La carretera local serpenteaba por los parajes de la tierra sevillana. Los oscuros olivos observaban el coche que atravesaba esos tranquilos campos aquella noche. A bordo, Alejandro no podía dejar de pensar en lo ocurrido. Le era incapaz de comprender que, su hermano, ese al que vio nacer y crecer durante toda una vida, había sido capaz de llegar a esos extremos, aunque intentaba mantener una vaga esperanza, de que todo se tratara de alguna clase de error, por eso, cuando fue a casa de sus padres antes de dirigirse al cortijo con las llaves, les pidió que no llamaran a la policía después de explicarles lo ocurrido en el apartamento de su hermano. Quería comprobar por el mismo lo que realmente estaba pasando. Lleno de preocupaciones paso por el pequeño puente que se encontraba unos metros antes de llegar a la entrada del cortijo. Para su sorpresa, vio las luces de otro coche en la entrada, un todoterreno de la guardia civil. – ¡Maldita sea papa! –exclamo al verlos. Al acercarse advirtió que el vehículo estaba vacío y la valla de entrada al cortijo abierta. Paro un segundo a mover la valla y poder entrar con el coche cuando le pareció oír un ruido lejano, cómo de un petardo, procedente de donde justamente estaba el viejo cortijo de su familia.
Alejandro condujo con preocupación y cautela, acercándose poco a poco a los viejos edificios: la casa de la familia y el viejo granero, ahora abandonado. La antigua casa de dos plantas y gruesos muros parecía imponente bajo la luz de la luna, le parecía increíble que un lugar que le traía tan buenos recuerdos ahora le produjera tal sensación de terror e incertidumbre . Vio el coche de su hermano aparcado en un lateral al lado del granero. Rápidamente bajo del coche sin quitar las llaves, dirigiéndose al pequeño monovolumen de su hermano. Miro por las ventanillas pero no había ni rastro de él ni de Marta. Volvió sobre sus pasos y aparco el coche. Cogió su linterna y procedió a entrar en la casa. La puerta estaba abierta y la luz del interior encendía, así que entro con cierta precaución.
– ¿Hola? ¿Hay alguien?–dijo al acceder por la puerta. Alejandro miraba a todos los lados, intentando buscar algún rastro de vida.
– ¡Marta!, ¡Pedro! –comenzó a gritar, registrando las habitaciones de la planta baja, pero solo encontró unos platos sucios en la pila de la cocina junto con unas frutas que comenzaban a pudrirse. Subió desesperado a la segunda planta, mirando por todas las habitaciones. En un dormitorio encontró la maleta de Marta sin abrir y en otro, la de Pedro en idéntico estado. Siguió gritando sus nombres pero seguía sin respuesta. Se dirigió entonces a la bodega de la casa. Alejandro comenzó a bajar los escalones aunque solo hallo viejas tinajas cubiertas de telas de arañas en el fondo, que también reviso aunque sin éxito. Volvió a subir las escaleras cabizbajo, fue entonces cuando reparo en que todavía no había inspeccionado el gran patio trasero de la casa.
Abriendo la puerta con decisión Alejandro salió al exterior. Pulso el interruptor de la luz del patio pero esta no respondió, parecía fundida. Encendió la linterna y comenzó a internase en el interior del patio familiar, enfocando hacia el fondo del mismo fue cuando lo vio. Era el cuerpo una persona tumbada en el suelo sobre un charco de sangre, uno de los guardias civiles. Alejandro se acercó corriendo y poniéndose al lado del cuerpo, miro con miedo a ambos lados con la linterna pero no vio nada inusual. Observó entonces el cuerpo del agente, tendido sobre su propia sangre y con una herida en el torso producto de lo que parecía ser un disparo. Le tomo el pulso y pudo comprobar que había fallecido. Asustado, dio un par de pasos atrás y entonces, un ruido procedente de la izquierda le altero todavía más. Miro con su linterna y vio que la puerta de trasera de metal de la casa que llevaba al campo de los olivos estaba entreabierta. Antes de ir cogió la pistola del agente de su cinto. Pesaba más de lo que pensaba y ni siquiera sabía usarla pero se sentía seguro con ella en las manos.
Lentamente se acercó hacia la puerta. Un repentino silencio cubrió el lugar mientras que, con una mano, empezó a abrir la vieja puerta metálica mientras que con la otra enfocaba su linterna hacia su interior. Al otro lado, la luz ilumino a un telescopio blanco que estaba desplegado unos metros más adelante, entré los diversos naranjos de la finca. Su objetivo apuntaba hacia las estrellas. Alejandro lo reconoció, su hermano le había pedido dinero hacia unos años para comprárselo. Lentamente empezó a caminar hacia él. Noto que había una libreta tirada en el suelo al lado del telescopio. Era un diario de observaciones de su hermano. Alejandro la recogió y paso rápidamente las paginas hasta la última entrada, fechada hacia casi una semana, el sábado pasado:
“Diario de observación de Alphaboros. Notas previas a la 1ª Observación
Hoy según mis cálculos será un momento perfecto para verlo en toda su plenitud. Una vez haya confirmado de nuevo sus coordenadas procederé a llamar a las autoridades oportunas para que lo registren con el nombre ya mencionado. Mi descubrimiento, mi estrella, mi acceso a la eternidad. Y lo mejor es que Marta está aquí conmigo, para ser testigo de mi gran obra, va a ser una gran noche.
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Editado: 19.12.2018