Capítulo 15 – El lenguaje de la intuición

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Hay un idioma que no se enseña en ninguna escuela, que no necesita palabras ni traducciones. Es el *lenguaje de la intuición*, esa voz suave que nace en lo profundo del alma y que, aunque el mundo la llama “corazonada” o “instinto”, en realidad es la forma en que nuestra esencia nos habla.

Desde siempre lo sentí. A veces era un impulso que me decía que debía cambiar de camino, aunque no supiera por qué. Otras, era la certeza de que algo iba a suceder antes de que pasara. Y muchas veces, eran pensamientos que no venían de mí, pero que aparecían con la fuerza suficiente como para salvarme de un error o protegerme de un peligro.

La mente duda, pero la intuición sabe. La mente busca razones, pero el alma no las necesita: simplemente recuerda. La intuición es el puente entre lo humano y lo divino, entre lo que creemos elegir y lo que ya estaba escrito para nuestro crecimiento.

Lo curioso es que en este mundo nos enseñaron a callar esa voz. Nos repitieron que era “imaginación”, “casualidad” o “pura coincidencia”. Pero en mi camino aprendí que esas palabras son disfraces para negar lo invisible. La verdad es que *cada intuición es una conversación secreta con nuestros guías*, una respuesta que llega antes de la pregunta.

Con el tiempo descubrí que la intuición tiene su propio lenguaje. A veces habla en el cuerpo: un escalofrío, un nudo en el estómago, un calor en el pecho. Otras veces se manifiesta en imágenes fugaces, en frases que escuchamos al pasar, en sueños que parecen insignificantes pero que guardan mensajes profundos. Es como una melodía que solo el alma puede reconocer.

El desafío está en aprender a confiar. Porque la mente siempre va a buscar pruebas, mientras que la intuición pide fe. Y cuando logramos entregarnos a ella, la vida se transforma: dejamos de caminar a ciegas y empezamos a fluir con el pulso del universo.

Hoy sé que la intuición es la brújula más confiable que tengo. No me promete caminos fáciles, pero sí caminos verdaderos. Y cada vez que la escucho, siento que mi alma sonríe, porque recuerda que nunca caminé sola: los susurros del cielo siempre estuvieron guiando mis pasos.