Alquilar El Alma Al Diablo

Capítulo diez: vientos arenosos

Más temprano que tarde, Pandora comprendió las palabras de la señora Reina y los buenos deseos de los empleados que vio en su primer día como asistente de Damien.

El empresario era bastante…

Excéntrico.

Aquella cara de la moneda fue inesperada para ella. Aunque había conocido a Damien en la adolescencia y sabía de su sobresaliente personalidad, conocerlo más a fondo fue como destapar a una muñeca rusa. 

Una muy estrafalaria.

«Pandora, necesito que me ayudes con la máquina que me pone de cabeza. Amárrame bien los pies.»

«Pandora, necesito que te quedes en línea para la subasta de la cabeza del camello albino.»

«Pandora, ¿sabes tirarte en paracaídas? Tienes que aprender.»

«Pandora, necesito un pájaro carpintero para mañana. O mejor un Tucán. Por ahora.»

Fuera de los mandatos habituales relacionados con el trabajo, los pedidos de su jefe eran disparatados e inimaginables para cualquiera. No había día que no la sorprendiera y le estresara con sus órdenes. Al comienzo, fue difícil y un completo desastre. Pandora era la clase de persona que se tomaba su trabajo demasiado en serio y como retos para medir qué tan eficiente era, así que sumar la exigencia de Damien con la suya la dejaba devastada físicamente.

 Siempre llegaba exhausta a su departamento o en algunas ocasiones no llegaba debido a los viajes. Finalmente, tuvo que mudarse a la casa al lado del faro, lo que le permitió ver más a fondo la personalidad del hombre que provocaba revuelos en su corazón.

 Por supuesto, las grandes idealizaciones siempre conducen a grandes decepciones.

Dejó que el agua caliente cayera en su cuerpo y cerró sus ojos. Soltó un profundo suspiro y recostó su cabeza en la pared. Ella y Damien habían durado veintiséis horas en vuelos de escala y estaba agotada. Solo quería que terminara el día.

Unos toques en la puerta le hicieron incorporarse. Apagó la ducha y se asomó por la puerta de vidrio.

—¿Sí?

—Señorita Leroy, ¿cree que somos millonarios? ¿Qué le he dicho de usar agua caliente durante tiempo prolongado?

Suspiró al escuchar la voz amortiguada de su jefe.

—El agua caliente jala demasiada electricidad y mientras se espera que se caliente también se gasta mucha agua. Las facturas suben por eso —dijo mecánicamente.

—Además, el agua fría tonifica la piel y la hace lucir más joven.

Pandora resopló.

Pues no me importaría quedarme flácida mientras que no se me congele la

—¿Qué dijo, señorita Leroy?

—Que salgo en un minuto —respondió jovial.

—De acuerdo. Por cierto, acabo de ver el atuendo que se pondrá. No utilice ese, sino el verde. Si utiliza el color beige no podré distinguirte en la arena. Además, va a opacarme.

—Claro.

—¡De acuerdo! ¡Nos vemos! Ah, y también—

—Su batido está en su habitación. 

—¿Lo preparó usted? 

—Por supuesto, señor.

—Bien. ¡La espero abajo! Estaré en el camello. O mejor esperaré para que me ayude a subir. Tengo muñecas frágiles…

Lo escuchó alejarse. Abrió sus ojos y miró hacia la pared.

¿En qué momento había terminado allí?

Salió del baño mientras secaba su cabello con la toalla. Buscó entre su equipaje el conjunto verde celeste y el hiyab blanco que había empacado. Recogió su bolso y su cámara. Lo bueno de aquellos viajes es que podía disfrutar de su pasatiempo al máximo, como nunca antes. Salió del hotel a toda prisa, encontrándose con su jefe subido en el camello. Él sacudió su mano y le sonrió.

—¡Pude subir, señorita Leroy! ¡Resulta que es más fácil la bajada que la subida!

Pandora asintió, sonriente.

—Me alegro, señor.

—¡Vamos, suba al suyo! Señor Saleh creo que ya conoció a mi asistente en el aeropuerto —le comentó Damien a uno de los hombres que estaba montado sobre el camello. El sujeto sonrió.

—Tuve el placer.

—Andando. Quiero disfrutar de los vientos arenosos.

—Señor. —Pandora, quien aún no había subido al camello, señaló su rostro.

—Oh. Lo olvidé por completo —se inclinó hacia abajo. Pandora buscó un banquito para llegar hasta su rostro. Sacó un bloqueador solar de su bolso y lo regó por el rostro de Damien con sumo cuidado—. Gracias.

Ella sonrió, cordial. Bajó del banco y se armó de valor para subir a la enorme bestia.

Retrocedió espantada cuando el animal giró su cabeza y la miró con aburrimiento. Recuperó la compostura y se subió con la ayuda de su cuidador.

Rodearon el corazón del desierto del Sahara en un viaje agotador de tres horas. A pesar del cansancio que suponía un viaje así —cuya idea había sido de su jefe, ya que podían haber tomado un transporte aéreo—, el recorrido no fue aburrido, su jefe se encargó de hacerlo entretenido, pues, si había alguien que podía mantener una conversación de más de tres horas y lucir encantador, ese era Damien Lukác.

Damien era encantador y brillante, cualidades que lo volvían muy bueno en los negocios. También era ambicioso y visionario. Por esa razón se encontraba allí.

Abrió su boca, impresionada al ver el asombroso paisaje que se abría ante sus ojos. El cuadro de arena, aparentemente infinito a la vista, era interrumpido por enormes paneles solares meticulosamente ordenados, como un sembradío de metal brillante. Lo que tenía ante sí era una de las granjas solares más grandes del mundo, un proyecto de energía renovable que apenas y estaba floreciendo y del que su jefe era parte. Él, junto con otros empresarios, buscaban atraer la atención de otras empresas importantes y de algunos bancos internacionales para invertir en la construcción de lo que él consideraba el «futuro del mundo».

Después del recorrido y la admirable oratoria de su jefe, todos se dirigieron al hotel para celebrar una «pequeña reunión» en el salón. En apariencias sería una reunión amena, pero realmente era para establecer o reafirmar relaciones y sociedades financieras.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.