Almas Perdidas

El Espectro de los Guardianes Perdidos III

El Umbral del Olvido

La oscura niebla había comenzado a tomar forma, no solo alrededor de Cecilia y Aurelian, sino también dentro de sus mentes. El laberinto de sombras no era solo un juego de ilusiones, ni una prisión física; era una manifestación viva de la magia ancestral de Lyra, un hechizo que corría por las entrañas mismas del castillo y que ahora los asfixiaba. La presencia invisible los rodeaba, cada vez más palpable, como una sombra que los observaba, acechando cada uno de sus movimientos.

El aire a su alrededor se volvió más denso, como si el propio castillo de Lysia estuviera respirando junto a ellos, regulando el tiempo y el espacio. El frío penetraba hasta los huesos, pero lo que los desmoronaba no era solo el manto de hielo, sino la sensación de estar atrapados en un lugar donde la realidad se desmoronaba y el futuro se volvía incierto. No había manera de saber si sus pasos los llevaban hacia adelante, o si simplemente se perdían en los ecos interminables del castillo.

- Es como si estuviéramos caminando hacia un abismo sin fin,- murmuró Cecilia, su voz apenas un susurro, como si hablara para sí misma. -No puedo soportar más... es como si el castillo estuviera... absorbiéndonos.

Aurelian, siempre el más resuelto, también parecía estar perdiendo su determinación. Los espectros y las sombras que los rodeaban, las visiones distorsionadas de lo que alguna vez habían sido guardianes, comenzaban a desgastar su alma.

Cada paso que daban, cada sombra que cruzaba su camino, parecía borrar su sentido de propósito, como si todo a su alrededor se hubiera convertido en un espejismo, una trampa para sus mentes.

De repente, las paredes a su alrededor comenzaron a temblar. No era un temblor físico, sino un vibrar profundo que resonó en su interior. La luz se extinguió por completo, y el silencio se apoderó de ellos. Ya no podían oír ni sus respiraciones, ni los pasos del otro. Solo quedaba la presencia, la sensación de que no estaban solos, de que algo los observaba en la más oscuridad.

- Espera...- susurró Aurelian, extendiendo su mano hacia el aire, como si tratara de agarrar algo intangible. - Cecilia, esto no es un simple laberinto. Está... está vivo. Está en nuestra mente, en nuestras emociones. Entiéndelo.

Cecilia lo miró, su rostro pálido, y un escalofrío recorrió su espalda al sentir lo que él ya había percibido: la neblina no era solo niebla. No solo estaba frente a ellos; estaba dentro de ellos. La magia del castillo les estaba hablando, tocando sus pensamientos, invadiendo su consciencia.

De repente, las sombras se desvanecieron, y una luz difusa apareció a lo lejos, en el horizonte. Era tenue, como una ilusión o un rayo de esperanza que intentaba abrirse paso entre las sombras. Sin embargo, cuando avanzaron hacia la luz, lo que encontraron fue mucho más que un simple resplandor: era una puerta, una puerta antigua, gris y gastada por el tiempo, cuyos bordes estaban decorados con símbolos extraños que emitían un resplandor apagado. Los símbolos parecían moverse ligeramente, como si estuvieran vivos, como si la puerta misma estuviera respirando.

- ¿Qué es eso? - preguntó Cecilia, avanzando con cautela.

- Es la puerta al corazón del castillo,- murmuró Aurelian, reconociendo la estructura de la puerta en su memoria. - La puerta que se abre a la verdadera oscuridad, al centro de todo.

La puerta parecía desafiar su lógica. A medida que se acercaban a ella, podían sentir la magia que la mantenía cerrada. La presencia oscura se intensificó a su alrededor. No había duda: la puerta era la entrada al umbral donde todo el castillo se unía, donde las sombras y los espectros se alimentaban de lo que quedaba de aquellos que se aventuraban allí.

- Tenemos que entrar,- dijo Aurelian, su tono grave. - Si no lo hacemos, nunca encontraremos a Lilith.

- Y si lo hacemos...- respondió Cecilia, su voz temblorosa, - nos perderemos a nosotros mismos.

Aurelian miró la puerta, sus ojos destellando con determinación. Sabía que ya no podían retroceder.

- Lo que sea que nos espere allí,- dijo, - lo enfrentaremos juntos.

Cecilia asintió lentamente, sintiendo que algo en su interior se rompía, algo se quebraba con cada paso que daban hacia la puerta del destino. Había llegado el momento de enfrentar lo que el castillo les deparaba. Ya no había vuelta atrás.

Ambos se acercaron a la puerta, y, al poner sus manos sobre ella, una energía fría recorrió sus cuerpos, como un rayo helado que atravesó sus huesos. La puerta comenzó a moverse, y con un sonido bajo y retumbante, se abrió lentamente, revelando la negrura del umbral.

El Umbral del Olvido

La luz que emanaba de la puerta era débil, inquietante. Lo que Cecilia y Aurelian veían a través de la puerta no era una simple sala, ni un pasillo como los anteriores. Era un vacío profundo, una profundidad infinita donde la luz se perdía, donde las sombras se mezclaban con el vacío, donde la realidad misma parecía dudosa.

Al cruzar el umbral, el aire se volvía aún más frío, y los pasos de los dos jóvenes resonaban con un eco enorme, como si cada paso los acercara más a su fin. La puerta se cerró detrás de ellos con un sonido metálico, y todo lo que quedó fue un vacío absoluto que los absorbió.

- ¿Dónde estamos? - susurró Cecilia, el miedo en su voz más evidente que nunca.

Aurelian cerró los ojos, sintiendo la energía oscura que los rodeaba.

-Estamos en el corazón del castillo,- respondió. - En el lugar donde todos los caminos convergen, donde todas las almas perdidas se encuentran.

Al mirar alrededor, Cecilia vio algo más que oscuridad. En el vacío, figuras flotaban, cuerpos sin vida, sombras sin forma. Almas atrapadas, perdidas en un limbo eterno. Algunas voces comenzaban a surgir del vacío, susurrando nombres olvidados, gritos de desesperación que resonaban en sus mentes, llenando el aire con el eco de los olvidados.




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