Pudiéndose apreciar la anaranjada luz del atardecer a través de la ventana, Abril se hallaba sentada en la solitaria cafetería del hospital, divagando en sus pensamientos mientras su mirada se fijaba en el reflejo que le proporcionaba su taza de manzanilla.
Apenas podía apreciarse. No se reconocía a sí misma. Su cabello castaño, largo y fuerte, estaba enredado y grasoso. Sus ojos de color miel apenas mostraban vida, hinchados y rojizos luego de llorar por horas.
Incluso su rostro, que pese a su palidez, estaba orgullosa de no necesitar grandes cantidades de maquillaje para considerarse atractiva, estaba demacrado y decolorado, con ojeras pronunciadas que advertían un enorme cansancio. «¿A dónde se había ido esa chica alegre y llena de vida?»
Escuchó la puerta de la cafetería abrirse. Por un instante, se levantó de su asiento esperanzada de ver a alguien, pero volvió a tumbarse sobre su silla de inmediato al ver al mismo pelinegro de ojos verdes que había conocido horas atrás. El hombre se percató de la mirada decepcionada de la joven al verle, pero prefirió no hacer ningún comentario. En cambio, caminó hasta su encuentro y se sentó frente suya, dejando sobre la mesa un plato medianamente grande de pizza.
—La cena, pizza de microondas —anuncia—. Cortesía del supermercado que está en frente.
Abril observó el humo que emanaba de la comida. Desconcertada, tomó una servilleta y luego un trozo de la pizza. Como esperaba, estaba caliente.
—¿Como es que la comida está caliente?
—En la panadería del mercado había un horno. Sé que va en contra de la naturaleza calentar una pizza de microondas en un horno pero-
—No me refiero a eso —interrumpió—. ¿Cómo la has calentado? No debería haber energía.
Abril recordaba haber visto un documental tiempo atrás que hablaba acerca de lo que pasaría si la humanidad desapareciera. En él, mencionaba que las centrales eléctricas dejarían de funcionar luego de pocas horas al no ser alimentados con combustible fósil. También había escuchado que las fuentes eólicas y solares podrían durar un par de días más, las hidroeléctricas incluso resistirían por varios meses, pero dudaba que un simple supermercado funcionara con algunas de estas fuentes.
—Oh, es cierto —se encogió de hombros sin mucho interés, tomando un trozo de pizza—. Curiosamente, ha habido electricidad y agua estos últimos cuatro días.
—¿De verdad? —Abrió los ojos con perplejidad—. ¿Como es posible?
—Tengo algunas teorías, pero son difíciles de explicar. —Dio un mordisco a su pizza—. ¿Recuerdas que día era ayer?
—¿Que día era ayer?
«¿Me acaba de cambiar el tema forzosamente?».
Tomó el celular que estaba a un lado de la pizza. Aparte de su tarjeta de identificación, Hagen había guardado otras pertenencias que llevaba consigo, incluido dinero y móvil. No le había hecho gracia que tomara cosas tan personales para ella, pero agradecía que se las hubiera devuelto.
Abril encendió el aparato, aún contaba con un considerable porcentaje de batería. Miró el fondo de pantalla y, al igual que la primera vez, no pudo evitar tener una sensación de vacío.
En la imagen portaba un hermoso vestido de novia escotado. Su cintura estaba decorado con múltiples piedras brillantes que recordaban al cristal, siguiendo de una larga caída de tela blanca que llegaba hasta el suelo. Su velo, echado hacia atrás, dejaba ver su cabello atado en una trenza bubble con pequeñas flores blancas y perlas que la adornaban. Abril no estaba sola en aquella fotografía, si no que era cargada como una princesa por un elegante joven de traje negro. Ambos sonreían mientras se miraban, parecían felices juntos.
Abril detalló al hombre. Aquellos cabellos rubios y apariencia extranjera lo reconocía vagamente de aquél recuerdo que aún paseaba por su cabeza, llegando a conclusión de por posiblemente se trataba de su marido.
—¿Y bien? —La voz de Hagen la hizo despertar, apartando la mirada del móvil—. ¿Que día era ayer?
