AMELIE
"Y en aquel risco, con el atardecer danzante, me enamoré de los colores de tu corazón, porque ya no había nada que me cautivara tanto, ni que me resultara tan majestuoso que tu sonrisa" – Conexión Arcoíris - Amelie Park
Repetí aquella frase una y otra vez con la imagen que el sueño de la noche anterior me había ofrecido. Recordaba los colores de aquel paisaje tan vívidos que si pudiera retratarlos lo habría hecho sin duda. Pero mi don claramente era la escritura.
Bebí de mi taza de té mientras releía nuevamente las últimas palabras escritas y fue entonces cuando una sensación de profundo regocijo me envolvió; había terminado mi nueva obra. Recorrería las ciudades una vez más presentando mi libro, llevando a cada lector un fragmento de aquella historia con la que conviví por tanto tiempo. Estaba extasiada, a pesar de saber que aún faltaba tiempo para que la gira comenzara.
Me levanté del escritorio y me acerqué al pequeño piano que había comprado una semana atrás y decidí que aquel instante era perfecto para practicar. Esta sensación de poderío que experimentaba siempre que culminaba alguno de mis proyectos, me impulsaba a continuar conquistando cada meta que me propusiera, y vaya que cuando me empeñaba en algo, lo conseguía. No importaba el tiempo que tomara, el esfuerzo que requiriera, era como una máquina programada para hacer que mis sueños se hicieran realidad.
Eché un vistazo al sofá y observé a mi pequeño perro mirándome con atención, quizás le incomodara el fuerte sonido que hacía el instrumento. Por ahora lo único que sabía es que tendría que practicar más el movimiento de mis dedos sobre el teclado, para que se desplazaran con elegancia y fluidez. Lamentablemente había tenido sólo tres lecciones con mi tutor, por lo que no tenía elegancia y mucho menos fluidez.
Estaba inmersa en lograr mover mis dedos en la tecla correcta para que la canción infantil que estaba aprendiendo sonara exactamente como lo que era: una canción, y no como notas al azar carentes de ritmo o sentido alguno. Suspiré y decidí que mi práctica, que al parecer se había extendido por una larga hora, culminara. Era casi media noche, pero me negaba a dormir... No precisamente porque sufriera de insomnio, o porque tuviera pesadillas repetitivas. Se trataba de algo que generaba en mí una profunda curiosidad y un sentimiento de melancolía que no podía explicar con palabras: Mis sueños.
Dicho de esa forma no parece un hecho grave, mucho menos una razón válida para que alguien no deseara dormir. Pero los sentimientos me resultaban tan intensos, tan palpables, vívidos, reales, que sentía que añoraba algo que aún no lograba discernir. La sensación era muy poderosa, pero carecía de lógica; afectaba mi vida común, mi sueño, mis pensamientos, me sentía sumamente agotada, como si me hubieran arrebatado un trozo de mi vida.
Creí que se trataba de una etapa oscura, aquellos episodios de tristeza que a todos nos invaden de tanto en tanto, pero, aunque hablé con mi terapeuta al respecto, simplemente descartó cualquier episodio de depresión y me recomendó sesiones de meditación para lograr aplacar mi mente. Según sus recomendaciones, esto me ayudaría a liberar estrés y con él, todas las sensaciones perjudiciales que mi cuerpo estaba experimentando.
Mi amiga más cercana, por otro lado, comentó que los escritores suelen presentar sensaciones muy intensas cuando están demasiado inmersos en sus historias o personajes. Para ella todos mis síntomas apuntaban a que se trataba de uno de estos episodios, ya que en su experiencia trabajando en la Editorial, había visto un par de casos similares en algunos autores con los que trabajó. Su explicación me pareció tan creíble, que simplemente lo acepté.
Sí, había tenido problemas con mi obra anterior, de hecho, estaba tan implicada en la historia que mi mente todavía se empeñaba en continuar creando contenido para ella. Por lo que no era descabellado pensar de la manera en que lo hacía mi amiga; seguramente una parte de mí se quedó en aquellas páginas.
Me dirigí a mi habitación junto a Bonnie, mi perro. Podía sentir perfectamente el cansancio de más de ocho horas de trabajo en la pesadez de mis párpados, y fue así como supe que me quedaría dormida tan pronto como mi cabeza se acomodara en la suave almohada.
—Buenos días —Saludé animadamente cuando arribé a las instalaciones de la Editorial.
Hoy tenía una cita programada con la editora de mi nuevo libro, con la que llevábamos trabajando casi cuatro largos meses. Su nombre es Leah y es mi mano derecha y mejor amiga. Su trabajo es impecable y vaya que me hace trabajar el doble cuando hay correcciones en las distintas etapas a la que es sometido el manuscrito antes de ser aprobado e impreso. En este momento estábamos listos para hablar sobre el diseño de la portada y el proceso de marketing.
Como mi historia contenía descripciones detalladas sobre paisajes absolutamente maravillosos que usaba en distintas escenas, cortesía de mis sueños, quería que la portada representara no solo al protagonista y su historia, si no los preciosos y coloridos escenarios que fueran más relevantes en la narración
—¡Amelie, qué gusto verte de nuevo! —exclamó mi compañero Raphael, encargado del departamento de publicidad y Marketing Digital.