-
-
Durante mucho tiempo pensé que mis pensamientos eran un espacio privado, un rincón seguro donde solo mi mente y mi corazón podían conversar. Creía que esa voz interna que a veces aparecía era simplemente mi propia imaginación tratando de consolarme.
Pero con el tiempo, comencé a notar algo extraño… una sincronía perfecta que no podía explicar. Eran momentos exactos, como si alguien supiera cuándo hablarme, cuándo enviarme una señal, cuándo aparecer justo antes de que me quebrara.
No era casualidad.
En los días más difíciles, cuando el peso de la vida se volvía insoportable, sentía un abrazo invisible… una sensación cálida que recorría todo mi cuerpo y me hacía llorar, no de tristeza, sino de alivio. Como si unas manos invisibles me recordaran: "Resiste, no estás sola".
Yo antes no entendía mis sueños. Los veía como simples historias sin sentido, escenas extrañas que mi mente inventaba mientras dormía. Hasta que comencé a prestar atención… y descubrí que siempre habían sido señales. Eran adelantos de cosas que iban a pasar. Y pasaban. Sin importar lo pequeñas o grandes que fueran, siempre había un eco de verdad en ellos.
De alguna forma, en lo más profundo, yo sabía que no eran sueños comunes. Sentía que había un propósito, un mensaje, y que detrás de cada imagen estaban mis almas guardianas mostrándome el camino.
A veces, despertaba con una frase grabada en la mente, como si alguien me la hubiese susurrado: "Confía", "No temas", "Estamos aquí". Otras veces, una fuerza inexplicable me detenía justo antes de tomar una decisión que me habría lastimado.
Comencé a recordar cada mirada luminosa que aparecía en mis sueños, cada coincidencia imposible, cada instante en que sentí que la vida me empujaba suavemente hacia un lugar más seguro. Y entendí que no era producto de la suerte.
La verdad es que nunca estuve sola. Desde antes de que pudiera reconocerlo, había presencias a mi lado: guías, protectores, almas guardianas que vigilaban mis pasos y cuidaban mi corazón.
Cuando acepté esa posibilidad, algo cambió. Los días no dejaron de tener desafíos, pero aprendí a caminar con más calma, sabiendo que en cada paso hay manos invisibles que me sostienen, voces silenciosas que me orientan y un amor incondicional que me acompaña desde siempre.