Capítulo 27 – La voz del alma

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Hay una voz que no grita, que no exige, que no se impone.
Es una voz que se siente más que se escucha.
A veces llega como un susurro entre pensamientos, otras como una sensación en el pecho que vibra cuando algo es verdadero.

Durante mucho tiempo, confundí su silencio con ausencia.
Pensé que no me hablaba, que el universo se había vuelto distante.
Pero con el paso de los días aprendí que esa voz no busca atención, sino presencia.
Habla cuando el corazón se calma, cuando la mente deja de correr detrás de las dudas.

La voz del alma no usa palabras humanas.
Se expresa con señales, con sincronicidades, con esas pequeñas coincidencias que parecen imposibles de explicar.
A veces te hace mirar justo el cielo en el momento exacto en que una nube tiene forma de algo que necesitabas ver.
O hace que alguien diga una frase que llega directo al corazón, sin saber por qué.

Esa voz no siempre dice lo que queremos oír.
A veces duele, porque nos muestra verdades que habíamos escondido.
Pero en esa verdad está la sanación.
El alma no busca que tengamos razón, busca que tengamos paz.

Aprender a escucharla es un acto de amor y confianza.
Es aceptar que dentro de nosotros hay una guía eterna que nunca se equivoca, aunque a veces no entendamos su lenguaje.
Y cuando finalmente la reconocemos, comprendemos que nunca estuvimos solos: solo necesitábamos silencio para oírnos.