Abril de 1604. En un pueblecillo de la parte Occidental de la Isla "La Española", predicaba y bautizaba un anciano protestante. Este había ocupado una iglesia que había sido abandonada hace un tiempo. Aquella iglesia era aun más vieja que el poblado. En el sótano tenía una pequeña biblioteca y sus libros eran aun más viejos que la iglesia misma.
El joven Rafael pasaba la mayor parte del tiempo hurgando entre aquellos libros. Rafael era un niño huérfano que halló la protección del predicador y era amante a las historias de brujas, exorcismos, demonios; historias que alimentaba en aquella vieja biblioteca.
Con el fin de terminar con el contrabando y erradicar el crecimiento de los protestantes, en 1605, el Rey de España Felipe III, ordenó al gobernador de La Española Antonio de Osorio a despoblar la parte occidental de la isla.
Tras la confusión, Rafael nunca más vio al predicador y deambuló un tiempo por las calles, fue entonces cuando conoció a "Juan el curandero", quien tenía fama de expulsar demonios y curar cualquier enfermedad. Rafael lo admiraba y le seguía a todos lados para aprender de su "magia". Juan pensó que el muchacho le podía ser de ayuda, así que lo acogió como aprendiz.
Un día los llamaron para sacar un demonio que habitaba el cuerpo de un anciano. Rafael estaba emocionado, estaba a punto de participar en su primer exorcismo.
Llegaron a una vieja casucha. Toda la familia estaba allí reunida con sus rostros entristecidos. Le pasaron una caja al Curandero:
—Tenga señor, es todo lo que tenemos... ¿será suficiente?
Juan revisó la caja, vio que había más de lo que acostumbraba recibir y sin pensarlo se la pasó a Rafael;
—No es el pago ni mi mano, —dijo el curandero, —sino la voluntad de los espíritus. Ahora díganme en que les puedo servir.
—Mi padre sufre, —respondió una de las hijas, —su cuerpo se rehúsa a morir a causa del demonio que lo habita. Necesitamos que nuestro padre descanse.
Entraron todos a la habitación. En la cama estaba el anciano que apenas respiraba, solo piel y huesos quedaban de él. Tenía yagas con gusanos y su hedor solo se comparaba al de un cadáver en descomposición.
—Es un demonio muy poderoso, —dijo el curandero. —Por su seguridad vayan fuera de la casa, pues al salir podría ocupar otro cuerpo. Mantengan los ojos cerrados, y pase lo que pase no entren ni miren hasta que yo se los ordene.
Rafael estaba muy emocionado pero a la vez temblaba de miedo. Miraba al curandero como esperando instrucciones, con la esperanza de que le ordenara salir a él también. Pero lo que hizo fue sacar un pequeño frasco de su viejo macuto, y mirando a Rafael dijo;
—Veamos si es inmune al veneno.
El anciano convulsionó un momento y seguido murió envenenado. Rafael nunca estuvo tan decepcionado, pero pronto no le importaría ya que esa misma noche junto al curandero, visitaron el burdel que estaba a las afueras del pueblo. Desde entonces lo único que le importó fueron el dinero y las mujeres.
Sus falsas proezas recorrían todo el pueblo, todos hablaban de ellos. Su fama era tal que en otros pueblos se les conocía.
Un día fueron a una plantación a hacer un trabajo. Según los esclavos, el antiguo amo había enterrado un "Baká*" por lo que algunos desaparecían en las noches.
Los prodigiosos curanderos se enfrentaban a un nuevo reto. El propietario de la plantación era muy rico y había mucho dinero de por medio. Lo que necesitaban era un buen plan. Entonces Rafael tuvo una idea. Juan haría un falso ritual mientras que el aprovechaba para enterrar en el lugar un corazón de cabra para luego frente a todos desenterrarlo y simular que con quemarlo acabaría la maldición.
Los curanderos convencieron al capataz y a 4 esclavos para entrar al maizal de noche, dándoles unos amuletos que supuestamente les darían protección. Rafael se apresuró en hacer su parte y luego fue a donde estaban los demás. Fue cuando encontró a Juan el curandero y a los demás muertos.
Un enorme cerdo se alimentaba de los cadáveres. Su piel era gris y llena de quemaduras. Rafael retrocedió lentamente, entonces el cerdo caminó hacia él y se irguió poco a poco hasta tomar la forma de un hombre, al mismo tiempo la realidad se distorsionaba hasta quedar Rafael y aquella bestia en una dimensión sombría y solitaria. Sin mover los labios la bestia le decía;
—tu muerte ha llegado y la condenación te aguarda. ¡Rafael el Curandero!, A la sombra de otros has vivido y a la sombra de otros morirás. Mientras ardas en el infierno eterno tu nombre será olvidado y tu vida habrá sido vana y vacía, pero... te ofrezco una salida;
Rafael no podía pronunciar ni una palabra.
—Sé mi sirviente y vive hasta el final de los tiempos, —prosiguió el demonio, —el mundo te conocerá como Rafael el inmortal. Expulsaras demonios en mi nombre, "Antágoras el Eterno". En tu sangre sellaras las vidas que arrebates. La sangre de los hombres te dará su fuerza y sus conocimientos. A cambio me darás cada una de sus almas. Toma mi mano y habrás sellado nuestro pacto.
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Editado: 25.10.2018