-
-
Desde que tengo memoria, supe que algo en mí no encajaba del todo. No era solo por lo que hacía o pensaba, sino por cómo sentía. Mientras otros parecían vivir siguiendo un ritmo marcado, yo caminaba al compás de una música que nadie más escuchaba.
De niña, esa diferencia me hacía curiosa. Miraba el cielo y podía pasar horas imaginando que allí estaba mi verdadero hogar. Pero, con el tiempo, entendí que ser diferente también duele. Que no siempre es fácil ser quien ve lo que otros ignoran, o sentir lo que otros no comprenden.
Aprendí a callar mis intuiciones para no incomodar. A esconder mis visiones para no parecer extraña. Y sin darme cuenta, empecé a vestirme con una máscara que no era mía. La herida de ser diferente no está en lo que somos, sino en el rechazo que encontramos cuando lo mostramos.
Pero un día, comprendí que esa herida también era un portal. Que las lágrimas que derramé por no encajar habían regado las raíces de algo más grande. Porque la verdad es que no vine a encajar… vine a encender luces donde otros solo ven sombras.
Ser diferente es un don disfrazado de herida. Y cuando dejé de huir de esa parte de mí, el mundo empezó a revelarse de otra manera..