En el principio, los Siete Señores de la Luz crearon todo lo visible y lo invisible. La oscuridad se extendía más allá del vasto y amplio espacio-tiempo. La tierra era una masa informe, oscura, sin nombre ni propósito... hasta que Lethon, el Señor de la Realidad y primero entre los creadores, moldeó a su gusto los confines del planeta. Dio forma a cada roca, montaña y río de lava que él mismo había creado. Luego se acercó a sus seis hermanos y les pidió su opinión sobre lo que había hecho entre la nada y la oscuridad.
Entonces, el segundo hermano, Artoll, cuya voz resonaba como un rayo, habló:
-¡Que existan el viento, el agua y la lluvia!
Y así fue. Desde lo alto comenzaron a caer lluvias, fruto de la palabra de Artoll, el segundo. De esas lluvias surgieron ríos desde las montañas volcánicas, y estos formaron un vasto océano. Milenios más tarde, aquel mar sería conocido como el Mar de las Sirenas.
El tercer y cuarto hermanos, Gorinth y Lorinth, contemplaron con admiración la creación de sus hermanos y dijeron:
-Que de la tierra broten frutos de todo tipo y que existan criaturas que caminen, se arrastren, vuelen y respiren, tanto bajo como fuera de la tierra. Que las aguas se llenen de seres marinos y peces de toda clase.
Así fue. De las entrañas de la tierra crecieron árboles altos y frondosos, y en todos los rincones se formaron bosques de diversos tipos. También surgieron animales de toda clase y tamaño: de agua, tierra, colinas y montañas. Además, fueron creadas criaturas fantásticas: dragones, centauros, sirenas y todas aquellas que respiraban.
Luego, los tres hermanos restantes fueron consultados. Dos de ellos se complacieron al ver tan maravillosa creación, pero Gortoth y Lortoth, los otros dos hermanos, decidieron añadir algo más: crear un ser que gobernara y cuidara de las demás criaturas. Querían hacerlo a su imagen y semejanza, por lo que crearon al primer Hardeano, un ser capaz de hablar y hacer todo lo que ellos hacían, aunque con menos poder, pues no deseaban que su creación se volviera malvada.
Pero había uno de los Siete Hermanos que se había apartado del grupo desde hacía algún tiempo. Mientras ellos creaban, él observaba desde la distancia. Algo nuevo invadió su ser... una emoción que jamás había sentido: un pensamiento diminuto que creció y creció hasta convertirse en la primera duda que se formó en su corazón. No sabía de dónde provenía aquel impío pensamiento, pues él y sus hermanos habían existido por la eternidad en el vasto espacio sin experimentar jamás algo así.
Mientras los demás se complacían con su obra, él pensaba:
-Estos no han hecho nada para merecer el poder del conocimiento...
Se refería a las criaturas a quienes se les había otorgado tan precioso don. Entonces sintió otro impulso aún más bajo: la envidia. Fue el primer ser en sentirla.
Y cuando sus hermanos se acercaron para mostrarle con orgullo su creación, Alamarth, el Séptimo, creó con un solo pensamiento a todas las criaturas malvadas y deformes de Hardem. Pues él era el Señor del Pensamiento y la Inteligencia, y bastó con que pensara en el odio para que este tomara forma.
Los demás hermanos quedaron horrorizados al ver la corrupción que había brotado de la mente de Alamarth. Sin embargo, aún confiaban en que no todo lo que él creara debía ser malvado, así que le ofrecieron una oportunidad de redención. Alamarth, entonces, creó a un nuevo ser: una hembra semejante al Hardeano varón. Su intención aparente era que ambos poblaran Hardem como compañeros. Los hermanos observaron y vieron que esto era bueno.
Pero dentro de Alamarth seguía creciendo algo oscuro. Sintió odio, repudio... incluso por su propia creación. Una aberración lo consumía desde dentro. Con solo una mirada marchitó una gran parte de los bosques, creando los desiertos del planeta. Así nacieron las tormentas y los desastres naturales, surgidos de un simple suspiro de su desprecio.
Al notar el brillo de celos en la mirada de Alamarth, los Seis Hermanos comprendieron que su corazón ya no era puro. Entonces tomaron una decisión dolorosa: lo desterraron a lo más profundo de la oscuridad y la adversidad de la tierra.
Al caer, Alamarth juró vengarse. Y no lo hizo solo: llevó consigo la plaga que lo había infectado, el Mal, junto con pensamientos de odio, celos y envidia.
Pero antes de ser exiliado, Alamarth se alzó contra sus hermanos en una batalla que duró milenios. Una guerra entre la luz y la oscuridad que desgarró los cielos y estremeció los cimientos del mundo.
Finalmente, los Seis lograron derrotarlo y lo arrojaron a los abismos más profundos de Hardem.
Luego del Gran Evento, los que ahora eran conocidos como los Seis Señores de la Luz crearon a siete seres, a quienes otorgaron potestad y poder para luchar contra las criaturas malignas que Alamarth había engendrado. A estos siete defensores se les llamó los Alemdeths, pues, al igual que los siete seres creados por sus seis hermanos de la Luz, Alamarth -desde su prisión en las entrañas de Hardem- también había creado a siete poderosos seres con el propósito de oponerse a los suyos. A estos últimos se les conoció como los Siete Señores del Caos.
Pasaron los siglos entre las luchas y guerras de los sirvientes de Alamarth y los sirvientes de la Luz. Durante ese tiempo, Alamarth fue conocido por los Alemdeths -los siete sirvientes de la Luz- como Alamarth el Oscuro. Desde su prisión, toda la tierra de Hardem supo su nombre, pues los sirvientes de Alamarth el Oscuro corrompieron las almas de aquellos que antes eran puros, dándoles enseñanzas secretas que solo los siete creadores podían conocer. Les enseñaron sobre la magia, el poder y toda clase de inmundicias que malograron el alma de los varones y hembras de Hardem.
Sin embargo, los Alemdeths, en un intento por derrotar a las fuerzas del Mal, enseñaron a la creación cosas buenas como la música y otros dones.
Después de siglos de guerra, los Alemdeths lograron una victoria cuando todas las criaturas se unieron contra los Siete Señores del Caos en lo que se conoció como la Batalla de los Grandes.
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Editado: 28.08.2025