A adeline la impresionó lo bien que davian se tomó la noticia.
Después de que el enfermero cedrick se retirara de la habitación, ella le explicó a su novio la tradición familiar: unas mini vacaciones en un lago, un acto de relajación después de un momento difícil. Davian bennett solo sonrió, le dio un suave beso en los labios y preguntó: "¿Si tú puedes salir de aquí, Owen también podría sacarme a mí un día?". Adeline no tenía una respuesta correcta para esa pregunta. Con sinceridad, le dijo que no lo sabía. Después de eso, el día continuó como cualquier otro día, salvo por un detalle: a davian le encantó abrazarla sintiendo su piel. Pasaron gran parte del día y la noche envueltos en ese abrazo, hasta que amaneció y fueron a buscar a adeline y su hermana melliza Ivalle para llevarlos a su santuario de paz.
El Origen de una Tradición Familiar
La tradición familiar que atesoraban nació de un recuerdo nostálgico. Adeline le había contado a su familia que, de niña, solía escaparse a una playa solitaria, de arena casi blanca y agua turquesa, junto a un amigo de la infancia. Era su refugio para escapar de la oscuridad y recargar su energía positiva. Su hermano mayor morgan kian, conmovido por la idea, le sugirió ir todos juntos. Pero en vez de emoción, adeline sintió una profunda tristeza. Ese lugar le recordaba a una infancia y un amigo que había perdido con el tiempo. Evara mucho más perceptivo que kian, notó el cambio de humor en la pequeña adeline y la incomodidad de Ivalle. Comprendió que ese lugar era un recordatorio doloroso, no un refugio. Entonces le propuso a kian crear su propia tradición, algo que fuera solo de ellos, que no estuviera manchado por recuerdos ajenos. Así, los dos decidieron comprar un terreno en medio de las montañas, un lugar completamente desolado. Mandaron a construir una casa, una mansión de ensueño con grandes ventanales que ofrecían vistas espectaculares. Un paraíso donde la vegetación era exuberante, y desde las ventanas se podía ver un lago resplandeciente y animales como ciervos y conejos.
Era un paraíso hecho a la medida de sus necesidades. La tranquilidad del lugar era perfecta para relajarse. La soledad les daba a adeline e Ivalle la libertad de bañarse en el lago sin temor de ser observadas y juzgadas. Para el pequeño Isael, era el campamento perfecto, tanto que con el tiempo se mandó a construir una casa gigante sobre los árboles. Lo más importante para evara y kian era la felicidad de sus hijos. No les importó haber gastado una fortuna, porque ese lugar era la prueba de que su familia podía tener un espacio de felicidad incondicional.
Un Paraíso en la Tierra
-¡Extrañaba tanto venir aquí!.- Gritó emocionado Isael. Sin importarle nada, bajó corriendo de la camioneta Jeep de su hermano mayor kian, y se dirigió directamente a su amada mansión del árbol. El resto de la familia, kian, evara, adeline e ivalle, se quedaron para descargar el equipaje. La mayor parte del trabajo recayó sobre kian, el más fuerte de los cuatro. Adeline y su hermana melliza ivalle tenían poca fuerza y evara no se le acercaba. La casa era una obra de arte, con grandes ventanales que permitían apreciar el paisaje. A adeline le recordaba, con un toque de humor, a la casa de los cullen en la película crepúsculo, elegante y minimalista, de madera y cristal. Mientras que la parte delantera era simple, el jardín trasero era otra historia. Lleno de flores vibrantes y un camino de piedras que conducía al lago, iluminado por pequeños faroles que se encendían al anochecer. Era un lugar de ensueño.
-Adeline, puedes ir a tomarte un baño si quieres. Te avisaré cuando la merienda esté lista.-Hablo evara, mientras se dirigía a la cocina para hacer la merienda.
El viaje había comenzado antes del amanecer, así que llegaron a una hora decente para almorzar. Adeline asintió, sabiendo que evara siempre preparaba algo que a ella le gustaría. Caminó tranquilamente por los pasillos hacia su habitación, distraída por el paisaje que se filtraba por las ventanas. Podrían pasar años, pero la paz que sentía al llegar a esa casa era inigualable. Dentro de todos sus problemas, pasados y presentes, estar allí era un símbolo de victoria, una prueba de que había superado una situación complicada. El pecho se le llenaba de orgullo y el corazón de felicidad por estar con su familia, una familia que sabía que jamás le haría daño. Por fin se sentía a salvo.
Dejándose llevar por la tranquilidad, adeline comenzó a caminar con tanta paz que parecía bailar por su habitación. Lo primero que hizo fue llenar la bañera de su baño privado, añadiendo burbujas y aromatizantes. Después, preparó la ropa que usaría al salir. Si alguien le hubiera preguntado a adeline como estaba, adeline habría admitido que extrañaba a davian con locura, que pensaba en él cada segundo desde que se despidieron esa mañana. Pero por otro lado, ya había vivido sin davian por muchos años, y extrañarlo no arruinaría este viaje. Disfrutaría su tiempo en familia, y se prometió que, la próxima vez, traería a davian con ellos.
-Si estuvieras aquí, seguramente ya me estarías abrazando...- susurró adeline al quitarse la ropa de la parte superior con una leve sonrisa, se rodeó con sus propios brazos y se miró en el espejo, por primera vez en mucho tiempo sin sentirse avergonzada. Se imaginó a davian abrazándola, tratándola como el ser más perfecto del mundo, con delicadeza y amor. Con ese pensamiento, adeline, después de años de no poder verse con paz en un espejo, contempló su reflejo. No se veía tan mal. Incluso consideró que davian era mucho más corpulento que ella, y que debía comer más para no verse tan escuálida a su lado. Extrañaría a davian, pero disfrutaría esos tres días al máximo. Era la primera vez que se sentía bien, que admitía estar enferma y que mejoraría. Estaba segura de que bajaría a la cocina cuando la comida estuviera lista y se la comería sin remordimientos, o al menos, eso es lo que intentaría. Solo serían tres días lejos de él, y eso no era nada comparado con la eternidad que les esperaba juntos. Eso era lo que creía adeline, que estarían juntos hasta la vejez.