Almas, La Venganza de Noa (ilustrado)

Capítulo 1 - Cicatrices

"Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización del autor"

El cielo recibió la mañana con una agradable llovizna. En los hogares de Santo Domingo muchos se apresuraron en detener el ruido del despertador para acomodarse unos minutos más en su cálido refugio.

Pese a la altura de un segundo piso, Ana percibió entre sueños ese olor a tierra mojada que le recordaba aquellos días lluviosos de su infancia en que podía dormir despreocupada. El despertador no tardó en traerla devuelta a su triste realidad.

Ana permaneció varios minutos hurgando el techo, como si buscara una razón para levantarse. El sonido del inodoro al ser descargado irrumpió en la habitación, segundos después salió Cesar su marido, quien sin mirarla terminó de ponerse un sucio uniforme de policía. Con sus ásperas manos sacudía en vano unas manchas de café, al fin miró a Ana y le dijo;

—es lunes mujer, ¿por qué Diablos no has lavado los uniformes?

Ana al fin encontró ese motivo para salir de la cama. Entró al baño y tiró de la puerta con gran ira. Su marido cerró fuerte los puños, apretó los dientes y husmeó a través de la puerta que tras el golpe quedo entreabierta. Volteó su mirada hacia el despertador y gritó;

—no vayas a llegar tarde maldita sea, ya no te excusaré mas con el capitán. —Luego de eso se marchó.

Mientras Ana se duchaba se quedó sin agua, así que terminó de sacarse el jabón con lo que pudo recolectar del tanque del inodoro. Luego frente a un espejo quebrado intentó con torpeza tapar un moretón que resaltaba en su pómulo izquierdo. Frustrada, terminó por arrojar su caja de maquillaje al espejo. La suerte era algo que poco le preocupaba.

Como cabo de la policía, Ana cumplía con el rol de patrullar la zona colonial. Desde iniciar sus servicios siempre hizo pareja con Robi, pero este llevaba varios meses en una misión secreta.

Robi siempre fue un gran apoyo para Ana. Un día ella le comentó sobre los maltratos de su esposo y él le planteó una forma de descargar su ira.

—En tu situación actual no hay mucho que puedas hacer en contra de tu marido —le aconsejaba Robi, —pero la ira, no es más que cúmulo de emociones. Lo que necesitas es descargarla contra alguien más. Por ejemplo, fíjate en aquel mendigo. Mientras nosotros ganamos un sueldo miserable, esos limosneros pueden recolectar en un día lo que nosotros ganamos en una semana. Lo único que hacen es asquear la ciudad. Su hedor aleja a los turistas.

Aquel día, fue la primera vez de muchas en que Robi y Ana detenían a un mendigo y le golpeaban despiadadamente. Pero este día era el primero en que Ana se disponía sola a descargar toda su rabia contra algún desafortunado.

Ya iniciaba a caer la tarde, aquel cielo gris se había despejado por completo y ahora lucía un nostálgico resplandor rojizo. En dirección al escaso sol, Ana logró distinguir la harapienta imagen de Noa.

Noa podía confundirse fácilmente con cualquier mendigo. Siempre con la misma ropa sucia y rota. Con su mirada perdida y hablando con las voces en su cabeza.

De pronto Noa caminó más a prisa, como si supiera que le estaban siguiendo, entonces Ana quien aun estaba lejos apresuró el paso. Apretando con fuerza su macana murmuraba en muy baja voz el plan que formulaba;

—le destrozaré las costillas, no lo verá venir. No, lo que necesito es pegarle con mis puños... maldición, solo soy yo contra él, Robi siempre los sujeta para que yo pueda pegarles... lo tengo, le rociaré con gas, luego golpearé sus rodillas y con mis puños le golpeo el rostro para terminar de desplomarlo.

Noa entró en un oscuro callejón, Ana aprovecho para esprintar y alcanzarlo pero al entrar al callejón se topó de golpe con la cara de Noa. Ana entró en pánico y se olvidó por completo de su plan, empuñó su revólver, y le apuntó al pecho. De ese modo pudo ver esa horrible cicatriz que salía de su corazón y llegaba hasta la parte superior de su ojo izquierdo. De los momentos de desesperación que vivió con su marido, ninguno se podía asemejar al inexplicable temor que le suponía la presencia de Noa.

—No eres a quien busco, márchate —gritaba Ana sin dejar de apuntar a Noa.

—Hacía tiempo no veía ojos tan negros — comentó Noa, refiriéndose a los ojos de Ana. —Es habitual que muchos yerren al pensar que los ojos negros son comunes, pues los confunden con otros tonos oscuros.

Ana retrocedía lentamente.

—Mi novia, Amanda... una vez le escribí un poema sobre sus ojos cafés y le gusto mucho, pero insistió en que sus ojos eran negros... Pero nada de esto viene al caso, ¿Cierto Ana?

Ana no entendía el por qué estaba tan aterrada, ahora le intrigaba el por qué sabia su nombre y replicó nuevamente,



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En el texto hay: demonios, ocultismo, terror

Editado: 25.10.2018

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