La Oscuridad Palpable
La oscuridad era como un manto pesado, una niebla espesa que parecía tragarse todo a su paso. Cada paso de Cecilia y Aurelian era un esfuerzo titánico, como si el aire mismo se hubiera transformado en un lodo denso que les impedía moverse con libertad. La neblina parecía expandirse, volverse más sólida, envolviendo sus cuerpos y mente en un abrazo opresivo.
El laberinto de sombras no era solo un conjunto de pasillos retorcidos, sino un espacio vivo, lleno de presencias invisibles. Cecilia sintió que el aire se volvía cada vez más pesado, y que la luz que antes los guiaba hacia la salida se desvanecía con cada paso. El camino ante ellos parecía distorsionarse, retorcerse y desaparecer, como si la propia realidad fuera una alucinación flotante en un mar de oscuridad.
Aurelian caminaba con paso firme, pero su rostro reflejaba la misma tensión que la de Cecilia. El poder del castillo estaba cambiando algo dentro de ellos. El aire se espesaba, como si estuvieran siendo absorbidos por el mismo corazón oscuro del laberinto. La oscuridad no solo los rodeaba, sino que les impedía respirar, sentir y pensar claramente. La distancia se distorsionaba, y el tiempo parecía volverse irregular, como si un segundo durara una eternidad.
La sensación de estar atrapados en una trampa era insoportable. Cecilia sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable, flotante, como si cada paso los hundiera más en un mar de nada. La niebla espesa rodeaba su cuerpo, presionando sus hombros, como si las sombras del lugar quisieran que se desvanecieran, como si las sombras fueran dientes dispuestas a engullirlos.
- Esto no es solo oscuridad,- dijo Aurelian, su voz baja y tensa. -Es algo más... más pesado - Se detuvo un momento, cerrando los ojos. - No es solo el aire. Es el lugar. Está vivo.
Cecilia lo miró, intentando enfrentar la presión de la atmósfera que la rodeaba.
- Vivo, - repitió, su voz quebrada. - Pero no puede ser. Esto no puede ser real...
Aurelian no respondió, pero su mirada reflejaba la misma sensación de terror que la invadía. El laberinto era mucho más que un simple conjunto de pasillos y puertas; parecía tener una voluntad propia, un deseo de consumirlos intenso.
A cada paso, la neblina se espesaba aún más. El aire era frío, pero no por la ausencia de calor, sino por la presencia de algo mucho más antiguo, más malvado. Cecilia podía sentir el peso de los ojos invisibles, los ojos de sombras que los observaban desde todas partes, que los rodeaban, los acechaban. No había ninguna dirección clara, solo más oscuridad que se expandía.
La atmósfera se volvió opresiva, y los muros parecían moverse a su alrededor, como si fueran una entidad que se cerraba sobre ellos. Era como caminar a través de un sueño denso y pesado, donde cada paso era un esfuerzo físico y mental.
De repente, la voz de Cecilia rompió el silencio, y su tono era tan bajo, que apenas se escuchaba.
- Siento que... estamos siendo observados,- dijo, y su voz temblaba, aunque intentó mantenerla firme. - Siento que hay algo... dentro de la oscuridad. Algo que nos está atrapando.
Aurelian asintió lentamente, pero no dijo nada. Ambos sabían que estaban cerca del final de este tramo, pero la sensación de que no podían escapar seguía creciendo.
La neblina parecía no solo ocupar el espacio, sino penetrar en sus mentes. Las sombras las rodeaban, y a medida que avanzaban, los ecos de sus pasos comenzaron a sonar más apagados, como si estuvieran siendo tragados por el vacío.
De pronto, la niebla se disipó brevemente, y un rayo de luz apareció, flotando a unos metros de ellos. Cecilia no pudo evitar mirar fijamente la luz, que parecía una promesa de esperanza. Pero la luz se desvaneció rápidamente, reemplazada por más neblina.
El eco de su respiración se volvió más rítmico, como si todo a su alrededor estuviera siendo manipulado por la magia del castillo, como si el castillo mismo fuera el que respirara junto a ellos.
Cecilia, en su creciente desesperación, intentó recordar el camino que seguían, pero era imposible. Los pasillos seguían cambiando de forma, las puertas que creían haber cruzado aparecían de nuevo, doblándose y retorciéndose en su mente, mientras las sombras se volvían más densas a su alrededor.
- Esto es... el control,- dijo Aurelian, su voz grave y llena de fatiga. - Es la magia del castillo. No podemos salir de aquí. El laberinto no tiene fin.
De repente, una figura apareció delante de ellos, emergiendo de las sombras como si hubiera estado esperando. Su rostro era borroso, y su cuerpo no tenía forma, pero su presencia era familiar. Aurelian y Cecilia se quedaron petrificados al ver la figura, sus cuerpos rígidos de miedo. Era una mujer que parecía no tener una forma definida. Era como un eco de lo que alguna vez fue una figura humana.
La figura susurró algo en un idioma desconocido, un sonido que parecía ser absorbido por la neblina misma. Los ojos de la figura, oscurecidos por la niebla, los observaban fijamente, y parecía que su presencia les robaba la energía. Cecilia sintió como si su cuerpo se volviera más pesado, como si estuviera desapareciendo, consumiéndose en la sombra.
La figura levantó una mano, y con un movimiento sutil, la neblina aumentó, cubriéndolos por completo. Los murmullos crecieron más intensos, y el aire se volvió aún más denso, cargado con una fuerza palpable. El laberinto se cerraba.
- Es solo una ilusión,- dijo Aurelian, su voz ahora más temblorosa. - ¡No te dejes atrapar!
Pero la figura siguió acercándose, y Cecilia sintió cómo la oscuridad se apoderaba de su mente, desplazando sus pensamientos. La niebla comenzó a envolver su cuerpo y a presionar su mente. Las sombras se retorcían y tomaban forma, como si quisieran devorarlos.
Un grito ahogado escapó de Cecilia, pero el sonido se disolvió en el aire.
- Mantén tu concentración, Cecilia,- gritó Aurelian, sosteniéndola con fuerza. - Esto no es real. Las sombras no tienen poder sobre nosotros, no podemos dejar que nos consume.