Alquilar El Alma Al Diablo

Capítulo uno: No es el comienzo, pero me gusta este inicio

 

—¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Pandora hizo una exagerada mueca de sorpresa al entrar a su departamento y ver a su grupo de amigos reunidos. Se carcajeó al sentir el confeti en su cara y escuchar la entonación de «porque eres una buena compañera» siendo mal cantada por ellos porque no rimaba muy bien las palabras. Zuli, su vecina de al lado y buena amiga, le animó a acercarse a la mesa.

—... ¡Y NADIE LO PUEDE NEGAR!

Aplaudió junto con ellos. Sabía de la fiesta sorpresa desde hace un mes, pero no quería arruinarles el entusiasmo. Miró, a su alrededor, eran ocho personas en total. Tres eran sus amigos de infancia, dos de universidad y tres eran vecinos de condominio.

—Gracias, chicos.

—¡Pide un deseo!

—¡Sí, pide un deseo!

Miró la llama, pensativa.

¿Qué podía pedir?

Pandora nunca había anhelado nada. Era La clase de persona que iba siempre al son de la vida, principalmente porque demasiadas cosas le atraían y porque demasiados sucesos la alejaban de esos anhelos.

¿Se dobló el tobillo y su sueño de ser bailarina de ballet se arruinó? No importaba, podía intentar tocando la guitarra.

¿Su abuela no tenía el dinero suficiente para una guitarra? Qué más daba, había descubierto su fascinación por sanar a las personas. Estudiaría medicina, tenía el promedio para lograrlo.

¿Su abuela falleció y tenía que lidiar con los gastos y sobrevivir sola? Estaba bien, era un ciclo de vida. Podía dejar la universidad y buscar trabajo en una empresa. Le atraía el trabajo de oficina.

En síntesis. Pandora era conformista.

O demasiado optimista. 

Había logrado las metas necesarias para mantenerse a sí misma y darse los “lujos” que le gustaban y que no eran tan exigentes. Tenía un buen sueldo, un buen departamento, una hipoteca con intereses bastante accesibles y una motoneta celeste (su posesión más preciada). Tenía amigos y los quería mucho, a pesar de que siempre la presionaban con una boda y con renunciar a la empresa. Sin embargo, lo más valioso que poseía…

Ante el desconcierto de todos, Pandora cubrió con sus manos la llama de la vela de cumpleaños.

—¡¿Qué haces?! ¡Vas a quemarte! 

—Está bien, Zuli —dijo, despreocupada. Aguardó, hasta que sintió como el calor en sus palmas se fue extinguiendo—. Guardaré el deseo y lo pediré cuando tenga uno. Por ahora, ¡comamos pastel!

Todos accedieron emocionados, olvidando rápidamente el gesto de la cumpleañera. Ya sentados en la mesa, Zuli rememoró lo sucedido.

—¿De verdad no tienes ningún deseo? ¿No deseas ser multimillonaria o algo así?

—Los deseos deben ser realistas y significativos. No creo poder lograr ser multimillonaria y tampoco deseo serlo —respondió Pandora. 

—En ese caso, podría pedir unas vacaciones en el trabajo.

—O trabajar menos horas.

—O no ser esclava de tu jefe.

Negó, divertida ante los comentarios de sus amigos. Sería muy extraño que no tocasen en tema. Nunca perdían oportunidad para criticar con mano dura su trabajo.

—No soy esclava de nadie. Me gusta mi trabajo.

—Pandora, son las dos de la mañana. ¿Quién hace una fiesta sorpresa a las dos de la mañana? Solo nosotros y porque te queremos.

—Y les agradezco por eso.

—Hablando en serio, deberías buscar un trabajo menos exigente. Acabas de cumplir treinta. Le regalaste tus mejores años a esa empresa.

—Es mejor regalarle los mejores años a una empresa que te brinda un seguro, que a un hombre —declaró Collie.

—Me enorgullece trabajar para una empresa como esa. Hay miles de personas que desean mi puesto.

—Si supieran todo lo que haces, no habría tantas personas… —insinuó Zuli—. Pero ya. No estamos aquí para hablar de trabajo, por Dios, ya demasiado tiene. ¿Qué les parece si abrimos los regalos?

—¡Me parece bien!

Pandora sonrió, eufórica. Le encantaba abrir regalos. Disfrutaba más de descubrirlos que de tenerlos. Zuli le regaló una cámara de última generación.

—Zuli, debe ser muy costosa.

—Descuida, sé lo mucho que la querías. Y en mi cumpleaños me diste algo mucho más costoso, así que no te sientas mal por recibirlo.

—Es lo menos que siento.

Collie, por su parte, le dio una cámara mucho más antigua. A Pandora le encantó. Amaba las fotografías, incluso más que destapar cosas. 

Pandora tenía que levantarse a las cuatro y media de la mañana Por esa razón los chicos se fueron temprano, refunfuñando que ni siquiera en su cumpleaños podía dignarse a tomarse unas horas libres.

Se recostó en la cama y alzó sus manos, observando sus palmas.

—Un deseo…

Se llevó las manos a su pecho y cerró sus ojos, anhelante.

Lo sintió como un parpadeo. No era para menos. Había descansado solo dos horas.  Como le era habitual, se dio un baño de agua fría para despabilarse, secó su cabello para no resfriarse y se colocó su uniforme; una horrible falda entubada de color gris, y una camisa blanca que tenía una mancha debajo de su pecho derecho y que tapaba con un chaleco gris. Saludó a todos los vecinos con los que se cruzaba desde que salía de su departamento hasta que llegaba al estacionamiento. También tenía la costumbre de saludar a «Patricia», su motoneta. 

Su departamento quedaba a quince minutos del edificio donde trabajaba. La hora y el tipo de transporte eran una enorme ventaja.

 La hora de entrada era a las seis de la mañana. Ella solía entrar una hora y media antes. Sus ocupaciones así lo ameritaban. Como la asistente de la asistente del jefe, debía preparar los cafés matutinos, dejar las aguas embotelladas y a temperatura ambiente sobre la mesa de la sala de juntas, imprimir el itinerario del jefe, los informes de los planes de negocios para empleados y ejecutivos, asegurarse que el baño de los ejecutivos estuviese impecable (y limpiarlo de no ser así), hacer las llamadas pertinentes para las citas y los pendientes de ese día, revisar el menú del desayuno y un sinfín de tareas que luego debía redactar en un informe y entregárselo a su jefa al finalizar el día. Sin mencionar lo que hacía durante las horas extras. Los días estaban cargados de olas de trabajo, una tras otra y sin darle oportunidad de dar un respiro o ir al baño como las personas normales. Era un constante ir y venir. Trabajaba para vivir bien, pero vivía para trabajar. 




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