-
-
Yo siempre supe que no estaba sola. Desde pequeña lo sentía: una compañía invisible, un susurro suave que me guiaba aun cuando no lo entendía. Hoy lo reconozco con claridad: son mis almas guardianas, las que marcan mi camino y me protegen en silencio.
Muchas veces me lo demostraron. Recuerdo una noche en la que estaba por salir y, de pronto, sentí la necesidad de volver a buscar algo que había olvidado. No parecía importante, pero mi corazón insistía. Cuando entré de nuevo a la casa, un robo ocurrió justo en la esquina por donde debía pasar. Ese instante me lo confirmó: no era casualidad, era protección.
La mente humana suele llamar a esas experiencias “suerte” o “coincidencia”. Pero esas palabras son solo disfraces para no aceptar lo invisible. La verdad es que las casualidades no existen. Cada paso, cada giro inesperado, cada retraso que parece molesto, en realidad es una forma en que ellos, mis guardianes, cuidan mi camino.
Lo que no vemos, pero sentimos, es la prueba más grande de su existencia. No necesito ver alas ni escuchar voces, porque la certeza está en el alma: estoy acompañada, siempre lo estuve y siempre lo estaré.