La mañana avanzaba lentamente, y los soldados regresaban apresuradamente al pequeño campamento, cargando la presa que habían conseguido con las trampas que habían tendido. Pero no traían solo eso: entre sus manos se agitaba una criatura pequeña, encerrada en una jaula, que golpeaba frenéticamente los barrotes sin lograr liberarse.
El sol ya se acercaba a su punto más alto, y apenas quedaban unas horas para el mediodía. La nieve había cesado, dejando sobre el bosque un manto níveo que cubría cada rama y cada piedra, transformando el paisaje en un silencio inmaculado. Los pájaros surcaban el aire de un lado a otro, y de vez en cuando alguna valiente ave se posaba en lo alto de una rama, observando con ojos curiosos a los extraños que osaban invadir su reino. Era como si, a través de esos ojos, el bosque mismo los vigilara, juzgando sus pasos.
Al llegar al campamento, los soldados fueron recibidos por la impaciencia y la expectación de sus compañeros, quienes ya habían preparado todo para continuar el camino y encender el fuego con el que cocinarían la carne cazada. Sin embargo, todos quedaron boquiabiertos al ver lo que traía el soldado más grande y robusto de la compañía: a sus espaldas cargaba la jaula con la pequeña criatura.
Nothor, el viejo capitán de la compañía, fue uno de los primeros en percatarse de ella. Frunciendo el ceño, se acercó con paso firme, deteniendo la marcha de los demás y ordenando que se detuvieran por completo. La criatura dentro de la jaula era peluda, de ojos verdes que brillaban con inteligencia salvaje, con un cuerpo felino y una cola semejante a la de un reptil, que se agitaba con movimientos inquietos.
-¿Qué es esto? -preguntó Nothor, su voz grave y severa, aunque teñida de una curiosidad difícil de ocultar.
La criatura respondió con ferocidad: lanzaba zarpazos al aire, sus uñas eran largas y afiladas, capaces sin duda de rebanar el cuello de cualquiera que se acercara demasiado si no estuviera contenida por los barrotes metálicos de la jaula. Cada movimiento reflejaba una combinación de miedo y furia, y el capitán, sin apartar la mirada, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La sensación en el aire era densa, como si el bosque contuviera la respiración, y hasta el murmullo del viento entre los pinos pareciera expectante ante aquel encuentro inesperado.
Hugo, quien cargaba en su espalda la jaula con la pequeña fiera, se puso firme frente a la imponente figura de Nothor. El capitán examinaba con mirada penetrante a la criatura, y Hugo respondió con voz clara:
-Cayó en una de las trampas que los muchachos colocaron en el bosque, señor. Además, tenemos la sospecha de que esta cosa nos venía siguiendo desde hace mucho tiempo, señor.
Hablaba con tanta rigidez que parecía un soldado de madera, tan recto que pronto le dolería respirar si no relajaba su postura. Nothor, con ojos agudos que no dejaban escapar ningún detalle, lo notó de inmediato y le ordenó que bajara la firmeza, no solo a Hugo, sino a todos los soldados. Luego lo instó a explicar esa sospecha que tanto intrigaba al capitán:
-Pues verá, capitán -empezó Hugo, buscando aire entre la rigidez de su posición-, en el bosque, cuando estábamos de caza, todos decidimos separarnos para así tener más opciones al momento de encontrar presas. Oliver, David y Ezequiel fueron hacia la parte este, por la derecha, y Hamil y yo nos dirigimos hacia la izquierda. Llegamos a un prado por donde pasa un pequeño arroyo. Allí vimos un ciervo y nos dispusimos a cazarlo usando nuestras flechas, pero fallé el tiro y el ciervo salió corriendo.
Hugo hizo una pausa, tomando aire mientras sus ojos seguían el recuerdo de la escena.
-Entonces miramos hacia una roca al otro lado del arroyo y vimos a esta criatura observándonos. Al percatarse de que la habíamos visto, salió corriendo. La perseguimos hasta que llegamos a una parte del bosque sin salida. Allí, la pequeña fiera quedó acorralada y dio un paso atrás... hasta caer en una de las trampas de Oliver y los demás.
Nothor escuchaba, el ceño fruncido, mientras Hugo continuaba:
-David fue quien dijo que había tenido sospechas de que la criatura rondaba nuestras tiendas por la noche, fisgoneando entre la comida y los sacos de verduras. Eso explica por qué cada mañana todo estaba hecho un desastre y por qué los sacos de verduras aparecían con agujeros. Esta criatura, además de robarnos, nos ha estado siguiendo, señor.
Hugo terminó su relato recobrando el aliento, y Nothor lo miró con una expresión dura y militar, tan fría y penetrante que parecía capaz de atravesar la mente de cualquier hombre.
En la mente del viejo capitán la decisión de atrapar a aquel ser le pareció más que acertada, aunque no tenía intención alguna de confesarlo al soldado Hugo ni a los demás hombres. Con un simple ademán de su mano ordenó a dos soldados que se hallaban detrás de él que tomasen el animal que habían cazado y lo preparasen como alimento. Luego, girándose hacia los cinco que le seguían, dijo con voz firme:
-Síganme, y traigan con ustedes a esa cosa.
La pequeña criatura aún forcejeaba dentro de la jaula, arañando y golpeando los barrotes con furia salvaje, buscando escapar. Mas la fortaleza de Hugo, que cargaba la prisión de hierro en su ancha espalda, no le permitió la menor esperanza de huida.
Avanzaron hacia la tienda, de donde Darkoll ya emergía. El joven rey se había revestido con una armadura de plata bruñida que cubría por entero sus extremidades; resplandecía bajo la luz, como si la plata misma hubiese sido forjada con fragmentos de luna.
Al verle aproximarse, los cinco soldados cayeron de rodillas en señal de reverencia. El único que no pudo doblar su cuerpo fue Hugo, el más alto y robusto de todos, pues sostenía con firmeza la jaula a sus espaldas y no osaba dejarla en el suelo, temeroso de que la criatura escapara por alguna grieta imprevista.
-Señor -dijo Nothor con voz autoritaria-, estos hombres hallaron a esta criatura merodeando en las cercanías. Sospechamos que nos seguía desde hace tiempo. Soldado Hugo, muestre al rey lo que cargamos.
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Editado: 02.10.2025