-
-
Dicen que el universo nos refleja.
Que lo que vemos afuera no es más que una proyección de lo que habita dentro.
Y cuanto más camino, más lo entiendo: todo lo que sucede a mi alrededor es una conversación entre mi alma y el infinito.
Cada encuentro, cada palabra, cada señal,
es un reflejo de mi estado interior.
Si me siento en calma, el mundo parece suave.
Si estoy en conflicto, todo a mi alrededor se vuelve ruido.
Y no es casualidad.
El universo no castiga ni premia, simplemente responde.
Cuando empecé a entender esto, dejé de buscar culpables.
Ya no veía “problemas”, sino espejos.
Espejos que me mostraban lo que todavía necesitaba sanar,
lo que no estaba aceptando de mí misma,
lo que debía transformar para avanzar.
A veces el espejo dolía.
Mostraba miedos, heridas, vacíos.
Pero cuando me animé a mirarlo con amor,
descubrí que todo lo que reflejaba era una oportunidad de expansión.
“Nada ocurre fuera de ti. Todo nace dentro.”
Y entonces entendí:
cuando amo, el universo me devuelve amor;
cuando temo, me devuelve pruebas para sanar ese miedo;
cuando confío, todo fluye.
El universo no está allá arriba observando:
está dentro, latiendo con cada pensamiento, cada emoción, cada elección.
Por eso, cuando miro el cielo, no lo veo como algo lejano.
Siento que ese reflejo de estrellas también vive en mí.
Somos parte del mismo tejido,
una red infinita de almas recordando su luz.
“El universo no es algo que debas comprender,
es algo que debés sentir.”
Y cuando lo sentís de verdad,
cuando lo mirás con gratitud y no con miedo,
descubrís el secreto más hermoso de todos:
siempre fuiste el reflejo de algo mucho más grande.