Almas Perdidas

El Espectro de los Guardianes Perdidos II

Los Ecos de los Perdidos

A medida que Cecilia y Aurelian avanzaban más en el oscuro pasillo del laberinto de sombras, la sensación de estar siendo observados nunca cesó. La presencia invisible del castillo era sufocante, un peso insostenible que parecía aplastar sus mentes, desterrando sus pensamientos a medida que se adentraban en la profundidad del corazón del castillo.

La neblina se espesaba, convirtiéndose en una masa densa y fría que parecía extenderse hacia ellos como si quisiera envolverlos por completo. El aire estaba cargado, pero no de humedad, sino de una presencia antigua que parecía viva, como si el propio castillo respirara con ellos.

Las voces que habían escuchado anteriormente regresaron, pero ahora eran diferentes. Más claras. Más acentuadas. Los ecos de lo que alguna vez habían sido guardianes sonaban a través de las paredes, susurros de desesperación que recorrían la neblina, haciendo que sus cuerpos se erizaran.

Cecilia cerró los ojos por un momento, luchando por mantener el control sobre su mente, pero cuando los abrió, vio algo que la desgarró por dentro: los rostros de aquellos guardianes perdidos comenzaban a manifestarse en las paredes a su alrededor, figuras etéreas que flotaban, atrapadas en el mismo hechizo que había hecho de este castillo una prisión interminable.

- Nosotros... caímos... fallamos... ustedes también lo harán...- murmuraban los espectros, sus ojos vacíos reflejando el dolor de su condena eterna. Las sombras se retorcían, transformándose en figuras que apenas podían distinguirse del entorno. - Estamos aquí... atrapados... por siempre.

Aurelian se detuvo bruscamente, su rostro pálido, pero su voz firme.

- ¡No son reales! - exclamó, mirando las figuras borrosas que flotaban frente a ellos. - Este es el castillo jugando con nosotros. No podemos dejar que nos absorba. No debemos creerles.

Cecilia, aún temblando, respiró profundamente y asintió, aunque la angustia seguía hundiéndola, sintiendo cómo las voces se apoderaban de su mente, intentando desestabilizarla. Podía oír sus propios pensamientos desmoronándose, diluyéndose en un mar de gritos y lamentos que las figuras parecían lanzar al vacío. Las sombras se alargaban, y los rostros deformados aparecían y desaparecían en las paredes, como si la misma realidad estuviera siendo desgarrada.

La Ilusión del Dolor: El Lamento de los Caídos

El pasillo que recorrían se fue alargando de una forma extraña, como si estuvieran atrapados en un lugar que no avanzaba. Frente a ellos, una nueva figura apareció, esta vez más definida, más concreta. Un hombre con un rostro marcado por la tristeza y la desesperación, grandes ojos vacíos, la piel oscura y arrugada, su ropa rota, colgando de sus hombros como un fantasma triste.

Pero lo que más los sorprendió fue la expresión en su rostro: serenidad. Aceptar su destino. El hombre les habló, su voz suave pero cargada de dolor.

- Estamos condenados, - dijo el espectro, su rostro lleno de una tristeza infinita. - No hay escape. Todos fallamos. Todos los guardianes caímos. Y ustedes también lo harán.

El aire se cargó con la desesperación de sus palabras. Cecilia pudo sentir cómo la oscuridad la rodeaba más, cómo el laberinto se cerraba a su alrededor, con mil ojos invisibles observando sus movimientos.

- ¡No, no podemos permitir que nos consuma! - gritó, tomando la mano de Aurelian con fuerza.

Pero él estaba mirando al espectro, sin poder apartar la mirada.

- Tal vez está en lo cierto,- susurró con una extraña calma, como si la luz de la esperanza hubiera comenzado a desvanecerse. - Tal vez todos estamos condenados a ser parte de esto. Este castillo nunca deja ir a los que lo pisan.

El hombre levantó su mano, y el laberinto comenzó a retorcerse aún más. Las sombras crecían, y el pasillo comenzó a desaparecer frente a sus ojos. Cecilia podía sentir la angustia apoderándose de ella, el pensamiento de que ya no quedaba escapatoria comenzaba a arraigarse profundamente en su corazón. La magia del castillo no solo estaba en el ambiente, sino también en sus mentes, invadiéndolas, sometiéndolas a la voluntad de las sombras.

- ¡No!- gritó Cecilia, pero su voz se desvaneció, ahogada por la presencia del espectro.

El hombre avanzó lentamente, y con un gesto apenas perceptible, las sombras se acercaron a Aurelian y Cecilia, como si el espectro quisiera absorberlos en su misma forma.

-Escuchad nuestros gritos, - dijo el espectro, - Escuchad la desesperación de todos los que han sido engullidos por la oscuridad. Este castillo no olvida, no perdona.

- ¡No estamos atrapados! ¡Todavía podemos luchar!- exclamó Aurelian, con una fuerza renovada. - Este no es nuestro destino. No dejaremos que el miedo nos devore.

Pero antes de que pudieran hacer un movimiento, la figura del espectro se desvaneció, como una sombra disuelta por el viento. Y con ello, la presencia maligna se levantó, el laberinto mismo comenzó a transformarse. Los pasillos se alargaban y cambiaban, como si el castillo juguetara con ellos, arrastrándolos de un lado a otro, pero sin ofrecerles un camino claro.

El Desafío de la Realidad: La Larga Caída

Cecilia y Aurelian continuaron adelante, desgastados por la batalla psicológica, por las ilusión tras ilusión que les había hecho ver un futuro inevitable. El laberinto no era solo una construcción física, era la materialización de sus más profundos temores, de los recuerdos rotos y de las mentiras que el castillo les susurraba.

A medida que avanzaban, la niebla se hacía más espesa, y el aire más pesado, un sudor frío recorría sus frentes mientras las sombras continuaban deslizándose cerca de ellos, tocándolos como tentáculos invisibles. El sonido de pasos invisibles que se acercaban se hacía más fuerte, como si alguien estuviera acechando desde dentro de la neblina.




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