Con un gruñido, devolvió la mirada al aparado, fijándose debajo de la hora, donde marcaba la fecha.
—Pues, según aquí, es 17 de Noviembre —apaga el celular—. Por lógica, supongo que ayer era 16. ¿Por qué la pregunta?
—Nada en particular. —Habiendo dado un último bocado a su pizza, se dispone a tomar otro trozo—. Te explicaré con detalles mañana, estoy seguro de que comprenderás mejor todo. —Realizó una pausa para dar otro mordisco—. En fin, dejemos las preguntas estúpidas de lado.
Abril frunció el ceño, sin terminar de comprender al hombre que tenía en frente. «¡El único que hace preguntas estúpidas eres tú!»
Ambos se dispusieron a continuar su cena en silencio. Los minutos pasaban y nadie realizaba comentario alguno. Abril pensó en diferentes temas de conversación, pero no tuvo la capacidad de decir algo. Su mente paseaba en tantos lugares diferentes que apenas podía poner sus ideas en orden. Así, siete minutos de cena transcurrieron. En el plato tan sólo quedaba un trozo solitario y tibio de pizza que Abril tomó.
—Lamento mucho lo que está pasando —habló finalmente Hagen, precavido con lo que decía—. Para mí también fue difícil aceptarlo.
Abril paró de masticar la comida que tenía en su boca, de hecho, por unos segundos también sintió que paró de respirar. El fugaz recuerdo de la experiencia transcurrida horas atrás le invadió.
Corría sola por las calles de su ciudad. Tiendas donde siempre iban y venían personas, esquinas transitadas por numerosos autos y el desorden de mil voces hablando a la vez era lo que se apreciaría en una tarde de viernes como lo era aquél.
Pero no había nadie.
Los pocos autos que se hallaban en medio de la carretera estaban estáticos, como si todos los conductores hubieran decidido bajarse y abandonarlos a la vez. Las tiendas, la mayoría abiertas de par en par, carecían de un vendedor o algún cliente, a la orden de tomar lo que deseara cuando quisiera.
Su garganta dolía a consecuencia de las horas de gritos sin descanso, en busca de alguien que la escuchara. La helada temperatura que le azotaba resultaba insufrible. Portando aún la misma ropa que llevaba puesta aquella noche en el restaurante —un vestido corto color marino y una sudadera deportiva del mis color—, apenas estaba abrigada para el clima presente.
Después de correr sin parar por una hora, sus piernas ya no tenían fuerzas para responder a sus órdenes. Las frías lágrimas de sus mejillas quemaban como el hielo en la piel. Su respiración era agitada y sus pulmones ardían debido al frío aire que respiraba. Finalmente, se dejó caer en el suelo. No tenía fuerzas para seguir, pero tampoco quería rendirse.
No quería admitir que todas las personas del mundo habían desaparecido.
Abril volvió en sí. No valía la pena recordar todas las horas transcurridas después, en las que sólo lloraba desconsolada hasta la caída del sol, cuando Hagen fue a buscarla para llevarla de vuelta al hospital. El mencionado seguía observándola, en espera de alguna respuesta a su comentario. «Pero, ¿qué le digo?». Era mala en las conversaciones.
—Descuida —dijo, sin apartar la vista de su ya fría taza de manzanilla—. Lamento que tuvieras que ver ese lado de mí.
—Prefiero ese lado y no en el que estás con un bate intentando golpearme.
Rodó los ojos con cansancio. «¿Otra vez con eso? —suspira—. Paciencia, intenta cambiar de tema»
—Entonces, ¿han pasado cuatro días desde que ocurrió... todo esto?
Hagen asintió.
—Así es. —Se recostó del espaldar de su silla, poniéndose cómodo—. Tardé un poco en darme cuenta. Llamé a unos amigos por teléfono pero no contestaron. Fui a verles personalmente pero no encontré rastro de ellos. Te puedes imaginar el resto de la situación.
—Pero, no tiene sentido, debe haber una explicación. —Recostó sus codos de la mesa, pensativa—. ¿Una epidemia?
