El castillo de Lysia parecía estar temblando. Cada paso de las gemelas resonaba en los pasillos de piedra, pero no era un eco ordinario. El aire vibraba, cargado con una tensión palpable, como si algo invisible estuviera observándolas. El pasillo que recorrían ahora, largo y oscuro, parecía no tener fin.
Las luces vacilaban y las sombras se estiraban y se doblaban ante ellas, como si la misma estructura del castillo estuviera cambiando a su alrededor. No había ningún sonido más que el susurro del viento que se colaba a través de las grietas en las paredes, pero las gemelas sentían la presencia de algo mucho más grande, mucho más terrible.
El castillo no las dejaba ir. Las paredes parecían estar hechas de deseos rotos, de almas atrapadas, y el vacío las envolvía a cada paso. Cecilia y Lilith sabían que finalmente se enfrentaban a la fuente de todo el mal, a la causa de la desesperación que tanto las había consumido desde su llegada.
Lyra, la hechicera que había condenado a Selene y a tantas almas inocentes, se encontraba esperando. En algún rincón del castillo, la energía oscura que emanaba de ella parecía acecharlas como una besta salvaje.
La puerta al final del pasillo, de madera maciza y tallada con extraños símbolos, se encontraba entreabierta, una tenue luz dorada parpadeaba en su interior. Era la sala de música, donde todo había comenzado, donde Selene había sido esclavizada al poder de Lyra, donde los ecos de los lamentos de los niños atrapados se filtraban como sombras.
Cecilia y Lilith se miraron, sabían que el momento había llegado.
La música, en su forma más siniestra, se colaba bajo la puerta. El sonido del piano era distorsionado, como si algo en la melodía se hubiera roto. Lyra estaba allí, tocando, pero el hechizo que ejecutaba sobre ellas no era solo el de la música. Era el control, el control total sobre el castillo, sobre ellas, sobre Selene.
- Lo logramos, Lilith...- murmuró Cecilia, aunque su voz temblaba. - Es ahora o nunca.
- Lo sé...- respondió Lilith, sus palabras eran firmes, pero sus ojos reflejaban una desesperación inconfesa. - Debemos liberar a Selene. No podemos dejarlas más tiempo, no a ella ni a los niños...
El silencio se rompió cuando ambas empujaron la puerta y entraron. La sala de música era majestuosa, pero sus paredes estaban cargadas de una neblina pesada, como si el aire mismo fuera denso. El piano de cola negro ocupaba el centro de la habitación, su superficie reflejaba una luz tenue, que parecía irradiar de las manos de Lyra. Ella tocaba con los ojos cerrados, como si el sonido que emanaba del piano estuviera tejiendo una red invisible que las atrapaba.
Al fondo, Selene estaba de pie, inmóvil, como una sombra más en la sala. Su rostro pálido estaba marcado por la ausencia, como si no fuera consciente de su entorno, atrapada en el trance de la maldición que Lyra había impuesto sobre ella.
Lyra detuvo la música al escuchar la puerta abrirse. Sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era una sonrisa sádica, orgullosa, como si ya supiera lo que estaba por venir.
-Así que finalmente habéis decidido venir... -dijo, su voz suave, pero cargada de veneno. -Bienvenidas a la última parte de vuestro viaje, mis queridas gemelas.
Lyra se levantó lentamente, con una elegancia que solo ella podía poseer, y comenzó a caminar hacia ellas, su aura oscura envolviéndola, transformándola en una figura tan imponente que las gemelas se sintieron pequeñas, débilmente pequeñas bajo su presencia.
-Vuestro viaje ha sido largo, ¿no es cierto? -continuó Lyra, su voz casi dulce, pero llena de maldad. -Pensáis que podéis romper el hechizo, liberar a esa alma condenada, pero... ya es demasiado tarde. Yo soy la dueña de este lugar, la señora de todo lo que habita en él. Y tú, Cecilia, Lilith, sois mías. Ya os he reclamado, aunque no lo sepáis aún...
Al escuchar sus palabras, las gemelas sintieron que la atmósfera se volvía aún más opresiva, como si el mismo aire les fuera arrebatado. El control de Lyra sobre ellas era palpable, como si cada centímetro de su ser estuviera bajo el yugo de esa mujer.
Sin embargo, Lilith no se dejó amedrentar. El odio que sentía por ella creció como un fuego en su pecho, un fuego que quemaba todo lo que Lyra representaba. El dolor, la desesperación de los niños atrapados, la lucha de su tía Selene, todo esto se unió en una explosión de fuerza interna.
- ¡No!- gritó Lilith, su voz firme, desafiante. -¡Ya no serás más dueña de nosotras! ¡No te permitiremos que sigas destruyendo vidas!
Lyra la miró, un destello de diversión cruzó por sus ojos.
-¿Crees que puedes detenerme? -preguntó, su tono burlón. -No sabéis con quién os enfrentáis...
Pero en ese momento, algo ocurrió. Un cambio que rompió la concentración de Lyra. Selene, desde su rincón sombrío, comenzó a moverse lentamente. No fue un movimiento humano, sino una sombra de voluntad, como si el poder de la telepatía entre ella y las gemelas comenzara a cambiar algo en su ser.
El cinturón en su cintura comenzó a resplandecer con una luz azul fría, como un reflejo de lo que quedaba de su alma atrapada, de su voluntad que luchaba por escapar.
- ¡No más!- Selene pensó con fuerza, su mente luchando contra la fuerza abrumadora del cinturón. - No más... voy a luchar...
A través del vínculo mental con Lilith, Selene transmitió la única conexión auténtica que había tenido en años. Su cuerpo parecía temblar mientras el cinturón se tensaba, pero la luz azul de la piedra comenzó a parpadear y disminuir, debilitándose por primera vez en años.
Lyra, al ver el cambio, frunció el ceño. "¡No puedes hacer esto!" gritó, pero Selene ya había comenzado a recuperar el control.
Las gemelas no sabían qué estaba ocurriendo, pero algo estaba cambiando. El poder de Lyra sobre ellas, sobre Selene, comenzaba a debilitarse. El cinturón parecía estar cediendo ante la luz del alma de Selene, que, aunque frágil, nunca había dejado de luchar.