-
-
Después de atravesar aquel puente invisible, entendí que no todos los caminos se recorren con los pies. Algunos solo pueden cruzarse con el alma. Y descubrí que uno de esos caminos aparecía cada noche, cuando el mundo se apagaba y yo me entregaba al sueño.
Antes pensaba que dormir era solo un descanso, pero ahora comprendía que era una puerta. El puente que había sentido en mi interior no desaparecía al cerrar los ojos… se transformaba. Y me llevaba hacia lugares donde la lógica no mandaba y el tiempo no existía.
Yo antes no entendía mis sueños. Creía que eran imágenes sin sentido, pero siempre fueron señales de cosas que iban a pasar… y pasaban. Había en ellos un hilo invisible que unía símbolos, lugares y rostros que no había visto nunca despierta, pero que reconocía con una certeza extraña. Y, de alguna forma, sabía que detrás de esas visiones estaban mis almas guardianas.
En esas noches, viajaba a paisajes que parecían creados con fragmentos de luz y memoria: mares silenciosos, ciudades sin gravedad, escaleras que subían hacia estrellas desconocidas. A veces, una figura me guiaba sin hablar, transmitiendo calma y propósito. Otras veces, eran advertencias disfrazadas de enigmas: un reloj que se detenía, un faro encendido en medio de la nada, una puerta que se abría y me invitaba a cruzar.
Dormir para despertar… así lo sentía. Porque mientras mi cuerpo descansaba, mi alma recordaba. Recordaba caminos que ya había recorrido antes de nacer, rostros que había amado en otras vidas, y promesas que aún me esperaban por cumplir.
Cada sueño era un mensaje. A veces suave como un susurro, otras tan intenso que me despertaba con el corazón acelerado. Y con el tiempo entendí que no eran solo advertencias o premoniciones: eran entrenamientos. Mis guardianas me enseñaban a ver más allá de lo evidente, a confiar en mi intuición, a reconocer la verdad oculta detrás de las sombras.
Una noche, el puente invisible volvió a aparecer en mis sueños, pero esta vez no era etéreo ni lejano: estaba frente a mí, iluminado por una luz que no venía del cielo, sino de mi propio pecho. Comprendí que ese puente no solo conectaba mundos… conectaba partes de mí que había olvidado.
Y cuando lo crucé, supe que estaba a punto de entrar a un nuevo capítulo de mi vida. Uno donde las almas guardianas no solo me visitarían en sueños… sino que empezarían a caminar conmigo.