El sol se alzaba en el horizonte, dorado y resplandeciente, bañando al pueblo con su luz cálida. Los campos verdes que antes habían sido envueltos por la niebla oscura ahora brillaban con la vida que regresaba con el final de la maldición. El aire, fresco y limpio, se impregnaba con el aroma de la floración que cubría los suelos, liberada de las sombras que habían asfixiado a este lugar durante tanto tiempo.
Los niños secuestrados comenzaron a aparecer en las calles, con sus rostros iluminados por sonrisas, corriendo hacia los brazos de sus padres, hermanos y abuelos que los habían esperado con ansias.
En cada reencuentro, los gritos de felicidad, las lágrimas de emoción y los abrazos apretados resonaban en el aire, llenando al pueblo de una alegría indescriptible.
Los padres, que habían temido la perdida eterna de sus pequeños, se deshacían en lágrimas de gratitud mientras abrazaban a sus hijos, sabiendo que todo el sufrimiento había terminado gracias a las gemelas Cecilia y Lilith.
Las gemelas, aunque exhaustas y aún cargando las secuelas de la batalla, fueron recibidas como héroes. La gente del pueblo les mostró su adoración y reconocimiento, aplaudiendo su valentía y su sacrificio. Las risas de los niños y las voces llenas de gracias flotaban en el aire, como un himno de libertad, mientras la gente celebraba con música, banquetes y danzas.
Mientras el pueblo celebraba, las gemelas y Selene se dirigieron al antiguo terreno donde antes se alzaba el castillo de Lysia. Lo que había sido un lugar de miedo y desesperación ahora era solo un campo vacío cubierto por flores y césped, creciendo con una rapidez asombrosa, como si la misma tierra celebrara la liberación. El castillo que había sido el símbolo de la oscuridad ahora no era más que un recuerdo desvanecido en el tiempo, una sombra que se deshacía con la llegada de la luz.
Selene, aún con emociones encontradas, sabía que la lucha por su libertad había sido larga y difícil, pero el dolor finalmente comenzaba a desvanecerse. El cinturón mágico, la cadena que había mantenido su alma atrapada durante más de doce años, se había deshecho, y con ello, Selene había recuperado su vida, su cuerpo y su alma.
— Gracias, tía,— dijo Lilith, con una sonrisa tímida mientras observaba el terreno vacío. — Nos has dado la oportunidad de vivir, de ser libres...
Selene sonrió levemente y acarició el cabello de su sobrina.
— No solo a vosotras... también me he liberado yo.— Dijo con voz suave, su mirada llena de paz. — Finalmente soy libre para estar con vosotras.
La grandeza del momento era aún tan abrumadora, tan dolorosamente hermosa, que parecía difícil de comprender, como si las sombras del pasado aún se agazaparan en lo profundo del corazón de Selene.
Pero la luz que ahora bañaba su alma comenzaba a sanar esas viejas heridas. Con cada paso que daba, se sentía más fuerte, más completa, como si finalmente hubiera reclamado lo que le pertenecía.
Después de pasar unos días en el pueblo, Selene, Cecilia y Lilith decidieron abandonar el lugar. Con una nueva vida por delante y una herencia que les pertenecía, decidieron mudarse a la ciudad, donde comenzarían de nuevo, lejos de los eco del pasado, pero siempre unidos por el lazo de la familia.
El pueblo que tanto había sufrido ahora respiraba libertad. Las ruinas del castillo se desvanecieron por completo, y en su lugar, la nueva generación comenzaba a crecer, sin las pesadas cadenas de la oscuridad.
La niebla que había cubierto el pueblo durante tanto tiempo desapareció, dejando atrás un ambiente renovado. Las almas atrapadas por Lyra finalmente recuperaron sus cuerpos, y la alegría de la vida volvió a resonar en los corazones de todos.
Sin embargo, entre toda esa felicidad, Cecilia no pudo dejar de sentir tristeza por no haber podido salvar a Aurelian, el hijo de Lyra.
— Lo siento, — murmuró, mientras observaba el horizonte, pensando en el niño que, aunque no fue su responsabilidad, ocupaba un espacio importante en su corazón.
La culpa comenzó a calar en su ser, pero entonces miró a Lilith y Selene, quienes reían juntas, compartiendo ese momento que tanto habían esperado. La tristeza se disipó un poco al darse cuenta de que la libertad de su tía y su gemela significaba más que cualquier otra cosa.
— Ha valido la pena,— pensó — todo el sacrificio.
— Ellos son libres ahora,— dijo Selene, con una expresión de paz al mirar a las gemelas. — Y eso es todo lo que importa.
El tren llegó a su destino en un pueblo lejano. El aire fresco de la mañana chocó contra el rostro de las personas que descendían. Entre las figuras que bajaban de un viejo tren con destino incierto, una figura familiar se destacaba. Lyra, vestida con un lujoso vestido de época victoriana color negro, descendió con pasos firmes.
A su lado, caminaba un niño, un niño de ocho años, vestido con un traje blanco, impecable y elegante, pero con una diferencia: el cinturón mágico de color azul brillaba a su cintura. La piedra celeste, como un ojo vacío, brillaba sin cesar, como si viviera en su propia oscuridad.
El niño, Aurelian, caminaba con movimientos automáticos, sus ojos vacíos, como si ya no estuviera allí. La expresión de Aurelian era vacía, sin vida, un reflejo de su alma cautiva. La frialdad en su rostro hacía que su presencia pareciera un fantasma en la multitud.
— Vamos, hijo,— dijo Lyra, su voz suave pero cargada con una fuerza temible, — no te quedes atrás.
Su mirada era fija en el camino hacia el futuro, mientras una brisa fría soplaba a su alrededor.
— Sí, madre,— respondió Aurelian en un tono casi monótono, como si todo en él estuviera controlado, como si el cinturón mágico hubiera tomado total control sobre su voluntad. — Sí, madre.
Y con esas palabras, la escena de libertad que había dejado atrás el pueblo, las gemelas, y Selene, se desvaneció en la niebla que comenzaba a envolver todo de nuevo. El reino del control y la sumisión de la hechicera Lyra daba inicio una vez más en este pueblo, alejado del anterior y en especial de Selene , Cecilia y Lilith.