—Habría una montaña de cadáveres —contestó al instante, parecía haber pensado la posibilidad anteriormente.
Abril se detuvo un momento a considerar otras alternativa.
—¿Y una evacuación de la ciudad?
—Observa las redes sociales —volvió a responder de manera inmediata—. No hay actividad ni en España, ni en ninguna otra parte del mundo.
—Tal vez hayan bloqueado las comunicaciones con el exterior, he visto películas donde hacen esto.
— Pues, suena un poco 'fantástico' —ríe, volviendo a enseriarse poco después—. Pero, aunque fuera posible esto. ¿Como ocurrió una evacuación tan rápido y sin que nos diésemos cuenta?
Abril volvió a pensar en una respuesta, pero más allá de las ideas sacadas de películas o libros, no se le ocurría nada dentro de lo posible. Bufó con rabia. «Alguna explicación debe haber, las personas no desaparecen de un momento a otro porque sí».
Encendió nuevamente su celular, observando la imagen de la pantalla mientras el recuerdo de aquella noche volvía a su mente.
—Cuando desaparecieron... yo estaba en un restaurante con alguien. —Al narrar, captó la atención del contrario—. No lo recuerdo bien, pero estábamos saliendo juntos y de pronto, todos desaparecieron.
—¿Sólo... desaparecieron? —Un ceño fruncido se formó en el rostro de Hagen, podía verse que no estaba muy convencido. Aún así, Abril asintió—. Si he entendido bien, dices que todos han desaparecido de un segundo a otro frente a ti. ¿Me equivoco? —Hablaba en un tono burlesco.
«Entiendo ese tono para hablar —pensó—. Yo tampoco me lo creería, suena muy poco probable».
—Sí —negó con la cabeza—. Bueno, no. No sabría decirte, no lo recuerdo bien.
Se tiró de los cabellos, ahogando un grito de cólera. Realmente le enfadaba no poder recodar las cosas con claridad.
—Ya —bufa, apartando la mirada—. De todas las personas con las que me pude cruzar, me toca una chica que no recuerda nada. —Deja salir una risa pesada—. Es un chiste tan malo, que da risa.
Abril arquea una ceja, ofendida.
—El problema de memoria es cortesía de tu golpe, déjame recordarte.
—No, no. No lo es —Se inclina hacia delante, hablando confiado—. Aunque es cierto que sufriste una conmoción cerebral, esta sólo presentó los síntomas de un caso leve, como los estados de confusión temporal o un periodo de inconsciencia breve. Tu rápida mejoría es prueba de ello.
Abril podía discrepar sobre su 'mejoría rápida'. Aún sentía el doloroso hematoma en la parte trasera de su cabeza. Todavía así, permaneció en silencio.
—En tu caso, lo normal sería experimentar una pérdida de memoria sobre los momentos antes del golpe o inmediatamente después. Incluso si se diera el caso de ser algo más grave, lo común es que los recuerdos del pasado remoto se conserven en mayor medida, pero tú posees una amnesia retrógrada casi total. —Niega con la cabeza—. Tu caso es más serio que un simple golpe con un bate.
Abril dejó escapar una risa sarcástica. Pese a la muy convincente explicación, que saliera de su boca la mantenía escéptica.
—¿Ahora eres un doctor profesional?
—Algo así —cabecea—, más específicamente un 'neurólogo profesional'. Y yo no diría ahora, si no desde hace ya ocho años.
Las palabras del sujeto causaron una gran sorpresa en la joven. Por unos segundos, Abril evaluó a Hagen de arriba abajo. «¿Él? ¿Un neurólogo?». No podía imaginarse a aquél hombre con una bata de doctor ayudando a personas. Ciertamente, había atendido muy bien su herida en la cabeza, y acababa de demostrar bastante conocimiento en el campo. Aún así, dudaba sobre hasta qué punto podía fiarse de todo lo que le contaba aquella persona, un completo desconocido.
Abril pensaba en una manera educada de demostrar su escepticismo cuando Hagen dejó escapar un fuerte suspiro por segunda vez, llamando su atención.
