Almas Perdidas

El Laberinto De Sombras I

Las Ilusiones

La luz de la luna era tenue, apenas un reflejo de lo que debía haber sido en una noche común. Sobre el castillo de Lysia, una niebla espesa cubría las calles, como una manta que todo lo apaga y oculta. Cecilia y Aurelian avanzaban en silencio, siguiendo el pasaje secreto hacia el corazón de lo que parecía ser un lugar impenetrable.

El laberinto de sombras ante ellos no era una simple construcción de pasillos y muros, sino un reflejo de la oscuridad misma, una trampa construida por el miedo y la magia ancestral que Lyra había sembrado en los cimientos del castillo.

Cada paso que daban los sumía más en la neblina densa, que parecía absorber sus pensamientos. El aire se volvía más pesado y silencioso, como si el mismo castillo estuviera respirando con ellos, exhalando el frío que congelaba sus entrañas. A pesar de estar rodeados de paredes invisibles de sombras y niebla, un extraño sentimiento de ser observados se apoderaba de ellos.

Cecilia miró a su alrededor, pero todo lo que veía era oscuridad. Nada tenía forma. Las sombras no se movían, pero de alguna manera parecían ser conscientes de su presencia. El miedo comenzaba a ascender en su pecho, y aunque intentaba reprimirse, su mente se sentía como si estuviera perdiendo la batalla contra la neblina que los rodeaba.

— ¿Aurelian?— murmuró Cecilia, su voz apenas un susurro entre el estruendoso silencio que los rodeaba. — ¿Cómo sabes dónde ir?

Aurelian, caminando un paso por delante, se detuvo. Sus ojos brillaban en la oscuridad, dorados, como fuegos diminutos en medio de la neblina.

— Puedo sentirlo. — Su voz estaba serena, pero también cargada de presión. — El castillo está vivo, Cecilia. Y sé que nos está observando. Esta oscuridad no es solo un vacío, es... algo que piensa.

Cecilia tragó saliva, sintiendo cómo las sombras se cerraban sobre ellos como un abrazo que los quería ahogar.

— No me gusta esto,— confesó, su cuerpo tenso. — Siento que... estamos siendo llevados a alguna parte, pero no sé a dónde.

— Es el laberinto,— respondió Aurelian, pero su tono no era de consuelo. — Es la magia de mi madre. Nos hace caminar en círculos, nos desvía. Nos lleva a donde quiere, a lo que tememos.

De repente, el aire se tornó más frío. Un sonido, bajo y distante, comenzó a llenar el espacio a su alrededor. Era un susurro... una voz.

Cecilia...

La voz se arrastraba como una serpiente, deslizándose entre sus pensamientos, llamándola, como si su mente misma estuviera siendo manipulada.

Cecilia...

Se detuvieron en seco, mirándose entre sí. Aurelian extendió su mano hacia la pared, pero sus dedos no tocaron piedra alguna. Era como si la oscuridad misma hubiera cobrado forma, un vacío que no dejaba nada tangible.

— ¿Escuchaste eso?— preguntó Cecilia, su rostro pálido, mirando alrededor con terror.

— Sí, — respondió Aurelian con una sonrisa que no llegó a sus ojos— No es real. Son las ilusiones del laberinto. Intentan despojarnos de la razón.

La voz, de nuevo, resonó en sus mentes, más fuerte esta vez:

Cecilia, ven...

Y entonces, las paredes del laberinto comenzaron a transformarse ante sus ojos. En un parpadeo, todo a su alrededor cambió. Las sombras dejaron de ser solo sombras. Se convirtieron en figuras. Figuras familiares, rostros conocidos: el rostro de Lilith, sonriendo y extendiendo los brazos hacia ella.

Cecilia dio un paso atrás, su corazón acelerado.

— No... no es posible...— murmuró, sintiendo cómo las sombras se desplegaban como un bajo manto sobre su cuerpo.

La figura de Lilith se acercaba, pero su sonrisa se desfiguraba, comenzando a retorcerse, transformándose en una mueca macabra.

— Ayúdame...

Aurelian, sin decir una palabra, extendió su mano hacia ella.

— Es solo una ilusión,— susurró —Es lo que el castillo quiere. Nos muestra lo que más deseamos, pero solo para desorientarnos.

Cecilia cerró los ojos, intentando resistir la magia que se estaba apoderando de su mente.

— No quiero perderme aquí,— murmuró, más para sí misma que para Aurelian.

La voz de Lilith continuó, pero ahora era un grito lejano.

¡Cecilia! ¡Te estoy esperando!

De repente, la imagen de Lilith se deshizo en nubes negras, y todo a su alrededor se volvió oscuro nuevamente. La neblina empezó a moverse, envolviendo a Cecilia y Aurelian en un abrazo gélido que los hizo tambalear.

— Es la ilusión del deseo,— dijo Aurelian, su voz firme, como si hablara más consigo mismo que con Cecilia. — La magia del castillo aprovecha todo lo que tememos o deseamos. Manipula nuestros pensamientos.

Cecilia intentó recomponerse, pero el eco de la voz de Lilith seguía resonando en su mente, como un lamento que se mezclaba con la neblina. La figura de Lilith seguía allí, distante, mientras las sombras avanzaban hacia ellas con rapidez.

— ¡Cecilia!— la voz retumbó, esta vez más fuerte.

— No podemos dudar,— dijo Aurelian, sujetando a Cecilia del brazo. — Debemos seguir adelante, no importa lo que veamos. Son solo sombras.

Pero Cecilia ya no estaba segura. La voz de Lilith seguía llamándola, pero ahora, la figura de su hermana gemela también se transformaba. El rostro de Lilith se comenzó a deformar de nuevo, y ahora era una sombra vacía que la observaba. Su sonrisa se torció en una mueca grotesca y luego se desvaneció en el aire.

De repente, una nueva figura surgió, esta vez, la cara de Lyra, la madre de Aurelian. Su mirada era demoníaca, llena de maldad y control.

— Te has equivocado,— murmuró Lyra en un susurro bajo, su voz rasposa como una promesa de destrucción. — El laberinto nunca termina.

Cecilia retrocedió, temblando. La figura de Lyra se acercó a ella, y su voz se volvió un eco penetrante:

— El miedo te consume, Cecilia. No podrás salir.

Aurelian tiró de ella, arrastrándola hacia adelante, y mientras la neblina se despejaba, el castillo parecía burlarse de ellos, reconfigurando su forma en una distorsión de lo real.




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