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Cada alma viene al mundo con un propósito.
No siempre lo recordamos al nacer, porque el olvido es parte del juego.
Pero la vida, con sus giros y señales, nos va empujando una y otra vez hacia aquello que vinimos a ser.
Durante mucho tiempo me pregunté cuál era mi misión.
Pensaba que tal vez era algo grandioso, algo que debía descubrir fuera de mí.
Pero un día comprendí que la misión del alma no siempre es visible ni espectacular.
A veces, simplemente es recordar quién sos.
La misión del alma se esconde en los pequeños actos de amor,
en la palabra que consuela,
en el silencio que entiende,
en la mirada que abraza sin hablar.
Se manifiesta cuando elegís la luz aun después de haber conocido la oscuridad.
Mis almas guardianas me enseñaron que la misión no se busca,
se recuerda.
Y cuando el alma empieza a recordar,
todo empieza a encajar.
Cada persona que llega, cada obstáculo, cada pérdida,
tiene un propósito dentro del plan mayor.
No existe un destino fijo,
pero sí una vibración que nos guía.
Esa vibración es nuestra esencia,
y seguirla es el camino más puro hacia nuestra misión.
La misión del alma no es cambiar al mundo entero,
sino iluminar el pedacito de universo que habita dentro de nosotros.
Y cuando lo hacemos, esa luz se expande, toca otras almas,
y despierta en ellas el mismo llamado.
“Cumplir tu misión no es hacer más,
es ser más: más consciente, más compasiva, más tú.”
Hoy entiendo que mi misión no tiene un fin,
porque el alma siempre está en movimiento,
siempre aprendiendo, siempre guiando.
Y mientras escribo estas palabras,
sé que estoy cumpliendo la mía:
recordar lo invisible para que otros también lo recuerden.