Alquilar El Alma Al Diablo

Capítulo tres: Aquel deseo...

Volvió a la fiesta sintiéndose peor que antes. Miró su teléfono. Había cientos de mensajes de sus seres queridos reclamándole por haber trabajado el día de su cumpleaños.

«No puedo creer que incluso en un día especial para ti, también debas dedicárselo al sangrón de tu jefe.» —decía uno de los tantos mensajes de texto de Zuli.

Guardó el teléfono en su pequeño bolsito de mano y se dirigió a la mesa donde se encontraba la señora Reina.

«El premio a la excelencia también es tuyo.»

Negó, risueña. Si bien no tuvo oportunidad de conversar más a fondo con él, sus palabras seguían haciendo retumbar su corazón.

 Su jefa suspiró al verla.

—Dios mío, Pandora. ¿Dónde te habías metido? Te necesitaba hace unos minutos. No encontraba al señor Lucák por ningún lado. Vivonessa no dejaba de martillearme la cabeza con su voz chillona preguntando por él. 

—Fui a tomar un respiro. ¿Lograste encontrarlo?

—Gracias al cielo, sí. Ambos ya están sentados en la mesa. ¿Puedes creer que esa arpía no permitió que Victoria y Berenice vinieran al evento?

—No considero que haya sido ella. Estos eventos no son adecuados para dos niñas Además, Victoria no soporta las multitudes y Berenice ya hubiese roto todas las vajillas. 

—Las conoces demasiado… Como sea. Sigue siendo una arpía. Míralos nada más. Si esos genes llegaran a mezclarse, sus hijos conquistarían al mundo. Y serían dictadores, por la información genética de Vivonessa.

Pandora sonrió a medias. «Vivonessa» era el apodo que Reina le había dado a la prometida de Damien, una morena de ojos grises cuyo complejo de superioridad era comparable con su belleza. Desafortunadamente para Pandora, ella sí sabía de su existencia.

 Vio como su jefe le daba un beso a la mejilla y le sonreía con ternura. Su corazón se estrujó.

»Pandora, ¿me estás escuchando?

—¿Qué? Sí…

—Es obvio que la ex señora Lucák era un encanto comparada con esta —comentó con pesar—. Johanna es una persona maravillosa. Extraño verla por la empresa…, ¿tú no?

—La veo casi todos los días cuando voy a llevar a las niñas a la escuela, así que no.

—Cierto. En fin, realmente espero que ese compromiso no se dé y que el jefe se dé cuenta de la víbora que tiene al lado —escupió con desprecio.

—Sí… 

Reina se giró y la miró con pesar al notar su tristeza. 

—Ay, Pan —acarició sus manos—. Ya te lo he dicho, debes olvidarte de ese amor platónico por el jefe. Encuentra a alguien que esté a tu alcance y deja de fantasear con algo que no se va a poder. No te lo digo por mal, es solo que no quiero que sigas sufriendo por un amor que nunca será correspondido.

Pandora agachó la mirada, conteniendo el llanto. Las palabras de Reina habían sido como una enorme bola demoledora que terminó de aplastar su corazón.

Los aplausos aminoraron la desazón que experimentaba. El anfitrión ya había anunciado el premio a la excelencia para el magnate en tecnología. Observó a Damien subir los escalones hacia el escenario. Sus miradas se cruzaron. Por un breve instante, la esperanza resurgió entre los escombros de su corazón roto al ver cómo sus ojos dorados la traspasaban. Fue casi un parpadeo, un gesto que nadie notó, pero que revivió su corazón. 

Se quedó pérdida en la memoria de su mirada. Fue como si el tiempo se hubiese detenido justo en ese instante. Finalmente, él sabía de su existencia.

Después de tanto, él la había notado.

—… Quiero agradecerles a cada uno de ustedes. —Pandora volvió en sí casi al final del discurso—. Este premio a la excelencia también les pertenece a ustedes.

Y ahí moría de nuevo la optimista esperanza.

Qué tonta había sido.

¿Realmente creyó que esas palabras iban dirigidas especialmente para ella?

—Permiso… Voy el baño —se puso de pie, sin levantar la mirada. 

—Está bien. No tardes mucho —dijo Reina, comprensiva. Sabía que su asistente necesitaba un momento a solas. Pandora era una jovencita con un corazón muy grande y los blancos enormes siempre eran los más vulnerables. 

El baño de las damas estaba vacío. Ninguna mujer perdería la oportunidad de acercarse al hombre más codiciado del lugar por estar refrescando. Abrió el grifo y restregó su rostro con el agua que cayó en sus manos para contener las lágrimas. Levantó la cabeza y se miró al espejo. 

No poseía una belleza excepcional, ni siquiera exótica, y tampoco tenía una característica en particular que le diera una belleza única. No había nada en su rostro que resaltara. Tenía dientes bonitos y una hermosa sonrisa, pero aquello no era suficiente para conquistar a Damien. Para resumir, entraba en los canones de belleza ordinarios y aceptables; cabello castaño oscuro, ojos negros, cara ovalada y la tez un poco tostada de tanto viajar en motoneta. 

Hizo una mueca de disconformidad, No tendía a menospreciarse a sí misma, al contrario, amaba su apariencia, pero siempre que Damien entraba a la ecuación, otros eran los gallos que cantaban. No podía evitar compararse con otras y sentirse la mujer más horripilante de la faz de la tierra. 

Era consciente de lo ridículo que era imaginar que alguien como Damien se fijara en ella, teniendo a una fila de mujeres preparadas y hermosas, esperando solo una señal de parte del magnate para caerles encima. 

Agachó la mirada. El espejo no pudo reflejar tanta indignación y tristeza. 

Tenía que dejar de imaginar imposibles.

Volvió a juntar sus manos. La pequeña llama de su deseo seguía latente entre sus palmas. 

Él era su más preciado deseo.

Sopló sus manos, las llevó hacia su corazón y cerró sus ojos con fuerza.

Si tan solo pudiera…

El sonido del excusado la sobresaltó. Espantada, miró hacia el sanitario de donde provino el sonido. 

Había jurado que no había nadie. 

—Por las almas del purgatorio, tenía siglos que no iba así al baño —dijo la persona que salió del baño, sonriente—. Ufff, ¡ahora me siento en las nubes!




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