La Obsesión de Lyra
La batalla que había comenzado como una lucha por salvar a Lilith se había transformado en algo más profundo, más personal. Cecilia y Aurelian sabían que la batalla contra Lyra no solo sería física. La hechicera, con su magia oscura y su poder ancestral, no solo los había atacado con sombras y hechizos, sino que también había lanzado sobre ellos el peso de su odio y su obsesión.
Lyra, sin embargo, no se conformaba con esa victoria. Aunque las sombras y las corrientes oscuras del castillo trataban de consumirse a los jóvenes, ella necesitaba algo más: recuperar a su hijo, Aurelian, su única creación, su posesión más preciada.
Para ella, Aurelian no era solo un hijo. Era su esclavo. Un ser destinado a obedecerla siempre, tal como había hecho con Selene, su hermana gemela, quien ahora estaba bajo el control del cinturón mágico que la mantenía atada a su voluntad.
- ¡NO! - gritó Lyra, su voz resurgiendo de la oscuridad con una furia incontrolable. La maldición de la madre no la dejaba respirar, su corazón latía con odio y desesperación. - ¡No me lo arrebatarán de nuevo! ¡No permitiré que se escape! ¡Aurelian me pertenece solo a mí!
Cada palabra que pronunciaba Lyra retumbaba como un trueno en la mente de Cecilia y Aurelian, y cada vez que su voz sonaba, las sombras que los rodeaban se acercaban más, cercándolos de tal manera que les resultaba imposible avanzar.
- Aurelian...- murmuró Cecilia, mirando a su primo con ojos llenos de una mezcla de temor y resolución. - Debemos seguir luchando... Ella no puede ganarnos.
Pero Aurelian, aunque había sido liberado de la silla mágica, ahora sentía que la magia de su madre no solo le había arrebatado su libertad, sino también su voluntad. Sabía que Lyra había tomado la decisión de no dejarlo escapar de nuevo.
- ¡No lo permitiré! - exclamó, firme.
Pero la oscuridad de Lyra estaba más cerca que nunca, más intensa, más arrasadora. Aurelian sentía el peso de la culpa. Cada uno de sus pensamientos, cada una de sus acciones, había sido dictada por la magia de su madre.
- ¿Soy realmente libre? ¿O simplemente soy otra marioneta de mi madre? - pensó, sintiendo cómo el control de Lyra se apoderaba de él nuevamente. Pero el odio hacia su madre creció, una chispa de rebeldía floreciendo en su corazón. - No... no dejaré que me controles más.
Lyra, al otro lado de la batalla, sentía cómo su poder se desbordaba en ciclos incontrolables. Cada palabra, cada conjuro, parecía alimentar su furia. Pero, en lo más profundo de su corazón, había algo más. Algo que la mantenía en pie y que la impulsaba a seguir adelante: su hijo, Aurelian.
A lo largo de los años, Lyra había construido una cerca invisible que mantenía a su hijo bajo su voluntad absoluta. Desde el día en que lo había creado, él había sido su posesión, una extensión de su propia magia. La idea de que Cecilia pudiera haberlo liberado de sus garras era un pensamiento que la devoraba, algo que no podía permitir.
- ¡Él es mío!- gritó Lyra, su rabia oscura tomando forma en la sala - Nada me lo quitará. No después de todo lo que he hecho para mantenerlo... para que sea MÍO.
El miedo a perderlo la desbordaba. Lyra sentía que la realidad se desmoronaba a su alrededor, pero lo que más la aterraba era pensar que su hijo pudiera escapar de su control. A medida que la batalla con Cecilia y Aurelian se intensificaba, el control de Lyra sobre sus pensamientos también lo hacía.
- Voy a recuperar lo que es mío,- murmuró, con una sonrisa fría surgiendo en sus labios. - Voy a recuperar todo. Incluso si eso significa destruirlo todo ¡¿Oíste hijo?! ¡Desintegraré todo si no regresas a mí!
La oscuridad que había rodeado a Cecilia y Aurelian desde que entraron en el castillo se agudizó. Ya no se trataba de defenderse contra la magia oscura del castillo; ahora estaban enfrentando a Lyra en su forma más peligrosa.
La hechicera, con su sed de venganza, había convertido a su hijo en su prisión viviente. Aurelian no era solo su hijo; era el símbolo de su poder y su control absoluto. Sin él, Lyra no solo perdería a su hijo, sino también la capacidad de someter al mundo con su magia.
Pero Cecilia sentía el terror de lo que Lyra era capaz de hacer. Su maldición, el control mental sobre Aurelian, la posesión de Selene, todo formaba parte de un puzzle oscuro que teñía su alma de desesperación.
- No puedo dejar que lo haga,- pensó Cecilia, - No voy a permitir que el control de mi tía siga destrozando vidas.
- ¡Es hora de que termine esto! - gritó Lyra, sus ojos llenos de luz oscura.
De repente, sus manos se alzaron hacia el cielo, y una explosión de energía negra surgió de sus dedos, un rayo que iluminó toda la habitación en la que Cecilia y Aurelian estaban, sacudiéndolos con una fuerza brutal.
Cecilia cayó de rodillas, luchando por recuperar el control de su magia.
- ¡NO! - gritó, sintiendo cómo la magia oscura la consumía, arrastrando sus pensamientos, como si todo su ser estuviera siendo invadido por la voluntad de Lyra. Pero entonces, la voluntad de Cecilia se fortaleció con la imagen de Lilith, su gemela prisionera en la oscuridad. - ¡No me rendiré! ¡No puedo rendirme!
Aurelian, mirando a su madre, sintió el peso de su magia que lo había mantenido prisionero durante tantos años. Pero ahora, la rabia contra Lyra era más fuerte que el miedo.
- ¡Yo soy libre! - gritó, levantándose con fuerza. - ¡No seré más tu prisionero! ¡¿Oíste madre?!
En ese momento, un destello de luz brilló en las manos de Cecilia y Aurelian. El vínculo entre ellos dos, una magia compartida, se desató. La luz brilló como un sol naciente en medio de la oscuridad.
- ¡Esto no ha terminado! - exclamó Aurelian, desatando toda su energía contra la maldición de Lyra, comenzando a romper las sombras que lo habían atrapado.
- ¡Mataré todo lo que te importe! - gritó Lyra, pero las sombras que intentaba convocar comenzaron a debilitarse ante la luz que Cecilia y Aurelian desataron juntos.