El castillo de Lysia estaba vivo. Su aliento frío y ancestral recorría los pasillos, como si las mismas paredes respiraran y palpitaban bajo la influencia de la magia. La luz temblorosa de las velas se reflejaba en las piedras envejecidas, donde las sombras parecían moverse con vida propia, deslizándose como serpientes a lo largo de las paredes. El aire estaba impregnado de una presencia maligna, un peso invisible que aplastaba el alma.
El grito de furia de Lyra resonó por todo el castillo, un rugido desgarrador que parecía romper el silencio eterno que había gobernado esos muros. Era como si el castillo mismo respondiera a su grito, como si su voluntad estuviera tejida en cada rincón de ese lugar.
Cecilia sintió cómo su corazón latía con fuerza, el eco de la furia de Lyra retumbando en su pecho, penetrando en sus entrañas. La oscuridad del castillo parecía cerrarse sobre ella, como un manto pesado que la aprisionaba. Las paredes gimiendo bajo la presión del poder de Lyra, y el suelo bajo sus pies parecía temblar con la vibración de la magia.
El niño, ahora libre de la silla, comenzó a caminar hacia Cecilia. Su rostro estaba marcado por la tensión, sus ojos dorados reflejaban la tristeza y el miedo, pero también había una chispa de esperanza en su mirada.
A su lado, Cecilia sintió cómo la conexión mágica entre ellos crecía más fuerte. Juntos, su poder podría ser la clave para destruir la oscuridad que se cernía sobre ellos. Pero a cada paso que daban, sentían que el castillo de Lysia se volvía más opresivo, como si la propia estructura los estuviera devorando.
El aire se espeso y la niebla que se deslizaba por los pasillos se convirtió en una cortina de oscuridad. Las voces susurrantes de las almas atrapadas parecían reír en un tono bajo y cruel, sus risas filtrándose como eco lejano en el aire. Cada paso que daban los conducía a un abismo más profundo, como si el castillo estuviera construido sobre un vacío, un pozo sin fondo que los atraía con fuerza, como una boca que quería engullirlos.
- Cecilia...- la voz del niño era un susurro, temblorosa pero llena de miedo. - Escucha... hay algo en el castillo. Algo que... no puedo entender. Algo que no puedo ver, pero lo siento. Nos está observando...
Cecilia se detuvo, sus ojos recorriendo la negrura del pasillo. La oscuridad parecía crecer, como si algo se estuviera despertando en el centro de la casa. Sus sentidos se agudizaron, y un escalofrío recorrió su espina dorsal. El aire estaba denso, pesado, como si estuvieran caminando sobre un suelo fangoso, y en cada paso, sentían que algo los observaba, algo invisible pero terriblemente real.
- Estamos siendo observados... - murmuró Cecilia, su voz más baja que nunca. - Algo... algo dentro de este castillo nos está acechando.
En ese mismo instante, las sombras comenzaron a moverse, deslizándose como serpientes por las paredes. El sonido de la niebla moviéndose se mezcló con susurros ininteligibles, voces distorsionadas que parecían provenir de más allá del tiempo.
Las voces de las almas perdidas se volvían más intensas, más agónicas. Cada rincón parecía deformarse ante sus ojos, como si la realidad misma estuviera siendo tragada por la oscuridad.
De repente, un rumor profundo recorrió los pasillos. Las paredes comenzaron a temblar, como si todo el castillo se estuviera desprendiendo. Lyra, desde su torre oscura, había lanzado su último hechizo, un hechizo tan poderoso que desfiguraba la realidad misma.
- ¡Cecilia, cuidado! - gritó el niño, pero la oscuridad lo envolvió en el siguiente momento.
Un golpe invisible los lanzó hacia atrás, golpeando sus cuerpos contra la pared. La fuerza del hechizo era desgarradora. Cecilia intentó levantarse, pero su cuerpo estaba débil, agotado. El niño, aunque libre, también se veía afectado por la misma presión que el castillo ejercía sobre ellos. La magia de Lyra, como una sombra maldita, se cernía sobre ellos.
A medida que la oscuridad los rodeaba, una sensación de desesperación absoluta se apoderó de Cecilia. Ella no podía moverse, no podía escapar. El castillo había comenzado a devorarlos, la magia de Lyra era demasiado fuerte, demasiado imponente. No importaba cuánto resistieran, la oscuridad parecía absorbente, como si el castillo entero estuviera vivo y tuviera un deseo irrefrenable de consumirlos.
Pero entonces, algo cambió. Un destello de luz apareció en la distancia, algo débil pero luminiscente, algo que brillaba con fuerza en medio de la negrura. Cecilia, con su última reserva de energía, se dirigió hacia esa luz, arrasando con el miedo, y cuando estuvo cerca, vio algo que la dejó sin aliento. Una figura se perfilaba frente a ella, una sombra que parecía humana, pero tan distorsionada que su forma parecía cambiar constantemente.
- ¿Quién... quién eres? - preguntó Cecilia, su voz temblorosa.
La figura, que apenas tenía forma, sonrió en la oscuridad, su rostro indescriptible, como un ser de sombras.
-Soy el guardián de esta oscuridad...- dijo una voz profunda, retumbante, llena de tristeza y sufrimiento. - No puedes escapar de aquí, Cecilia. El castillo te ha reclamado, y todos los que aquí entras, pertenecen a él.
- No... no quiero pertenecer a este lugar.....
Cecilia gritó, con la desesperación inundando su voz. La figura sonrió amargamente, y de repente, las sombras se lanzaron sobre Cecilia.
Su cuerpo, incapaz de moverse, comenzó a ser absorbido por la oscuridad. La presión aumentaba, y la luz en la distancia parecía desvanecerse. El castillo comenzaba a devorarla, el tiempo y el espacio se distorsionaban a su alrededor, y su mente fue absorbida por la magia del lugar.
Pero, antes de perder la conciencia, Cecilia escuchó una voz débil, que provenía de más allá de la oscuridad.
- Cecilia...
Era el niño.
- Ayúdame... por favor... no... me dejes...
Cecilia, a pesar de que todo a su alrededor la consumía, apretó los dientes y con toda la fuerza que le quedaba, se levantó. La magia del niño y la suya se unieron en un último esfuerzo. La luz brilló más fuerte, y el hechizo comenzó a ceder. El niño luchaba junto a ella, su pequeña forma inundada de energía, más poderosa de lo que había sido nunca.