Almas Perdidas

El Cinturón De La Condena

El castillo de Lysia parecía haber cambiado. Los pasillos, antes claustrofóbicos, ahora se estiraban ante las gemelas como largos túneles que las conducían aún más adentro del corazón oscuro del lugar.

Aunque las puertas de los cuartos parecían estar cerradas por siglos, había algo que las llamaba hacia ellos, algo que las arrastraba hacia el secreto que el castillo guardaba. De día, el sol nunca se mostraba, y las sombras se alargaban por cada rincón, como dedos de una mano invisible que las acechaban.

Habían pasado varios días desde su llegada, y las gemelas, aunque atemorizadas, trataban de adaptarse a su nueva realidad. Sin embargo, cada paso que daban las hundía más en la oscuridad del lugar. Lyra las vigilaba constantemente, observándolas con aquellos ojos dorados que nunca dejaban de brillar con una luz perturbadora.

Selene, por otro lado, permanecía siempre cerca, pero lejos al mismo tiempo. Su presencia era como una sombra que se deslizaba sin hacer ruido, pero siempre allí, a un paso de ellas, invisible pero totalmente palpable.

Un día, mientras las gemelas exploraban un rincón del castillo que no habían visitado antes, Cecilia tropezó con algo en el suelo, una piedra que parecía fuera de lugar. Al inclinarse para levantarla, notó que era extrañamente cálida al tacto, como si tuviera vida propia.

La piedra brilló débilmente, y en ese instante, la sensación de ser observada se intensificó. Unos pasos suaves se acercaron desde la oscuridad, y Cecilia giró rápidamente, encontrando a Selene de pie en la entrada de la habitación, sus ojos vacíos y su rostro inexpresivo.

Aunque Selene no podía hablar, su mirada, esa mirada perdida, parecía decir más de lo que cualquier palabra podría. La angustia y la desesperación estaban profundamente marcadas en su rostro, como una marca indeleble de su sufrimiento. Un leve temblor recorrió su cuerpo, y Cecilia lo sintió en su propia piel, un frío que le caló hasta los huesos.

Lyra, desde el umbral, las observaba con una sonrisa que no mostraba ni simpatía ni bondad, solo dominación. Un escalofrío recorrió la espalda de Cecilia. Sabía que su tía, aunque imponente, no era la verdadera fuente del mal en Lysia. El cinturón que Selene llevaba puesto era el verdadero poder que las mantenía atrapadas en ese lugar maldito.

Cecilia sintió cómo su corazón latía más rápido. Algo dentro de ella, algo que no podía comprender del todo, la empujaba a acercarse a su tía. No podía soportar verla así. No podía soportar ver a Selene convertida en una sombra de lo que alguna vez fue.

Cecilia, con la mirada fija en el rostro de Selene, extendió su mano hacia ella, con un gesto tan simple como lleno de esperanza.

-Tía Selene... -susurró, aunque la palabra tía sonó vacía en sus labios.

Y fue entonces cuando algo extraño sucedió. La voz de Selene, que ya no podía hablar, llegó a Cecilia, pero no fue a través de palabras. Fue a través de su mente. Un susurro suave, como un eco que atravesó las paredes del castillo, y que se coló directamente en el corazón de Cecilia.

Cecilia...

Las palabras fueron silenciosas y sin forma, pero Cecilia las sintió tan claras como si su tía la estuviera hablando directamente. Telepatía. Eso fue lo que sucedió.

En su mente, el vínculo entre las gemelas se fortaleció, algo dormido en Cecilia despertó, algo que nadie sabía que poseía: la capacidad de comunicarse sin palabras. Cecilia sintió un golpe de desesperación y de miedo en las palabras de Selene, como si un llanto saliera del fondo de su alma atrapada.

-¿Tía Selene? -pensó, con el miedo y la sorpresa abrumándola- ¿Tienes que decirme algo?

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Respondió la voz en su mente, pero era débil, casi rota, como si cada palabra le costara un esfuerzo titánico.

Cecilia... no me hables... no puedo hablar... es... es el cinturón. El cinturón me controla... me arrebata todo... me roba el ser...

La angustia que percibió en esas palabras fue tan intensa que su estómago se encogió, un nudo frío se formó en su garganta. El cinturón, esa pieza maldita que Selene llevaba doce años puesto, nunca dejaba de controlarla. Cecilia comprendió que la verdad sobre ese cinturón era mucho más terrible de lo que podía haber imaginado.

-¿Qué es el cinturón? -preguntó Cecilia, su mente llena de horror y urgencia.

Es un lazo... que me ata... no soy yo misma. La voz de Selene vibraba con dolor. Solo respondo a Lyra... solo sé decir 'sí, hermana'... porque es lo único que puedo decir. El cinturón me roba mi identidad... mi voluntad... mi alma... todo lo que soy. Y aún así, me sigo diciendo que hay esperanza. Que... que tal vez pueda salvarme...

Cecilia sintió que algo en su pecho se rompía, como si el hielo que se había formado en su corazón comenzara a derretirse. Sabía lo que había que hacer. No podía dejar que esto siguiera así.

-No te preocupes, tía. Te prometo que te salvaré. Lilith y yo lo haremos. Te liberaremos.

No puedes... No puedes hacerlo. El cinturón es más fuerte que yo. Lyra me tiene bajo su poder...

Pero Cecilia no escuchó las palabras de desesperación que venían de su tía. El cinturón, el maldito cinturón, no podía tener la última palabra. Ella sabía que Selene aún podía salvarse. Y no estaba dispuesta a rendirse. No importaba el costo.

No, tía. Si tú no puedes, lo haré yo.

Por un momento, la mente de Cecilia se llenó de una claridad dolorosa. El cinturón no solo controlaba el cuerpo de Selene, sino que también controlaba lo más básico, las funciones de su cuerpo, su respiración, su aliento, su existencia misma.

El cinturón tenía control sobre su alma. Pero también, Cecilia podía sentir que había un resquicio de humanidad dentro de su tía, una chispa que aún no se apagaba, y esa chispa podía ser lo suficiente para romper el hechizo.

Tía Selene, pensó con fuerza. Vas a ser libre.




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