Almas Perdidas

Voces Del Abismo

La oscuridad del castillo de Lysia parecía envolverlo todo, más densa y más profunda que nunca. A medida que las gemelas avanzaban por los pasillos, el aire se volvía más pesado, como si el propio castillo las estuviera empujando, arrastrándolas hacia lo más profundo de sus entrañas.

La sensación de ser observadas nunca se desvanecía, pero ahora había algo más, algo mucho más terrible. Era como si el mismo ladrido de las sombras se estuviera formando en sus mentes, como si todo el castillo se estuviera comunicando con ellas, pero de una manera demasiado sombría, demasiado perversa.

Cecilia y Lilith se encontraban de pie en una de las habitaciones más oscuras del castillo, observando con horror una de las paredes más cercanas. Sus ojos se posaron sobre el mismo horror que las rodeaba, una visión que se les grabaría para siempre en la memoria.

Rostros, rostros atrapados en la piedra, rostros de niños de entre ocho y dieciséis años, cuyos ojos mostraban desesperación y dolor. Los rostros parecían impregnados en la superficie de las paredes, como si fueran parte del mismo muro, como si el mismo castillo los hubiera devorado, los hubiera tragado.

El grito silencioso de las almas atrapadas resonaba a través de sus mentes, y las gemelas sentían la presencia de esos niños en su interior, el eco de su sufrimiento, como un súbito peso en su pecho. Las voces eran suaves, susurros que se filtraban en sus pensamientos, y aunque no podían entenderlo todo, había una tensión palpable en el aire.

No eran los niños quienes hablaban, sino sus almas, que habían quedado atrapadas dentro de esas paredes, como prisioneras condenadas a una eternidad de sufrimiento. Cecilia cerró los ojos, dejando que las voces le llegaran a su mente.

—¿Quiénes son? —preguntó en su mente, no con palabras, sino con una presencia que buscaba respuestas.

Los susurros se hicieron más intensos. Cada palabra era una descarga emocional, como si las almas atrapadas en las paredes hubieran esperado años para poder comunicarse. Y entonces, de las sombras, surgió una respuesta.

Niños…

Niños que fuimos tomados…

Ellas… nos atraparon…

Las gemelas, atemorizadas, se miraron entre sí. Sabían que algo oscuro se cernía sobre las almas de estos niños, pero no podían comprender del todo.

— ¿Quiénes los han atrapado?

Lyra… —susurraron las voces al unísono, vacías y temblorosas. Lyra… ella nos atrajo.

Selene… —las voces parecían vacilar, como si temieran nombrarla. — Selene nos atrapó también, a algunos de nosotros…

Un estremecimiento recorrió a Cecilia. Lyra, claro, la hechicera, pero, Selene… ¿Cómo podía Selene ser responsable de algo tan horrible? La tristeza y la culpa de esas voces se entremezclaban con las respuestas que las gemelas comenzaban a desentrañar.

Lilith sintió un dolor profundo. Cerró los ojos y se sumió en el oscuro abismo de esas voces. Sintió la presencia de esos niños atrapados, de las almas perdidas que nunca encontrarían la paz.

De repente, vio en su mente las imágenes de los momentos más oscuros, los recuerdos distorsionados de aquellos que habían caído en el mismo destino. Imágenes de niños que se acercaban al castillo, sin saber que el mal ya los había marcado.

Nos atrajo el brillo de la luz…

Creímos que era un refugio…

Pero nos atraparon.

Lilith tembló. Los niños no sabían lo que les esperaba. Lyra, con su magia oscura, los había atraído al castillo. Había utilizado la luz de su hechicería para seducirlos, para robarles sus almas, y luego, como si de un manto se tratase, las había encerrado en las paredes del castillo.

Selene, bajo el control de Lyra, había sido su instrumento, una marioneta que había atrapado, una y otra vez, las almas de estos niños para alimentar el poder de su hermana. El cinturón, el cinturón mágico, fue el instrumento que prendió la chispa de la condena, que unió las almas perdidas a las paredes, desgarrándolas.

Lilith, luchando por contener las lágrimas, apretó los puños, sintiendo que la desesperación de aquellos niños se enredaba en su alma.

—Cecilia, ¿escuchas? —preguntó Lilith en voz baja, su mente conectada a la suya.

Ellos... están atrapados. ¡Por su culpa! Por culpa de Lyra y de su maldad…

Cecilia apenas pudo contener su rabia. Las imágenes seguían apareciendo en su mente, los niños siendo arrastrados hacia el castillo, sus almas siendo arrancadas con cada paso hacia la muerte. Los niños que alguna vez vivieron, que alguna vez sonrieron, ahora estaban atrapados, muertos en vida.

—Debemos hacer algo —dijo Cecilia, su voz llena de determinación.

No podemos dejarlos allí. No podemos dejar que esto siga así Lilith.

Pero entonces, una voz apareció, una voz familiar, y dolorosa, que la hizo temblar de miedo.

Tienes que entender... —La voz era de Selene. — El castillo… me ha consumido... Ya no soy la que fui.

Las gemelas sintieron como si el mismo aire del castillo se espesara. El cinturón, con su piedra azul, brillaba intensamente, como si respondiera a la presencia de Selene.

No puedo escapar… —la voz de Selene resonó en sus mentes, vacía, perdida, rota— El cinturón me controla… No soy libre… ya no soy más que su sombra...

Lilith apretó los dientes. El dolor que sentía por su tía la invadió completamente. La telepatía que ahora compartía con Selene le permitió sentir cada sufrimiento, cada llanto silencioso que había estado guardando durante doce años. Selene no era la mujer rota que veían ahora. Era una marioneta bajo el control de Lyra, una víctima atrapada por las sombras.

Tía… —Lilith susurró en su mente, su corazón golpeando fuertemente en su pecho— Te liberaremos. No te olvides de eso. No importa cuánto tiempo haya pasado, no te olvides de nosotras...

Las gemelas sentían la desesperación de Selene dentro de ellas. Como si las paredes del castillo estuvieran absorbiendo toda su fuerza, como si el castillo mismo intentara quebrar su voluntad. Pero algo más profundo estaba despertando en ellas.




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