—Hablando en serio, sí estoy algo frustrado. —Bajó la mirada, luciendo un sonrisa forzada—. Cuando te vi en la calle por primera vez, luego de caminar sólo por las calles durante cuatro días, fuiste como una luz en medio de la oscuridad... Vaya, que cursi sonó eso —ríe—. Pensé "por fin, alguien que pueda darme algo de información, alguien que pueda disipar mis dudas para solucionar este problema". Pero en vez de ello, me encontré con alguien que sabía aún menos que yo.
Abril se quedó muda. En cualquier otro caso, habría respondido ofendida con algún comentario hiriente por considerarla una inútil —y sabía que lo era—. Sin embargo, mientras observaba su sonrisa, percibía un ánimo fingido y una mirada pesada en sus ojos. Por unos instantes, intentó meterse en los zapatos del tipo. No podía imaginarse la decepción que sentiría al conocer a alguien después de cuatro solitarios días, y esta no pudiera ayudarle de ninguna forma.
«Había nacido una pequeña esperanza en él por mí, y yo misma la he roto»
Quiso disculparse por no poder ser de ayuda, o darle alguna palabra de aliento, pero nada salió de su boca. Aunque tuviese la intención, las palabras no se organizaban para transmitírselas. Finalmente, prefirió permanecer en silencio hasta que pasara su dolor. Comprendía que a veces el apoyo a uno mismo era mucho más confortante que el de otra persona.
El tiempo transcurrido no fue largo. Una vez terminada la cena, Hagen se levantó, estiró su espalda, y observó a la chica.
—Bueno, lo mejor es seguir esta conversación mañana, sé que ha sido un día duro para ti y debes descansar. Te acompañaría a tu casa, pero es tarde y no estás bien abrigada. Mejor pasas la noche aquí. —Con su dedo pulgar, señala la salida del café—. Estaré en la habitación treinta, la más cercana de aquí. Te recomiendo dormir en la que está al lado, así no tengo que buscarte en las casi doscientas que hay en caso de emergencia. ¡Descansa!
Despidiéndose con la mano, el pelinegro caminó a un paso relajado pero elegante a la vez hasta la puerta del lugar, yéndose. Abril permaneció unos instantes en aquella mesa, dejando salir un sonoro suspiro de desahogo. Se sentía como una bomba de tiempo lleno de emociones diferentes; incertidumbre, miedo, ira... «¿Que demonios he hecho para merecer estar en esta situación?»
Con pocas fuerzas, la joven se levantó de la mesa y salió del café, caminando por el no muy largo pasillo de paredes celestes que la llevaban directamente a las habitaciones. Las luces apenas podían iluminar correctamente el ancho lugar, obteniendo un aire que recordaba al de una película de terror. Le daba miedo, pero ya tenía muchos sentimientos encontrados para asustarse por un fantasma persiguiéndola.
«¿Los fantasmas también habrán desaparecido?»
Finalmente dio con la habitación número treintaiuno. A un lado debería estar Hagen descansando, pero no iba a molestarle.
Entró en la habitación. Lucía exactamente igual a donde había despertado, sólo que este carecía de ventanas, dándole una apariencia más oscura y tenebrosa. Cerró la puerta detrás de ella con llave y se dejó caer en la camilla de espaldas. Mala idea, por un momento creyó que su cráneo se partiría por el golpe contra la almohada. Ahogando un quejido, puso un cuerpo de lado para que el hematoma no le doliese.
Cerró sus ojos, intentando dormir, pero lo único que consiguió fueron varios los minutos de lágrimas y sollozos que necesitaba. Era débil, no sabía de donde sacar las fuerzas para enfrentarse a la adversidad que la rodeaba.
Quería recordar.
Quería a su familia de regreso.
Quería irse a dormir y despertar en su hogar, deseando que tan sólo se tratara de una pesadilla.
Pero sabía que no poseería tal dicha. En vez de ello, se quedó dormida poco a poco, sabiendo el seguro infierno que le esperaba con la salida del sol.
Editado: 18.11.2019