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Hay momentos en los que no cambia nada por fuera…
pero todo se empieza a mover por dentro.
Las mismas personas,
la misma rutina,
el mismo cielo…
pero vos ya no sos la misma.
Algo se activó.
Algo se abrió.
Algo empezó a vibrar distinto.
No sabés bien qué fue.
No lo podés explicar.
Pero lo sentís.
Y no es una imaginación,
ni una moda,
ni una crisis.
Es el alma.
Es la señal.
Es el susurro que viene desde muy adentro,
como si alguien te dijera sin palabras:
> “Despertaste.”
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Y ahí empezás a notar cosas raras.
Más sensibilidad.
Más intuición.
Más lágrimas que no sabés de dónde vienen.
Más preguntas que nadie responde.
Más silencios que se sienten llenos.
Y aunque no entiendas del todo qué te pasa,
sentís que ya no podés mirar el mundo igual.
No es que te volviste distinta.
Es que te estás volviendo *vos*.
Sin filtros.
Sin máscaras.
Sin la necesidad de encajar.
Porque hay una verdad interna que empieza a latir,
una especie de certeza suave…
que te dice que estás empezando un viaje.
Uno que no tiene mapas,
pero sí señales.
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Y así, como quien no lo planea,
te vas alejando de algunas personas,
de algunos lugares,
de algunas versiones de vos misma.
No por enojo.
No por soberbia.
Sino porque ya no vibran con tu nuevo ritmo.
Estás cambiando.
Estás despertando.
Estás volviendo a casa…
aunque todavía no sepas a dónde vas.
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Este capítulo no es una explicación.
Es un reflejo.
Una caricia para tu caos.
Una forma de decirte que *lo que sentís es real*.
No estás sola.
No estás confundida.
No estás exagerando.
Estás *recordando*.
Y aunque ahora todo parezca raro,
difícil, intenso…
este es el primer paso.
El paso más valiente.
El más necesario.
El más verdadero.
Porque cuando todo empieza a sentirse distinto…
es porque algo hermoso está por comenzar.