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Las luces del amanecer se filtraban entre los árboles, pintando de dorado el horizonte. El aire estaba lleno de una calma que parecía susurrar secretos antiguos, como si la tierra misma contara historias que solo los que saben escuchar podían entender.
Cada alma que había acompañado el viaje de los guardianes parecía asentir, invisible pero presente, dejando una sensación de paz que se extendía más allá de lo tangible. Los caminos recorridos, las pruebas enfrentadas y los vínculos formados habían dejado marcas indelebles en el mundo y en los corazones.
Sin embargo, en la profundidad de la mirada de aquellos que habían despertado, brillaba un destello diferente, un indicio de que la historia no terminaba allí. Nuevos susurros llegaban desde lo desconocido, prometiendo desafíos, encuentros y misterios que aún no tenían nombre.
Y aunque los guardianes descansaban por ahora, conscientes de su fuerza y su propósito, algo dentro de ellos sabía que el viaje continuaría. Porque el universo, en su infinita vastedad, siempre encuentra la manera de invitar a los valientes a seguir explorando.
El eco de ese llamado flotaba en el aire, suave pero persistente, como un recordatorio de que cada final es, en realidad, el comienzo de algo más grande.