Almhara: Entre Ángeles y Demonios.

Capítulo III: Fuga.

Esto debe ser una pesadilla...

...Una tonta y horrible pesadilla...

La joven dejó de hablar. Movió su cabeza para observar las prendas que la enfermera había dejado allí hacia unos minutos. Iba a salir de ese hospital. Pero no lo haría esperando a que el doctor Heisenberg se lo permitiera, tampoco si alguna otra persona la iría a buscar al lugar. Quería irse por su cuenta, escaparse, en ese preciso momento.

Se levantó de la camilla por primera vez. Sus piernas se tambalearon un poco al sentir todo su peso sobre ellas después de tanto tiempo. La muchacha se sostuvo de la camilla, y después de unos segundos de respiro, tomó la torrecilla de prendas.

Caminó lentamente y con cuidado al sanitario que se encontraba justo enfrente de su camilla. Se sostenía de esta misma, hasta que logró adaptarse y caminar sola. Sentía un leve dolor en la altura de sus rodillas, aún así, ni eso ni nada la detendría.

Abrió la puerta del baño y entró. Una sensación extraña sacudió su mente al ver tan brillante sanitario, con el típico olor a clínica u hospital. Se acercó al lavabo y levantó su mirada para verse en el espejo. Su cabello castaño estaba todo despeinado, en su blanquísimo rostro reinaban dos oscuras y grandes ojeras. Sus labios estaban pálidos, tan sólo con un toque mínimo de rosa en ellos.

Se lavó la cara. El agua estaba fría, casi congelada. Se secó el rostro con una toalla de color celeste que había a su lado y volvió a observarse en el espejo. Seguía igual, con cara de muerta, pero eso no la detendría. Una vez más pensó que su mal aspecto ni cualquier otra cosa sería capaz de plantarla.

Se quitó aquel fino camisón que tenía puesto. Traía puesta su ropa interior en la parte de abajo, de color negro y lisa,  pero no la de arriba. "Maldición", pensó al creer que tendría que escapar incómoda sin su sostén, hasta que lo encontró, blanco como la nieve,  justo debajo de la remera en aquella pila de prendas.

Se vistió lentamente y tratando de no perder el equilibrio. Se sostenía del lavabo, que enfríaba sus pálidas manos. Una vez con todas sus prendas puestas, vio su reflejo nuevamente. La remera negra junto a la chaqueta de jean arriba, su pantalón también de jean azul abajo, y las zapatillas cortas de color negro y cordones blancos. No habían peines, así que tuvo que pasar sus dedos en su enredado y seco cabello.

Una vez lista, salió del baño y miró directamente a la puerta de salida. De madera lacada y su perilla dorada y metalizada, el objeto que le permitiría salir de esa horrenda prisión. Caminó hacia la puerta, esta vez con un paso mejor. Tocó la perilla con sus manos y giró su cabeza para ver la camilla y el resto de la habitación. Las sábanas desordenadas, las cortinas un poco corridas y la bandeja con los restos de comida sobre la mesita que la enfermera se había olvidado de llevar.

Suspiró algo nerviosa ante lo que iba a hacer. Bajó la perilla y abrió finalmente la puerta. Y así, con un tanto de nervios que empezaban a llenar su débil cuerpo, salió del blanco cuarto en donde la internaban.

En cuestión de un solo segundo se encontró en un extenso pasillo, cuyas paredes eran celestes y con muchas puertas en ellas, que probablemente guiarían a otras habitaciones con personas internadas de igual manera.

Nadie pasaba por allí, un enorme milagro. Suspiró, esta vez con un formidable alivio, y comenzó a caminar con cuidado y sin hacer ruido. En sus leves pasos observaba unas bancas azules que habían a los costados y unas altas macetas con plantas. Al menos aquel pasillo lucía mejor que el cuarto en donde se encontraba antes, un decorado no le vendría nada mal. Y tal resulta que se distrajo tanto al ver una de esas plantas, un lacito de sol bien cuidado, que tropezó accidentalmente con una señora que iba pasando frente a ella.

Sintió como si un parálisis ocuparía su cuerpo en un mero segundo. ¡La iban a descubrir! Se levantó del suelo y se volteó a ver a la mujer caída. Para su suerte se trataba de una simple ancianita y no de una trabajadora del lugar que la podría revelar. Le estiró su brazo para ayudarla a levantarse del suelo con cuidado, y una vez hecho, se decidió a pedir disculpas, aunque no alcanzó a decir "Perdón", pues ya la señora le había hablado.

- Muchas gracias pequeña- le dijo la anciana, de cabello enrulado, canoso y con una amigable mirada- Es un honor encontrarme con una muchachita tan educada en un momento como este. ¡Justo necesito ayuda de alguien!

Helena la miró un poco confundida. ¿Educada? La había ayudado a levantarse del suelo, pero eso no borraba el hecho de haberla tirado ella misma, además de otra cosa. ¿Qué necesitaba aquella señora? Dudaba si consultar que era lo que quería o si seguir con su escape. Quería irse lo más pronto de allí, pero a la vez sentía que no podía ignorar a tan dulce ancianita.

- ¿Qué sucede?- le preguntó la joven, tragando saliva por su decisión y la probable consecuencia de esta.



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En el texto hay: angeles, juvenil, aventura

Editado: 07.04.2019

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