Almhara: Entre Ángeles y Demonios.

Capítulo IV: Cambios.

Helena caminaba, paso a paso, por las aceras de la ciudad. El cielo estaba celeste, el sol brillaba como nunca y sólo una brisa cálida ambientaba el día. Eran las diez con cincuenta y dos minutos de la mañana. Todo era tranquilo, silencioso, normal... O al menos ella lo creía.

De golpe notó algo que percató su atención de una manera fugaz. Pasó por una acera que recordaba de memoria, y que adoraba debido a una razón: una fantástica tienda de ropa, cuyas paredes rosadas combinaban perfecto con el estilo chic de sus prendas, y era allí en donde trabajaba su hermana Rebecca. Sin embargo, para su sorpresa se topó con una oficina de correo que ocupaba justo el edificio de aquella tienda.

El comercio repleto de agradables vestidos y camisetas ahora era eso, una simple y desordenada oficina de correos. El piso rosado pálido y resbaloso que la tienda tenía, había sido cambiado por unos cerámicos de color ocre y bien sucios. Las paredes rosas ahora eran de color blanco y con algunos revoques mal hechos. Los exhibidores pintados de blanco con un toque majestuoso y delicado, ahora eran viejos escritorios de madera.

Helena se preocupó. Solía pasar por aquella tienda para visitar a su hermana después de clases. Ahora los planes le habían fallado. Trató de recordar, pegada al ventanal del correo, si Rebecca le había comentado algo acerca del cierre o de una mudanza que la tienda tendría, pero nada, ni una sola palabra sobre ello.

Sacudió lentamente su cabeza y decidió retomar su camino a casa un poco confundida y a la vez alterada. Estaba por pensar en algo, en cuanto notó otra diferencia que causó que sus pensamientos se congelaran. Al lado de la tienda de su hermana, había una odontología bastante elegante, sin embargo ahora allí había una casa de paredes negras y ladrillosas.

Lo primero que se le ocurrió era que se había equivocado de calle, pero no era cierto. La calle "Roseland" era la misma donde solía entrar para visitar a su hermana, y era en dónde estaba parada en ese momento, mirando a su alrededor y quedando cada vez más y más embrollada.

Ciertos comercios que ella sabía de memoria habían sido cambiados por otros, algunos inclusive por construcciones, como si los hubieran derivado de la noche a la mañana para hacer uno nuevo. Cerró sus ojos con fuerzas y los volvió a abrir. Eso no era un sueño, era la realidad. Una confusa realidad.

Continuó con su caminata de camino a casa. Notaba cada vez más cambios a medida que a su hogar se acercaba. Notó que un almacén donde la mandaban siempre a comprar, ahora había sido sustituido por la pieza de un curandero. Que maldita y extraña suerte que tenía.

Preocupada e inclusive un poco asustada siguió sus pasos por las calles, hasta dar con la de su casa. La calle Hetwood, donde había nacido y crecido. Allí fue en donde, en cuestión de minutos, la encontró. Su mediana y bonita casa, de paredes pintadas de un turquesa intenso y con rejas negras, estaba justo enfrente suyo.

Cruzó la calle con timidez y con un poco de nervios. En su mente había una mezcla de preguntas y pensamientos que, si se ponía a analizar, le ponían la piel de gallina. Ella creía completamente que su familia era la prueba exacta de que ella estaba viva y no muerta, de que aquello del "homicidio" había sido un mal cuento y que despertar en el hospital sucedió tras un simple desmayo.

No obstante se llevó un enorme susto al ver, con sus ojos café, un enorme candado dorado que cerraba, junto a una cadena pesada, el portón de su casa. ¿Qué rayos era eso? Jamás su familia cerraba la reja de tal manera, excepto cuando viajaban a algún lugar en vacaciones de verano, pero ahora era plena temporada de clases y de trabajo. Además ¿Cómo podrían haberse ido sin ella? Sonaba extrañamente ridículo, pero...

¿Y si ella era la extrañamente ridícula en ese momento?

¿Y sí ella era la que se había ido sin su familia?

Sintió como si en un segundo le hubieran disparado al corazón. Se tornó pálida e instantáneamente comenzó a morderse sus delicados labios. ¿Y si era verdad? ¿Y si ella estaba muerta? Tan sólo piénsalo Helena. Despertar en un hospital, la tremenda noticia que el doctor te había dicho, la viejita cuyos familiares no iban a visitar, los cambios repentinos en la gran mayoría de negocios de tu ciudad y ahora tu casa cerrada bajo un candado de exagerado peso y tamaño. ¿Qué más podría pasarte?

Empezó a caminar nerviosa de un lado al otro, por la vereda de su hogar, con la vista al suelo y sus manos ahora colocadas en su cabeza. Preocupada, asustada, desesperada. Algo tenía que haber para demostrarle que aquello era una mentira o una broma, algo que podría estar de su lado. Alguna prueba, algún amigo que la encontrara, algún conocido. Y en ese instante fue donde su mente marcó la más rápida idea que se le habría ocurrido en un momento como ese: ir a su escuela, porque tal vez allí estaban sus amigos o algún compañero o directivo con el que encontrarse y preguntarle, porque tal vez aquella era la última prueba que se le ocurría para saber si estaba viva o muerta.



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En el texto hay: angeles, juvenil, aventura

Editado: 07.04.2019

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