Almas Perdidas

El Laberinto De Sombras III

Los Espejismos

La oscuridad seguía envolviendo a Cecilia y Aurelian, pero esta vez algo había cambiado. El aire ya no se sentía solo espeso y pesado; ahora, algo más había comenzado a llenar el espacio a su alrededor. Como una niebla pegajosa, una presencia invisible los rodeaba, esperando el momento justo para atraparlos. Cada paso que daban se sentía más lento, como si el suelo mismo intentara retenerlos.

El laberinto parecía más grande, más laberinto que nunca. Las paredes que antes se retorcían, ahora se transformaban, giraban en círculos infinitos, las puertas ya no ofrecían salidas, y el misterio se amontonaba con cada segundo que pasaba. El tiempo mismo parecía perderse en ese lugar, distorsionándose. El aire frío, sin embargo, estaba cargado con algo más.

Cecilia sintió el cambio antes de verlo. La luz que antes habían visto al final del laberinto se desvaneció, sumiendo nuevamente a los dos en una oscuridad palpable, pero ahora había algo más: espejismos. Era como si el laberinto mismo jugara con sus mentes, transformando sus deseos y temores en algo que se sentía más real que la realidad misma.

Cecilia y Aurelian se detuvieron, sus cuerpos tensos, sabiendo que no estaban solos. Los espejismos no eran simples ilusiones visuales. No eran solo lo que sus ojos podían ver, sino también lo que sus mentes deseaban o temían. La esencia de los espejismos se filtraba en sus recuerdos más oscuros y profundos. Cada uno de ellos comenzaba a ser aplastado por una visión que no podía escapar.

El Espejismo del Deseo

Cecilia miró hacia el pasillo vacío, su corazón saltando de su pecho. Frente a ella, un reflejo comenzó a materializarse lentamente, como si el aire mismo se cambiara para darle forma. Era la figura de Lilith, su hermana gemela, pero no era la Lilith que había dejado atrás. Esta Lilith sonreía de manera sincera y llamaba a Cecilia con su voz suave, casi hipnótica.

- Cecilia....- la figura de Lilith susurró, y la sonrisa de la niña parecía cálida y acogedora. - Te he estado esperando. Ven, ven aquí. Ayúdame. Necesito que me saques de aquí.

Cecilia sintió cómo una fuerza invisible tiraba de su corazón, de su alma, como un ancla tirada al fondo de un océano profundo. Lilith, en esta visión, era tan perfecta, tan pura, tan necesitada. Su rostro irradiaba una luz cálida que invitaba a Cecilia a acercarse, a olvidarse de todo lo demás.

Pero a medida que avanzaba, el rostro de Lilith comenzaba a distorsionarse, y su sonrisa se tornaba en un vacío de desesperación. La niña se convertía en sombras antes de desaparecer completamente, dejando a Cecilia frente a un vacío, una oscuridad densa que amenazaba con consumirla.

- ¡No!- gritó Cecilia, recobrando su conciencia y parpadeando con fuerza. - Esto no es real.

Pero la oscuridad a su alrededor solo se agigantó, y la voz de Lilith continuó resonando en su mente:

Ayúdame... siempre has sido la única que podía hacerlo...

El Espejismo del Miedo

Aurelian, al mismo tiempo, se encontraba frente a un espejo que se formaba en la neblina del laberinto. En él, la figura de Lyra apareció lentamente, su madre. Pero no era la misma imagen de amor y cuidado que había conocido en su infancia.

Esta Lyra no mostraba compasión ni ternura; su rostro estaba marcado por la ira, sus ojos eran vacíos, y su sonrisa era más una mueca de burla que cualquier otra cosa.

- Has fallado, Aurelian,- susurró la voz de Lyra desde el espejo, -Tú siempre serás mi instrumento. ¿Creíste que podrías escapar? No puedes, jamás podrás liberarte.

La imagen de su madre se deshizo lentamente, y todo lo que quedó fue la figura de Lyra, distorsionada y llena de sombras, desvaneciéndose y desgarrándose en un mar de oscuridad.

Aurelian, con el corazón destrozado y el alma teñida de desesperación, intentó alejarse del espejo, pero sentía que estaba siendo arrastrado hacia él.

- ¡No!- gritó, - ¡No eres mi madre! ¡No puedes controlarme!

Pero la imagen de Lyra seguía susurrando en sus oídos, murmurando acusaciones y recordatorios de lo que él había hecho. Lo que no había hecho. Su voz retumbaba dentro de su mente, ahogando cualquier pensamiento claro. Al igual que Cecilia, estaba siendo consumido por el espejismo de lo que más temía.

La Larga Larga Distorsión

Cecilia y Aurelian se encontraron en un momento que no podían identificar como real ni irreal. Las sombras se alargaban hasta engullirlos, llevándolos a lugares donde tiempo y espacio se borraban. Al abrir los ojos, se encontraron de nuevo en el mismo pasillo, el aire estaba más denso, el frío era más agudo, y las sombras comenzaban a ganar más terreno.

En este lugar, nada tenía forma fija. Las paredes se estiraban y deformaban, nubes de neblina oscura invadían sus cuerpos, aplastándolos. A lo lejos, las voces resonaban más fuerte, y las figuras se volvían más grotescas. A veces, parecía que estaba caminando sobre hielo fino, sabiendo que en cualquier momento podría caer al vacío.

Era entonces cuando la realidad misma parecía distorcionarse. La luz que tanto buscaban desaparecía solo para reaparecer en una forma de engaño. A veces, los caminos se cambiaban de dirección, y la salida era solo una máscara de lo que pensaban ser.

- ¡Cecilia! - Aurelian gritó en un impulso desesperado, su voz resonando en un vacío profundo, pero su hermana no estaba a su lado.

Ella había desaparecido en el laberinto, atrapada en los espejismos de sus propios deseos y temores. La oscuridad había ganado terreno. Su mente estaba desgastada.

- ¡Cecilia!- La llamada se desvaneció mientras el eco de la oscuridad comenzaba a consumir los últimos vestigios de esperanza.

La magia del castillo continuaba jugando con ellos, mientras el espejismo de la salida seguía deslizándose por el laberinto, siempre cerca, pero nunca alcanzable.




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