte más — gritó aterrada la mujer, sin saber cómo le explicaría lo que pasó a su amigo que la dejó quedarse solo por una noche, ahora la casa estaba con todas las ventanas rotas.

— Eso no lo decides tú, te encontraré, aunque te escondas en el infierno, desgraciada, de mí nadie se ríe, seguro te acuestas con el tipo que vive aquí.

Ese fue el último contacto que le quedaba de su infancia, así que Isabel tomó todo el dinero que le quedaba y decidió escapar a otro país y empezar de nuevo con 30 años. Pudo pasar con un coyote a EE. UU. que ya tenía un negocio donde la iba a vender junto con otras mujeres, pero casi al llegar los descubrió la policía, la mujer escapó sola, pasó unos días oculta en el desierto, por suerte con su madre, cuando no tenían dinero, vivieron en la orilla de playa, así que sabía cómo mantenerse a la intemperie, hasta que por fin llegó a una pequeña ciudad, al recorrerla vio que necesitaban alguien para la limpieza en un hotel, por suerte no le hicieron preguntas y le pagarían al contado, así luego de un mes de dormir en la calle, pudo arrendar una casa de un ambiente.

Todo iba relativamente bien, al principio un par de veces uno de los alojados la había obligado a tener sexo con él, y luego la dejó fuera de la habitación, le tiraba unos billetes al pasillo y cerraba la puerta. Debido a esto ella empezó a usar el pelo largo en una trenza, ya no se maquilló, usaba ropa muy ancha, rió irónica al recordó que así le gustaba a Ciro que estuviera.

"Tal vez tenía razón, no debí dejarlo, él me cuidaría, y nadie me dañaba... a no ser él".

Unos años después, cuando ya tenía 33 años, en su casa escuchó un sonido raro, como si algo metálico golpeara el piso con regularidad, cuando quiso levantarse y ponerse sus lentes, alguien la empujó contra la cama, solo escuchó una especie de risa, y luego una respiración al lado de su cara.

— Suéltame — quiso decir ella, pero cómo tenía la boca tapada, nada salió de su garganta.

Sintió que el atacante con su mano libre le levantaba el camisón, en su mente revivió lo que pasó con su padrastro, cerró los ojos y con una fuerza que ni ella sabía que tenía lo empujó, pero no pudo evitar que el atacante le acuchillará el brazo, a pesar del dolor corrió y salió por la puerta de atrás de la pequeña casa, justo allí la vio una patrulla.

— Señora ¿Está bien? — preguntó el patrullero.

— Sí, me caí y me herí el brazo, sin lentes soy como un topo — no quería decir nada de lo que pasó por miedo que descubrieran que era ilegal y la deportarán.

Los uniformados la iban a llevar a una clínica, pero ella se negó, así que llamaron a la única amiga que había hecho en ese lugar, Virna, era también latina, con permiso legal de trabajo, era la recepcionista en el mismo hotel que donde trabajaba. Demoró media hora en llegar.

— Yo me haré cargo oficial, gracias.

Las mujeres se fueron lo más rápido que pudieron. Cómo la casa quedó abierto el policía fue a cerrar la puerta trasera, al mirar con la linterna vio unas huellas raras, a las que tomó fotografías. Casi un mes después el mismo oficial golpeaba la puerta de Isabel.

— ¿Qué pasa? — respondió asustada al verlo.

— ¿Es la Sra. Isabel, verdad? Se acuerda de mí.

— Soy yo... ¿Usted fue el que me ayudó cuando me corte el brazo?

— Así es, necesito que me acompañe a la comisaría.

— Yo no he hecho nada, estoy legal en el país — mintió asustada.

— No es por migración, por favor venga con nosotros.

En la oficina a la que la llevaron, la esperaba un hombre alto, de piel verde, camisa blanca, pantalón y chaqueta moradas, con un turbante, era un namek muy alto y serio, tanto que a la mujer le dieron ganas de huir, por suerte el compañero era un humano de sonrisa amistosa, y lentes gruesos, usaba un chaleco que le daba un aire intelectual.

— Sra. Isabel, soy el Detective Son Gohan, y mi compañero el Sr. Piccolo, queríamos conversar con usted.

— No hice nada malo — dijo asustada abrazando su cartera.

— Lo sabemos, es por el intruso que entró a su casa hace casi un mes.



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En el texto hay: miedo suspenso

Editado: 12.08.2022

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