Almas Perdidas

La Cosecha De La Oscuridad

La luna estaba roja esa noche, bañando el castillo de Lysia con una luz antinatural, como si el cielo mismo hubiera sido teñido por la sangre. El viento soplaba a través de los pasillos vacíos, llevando consigo la densa niebla que se deslizaba por las calles del pueblo cercano. Las sombras se alargaban, tomando formas grotescas que parecían moverse por su cuenta, como si el propio castillo estuviera respirando.

Selene, con su rostro pálido y vacío, caminaba por las calles del pueblo, sus pasos lentos y pesados resonando sobre el empedrado húmedo. El cinturón mágico que llevaba puesto ajustaba aún más su cuerpo, rodeando su torso con un abrazo invisible que le impedía sentir cualquier tipo de voluntad propia. Su rostro no mostraba emociones; era una máscara vacía, como si su alma hubiera sido completamente consumida por la oscuridad que Lyra había implantado en ella.

La luna roja la iluminaba, creando una imagen espectral de su figura, como una muerta viviente que deambulaba sin rumbo, gobernada por una fuerza superior que la mantenía en un estado de trance continuo. Selene no sentía miedo, ni compasión, ni deseo. Era un simple vehículo para los deseos de su hermana, Lyra.

Al llegar a una modesta casa, una sensación fría recorrió su espalda. Dentro, en una habitación iluminada por la luz cálida de la lámpara, una niña pequeña jugaba, ajena al horrible destino que le esperaba.

La niña, de unos diez años, tenía el cabello largo y negro como la noche, con ojos celestes que reflejaban una inocencia pura. Vestía un camisón azul de época, con los bordes delicadamente cosidos a mano, un contraste marcado con la oscuridad de la noche. Selene observó la escena desde el umbral de la puerta. El cinturón ajustó aún más su cuerpo, y una orden silenciosa de Lyra recorrió su mente:

Hazlo.

Selene entró en la casa, moviéndose como una sombra, sus pasos ligeros y sigilosos mientras avanzaba hacia la niña. La casa estaba tranquila, los padres dormían profundamente gracias al hechizo que Selene había lanzado sin saberlo. El poder del cinturón mágico le permitió adormecer a los adultos, dejando el camino libre para su oscura misión. En su mente, nada más existía. Solo había una orden que cumplir.

Al llegar junto a la niña, Selene la levantó sin esfuerzo, sus brazos parecían hechos de hierro, implacables, apretando a la niña contra su pecho. La pequeña gritó, pero su voz fue rápidamente ahogada por la magia que envolvía el lugar.

- ¡Déjame! ¡Suéltame!

La niña forcejeó, sus pequeños puños golpeando débilmente a Selene, pero no era suficiente. Selene simplemente la sostuvo más fuerte, mientras los ojos de la niña reflejaban desesperación y miedo.

El cinturón mágico apretó aún más, oprimiendo la voluntad de Selene, dejándola en un estado de total sumisión. Ella no podía detenerse. Ella no pensaba. Solo actuaba. Los gritos de la niña fueron ahogados por las paredes de la casa, y fuera, la noche seguía su curso, ajena a lo que sucedía dentro de la pequeña casa.

- No grites, - murmuró Selene, su voz vacía, casi un susurro. - No servirá de nada...

La magia del cinturón cubría las mentes de todos, y Selene caminó hacia la puerta, con la pequeña niña en brazos. Las calles del pueblo estaban cubiertas por la niebla, y el aire estaba denso, como si el castillo de Lysia ya estuviera extendiendo sus garras hacia ellos. Nadie en el pueblo se atrevió a salir. Los gritos de la niña se desvanecieron en la oscuridad, su llanto ignorado por todos. El terror del pueblo era palpable. Sabían lo que ocurría cuando Selene venía.

Con una última mirada a la casa vacía, Selene se perdió en la oscuridad, su figura desvaneciéndose en la niebla espesa. El castillo de Lysia la esperaba.

Mientras tanto, en lo más profundo del castillo, Cecilia y Aurelian avanzaban por los pasillos oscuros. Las paredes parecían susurrar, y cada paso que daban estaba acompañado de una sombra que parecía seguirlos, acechándolos. El poder del castillo se sentía en cada rincón, como si todo el lugar estuviera vivo, observándolos, esperando su próximo movimiento.

Aurelian, con su magia heredada, parecía más sensible a la atmósfera oscura que los rodeaba. Su conexión con la magia ancestral de su madre era fuerte, y lo sentía más intensamente que nunca. Sus ojos dorados brillaban a medida que avanzaban, y podía percibir las presencias invisibles que habitaban cada centímetro del castillo.

- Estamos cerca, - dijo Aurelian, su voz baja y temblorosa. - Puedo sentir la puerta. Pero... está protegida por algo... algo muy antiguo.

Cecilia asintió, su corazón palpitando fuerte mientras caminaban hacia el pasillo más oscuro del castillo. En sus manos, sentía la magia fluir con más fuerza, pero aún sentía que no era suficiente. El cinturón de Lyra había dejado su marca en todo el lugar, y la oscuridad que gobernaba las paredes del castillo se volvía más fuerte con cada paso.

- ¿Cómo podemos entrar? - preguntó Cecilia, la tensión en su voz clara.

Aurelian cerró los ojos, su mente concentrada en la magia del castillo.

- Debemos ser rápidos, - dijo, - La puerta no se abrirá fácilmente. La magia que la custodia es... ancestral. Pero tengo algo en mí que puede romperla.

Cecilia se detuvo.

- ¿Cómo sabes eso?

Aurelian sonrió débilmente, un destello de tristeza en sus ojos.

- Porque soy parte de todo esto,- respondió, - Y mi magia es la única que puede cambiarlo.

La puerta ante ellos se iluminó con una luz débil, y Cecilia sintió cómo la magia del castillo se volvía más densa, más opresiva. Con una fuerza que parecía venir de lo más profundo de él, Aurelian extendió su mano hacia la puerta, y las sombras se retiraron momentáneamente, como si el castillo temiera lo que él podía hacer.

Mientras tanto, Selene llegó al castillo con la niña en sus brazos, ya inmovilizada por el poder del cinturón. No sentía nada. La niña lloraba, pero su gritos se desvanecían en el aire frío, en la niebla densa que rodeaba la entrada del castillo. La tormenta interna de Lyra se estaba acercando.




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